Una tarde por el Azteca

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Quizás no fue buena idea comprarse la membresía azulcrema con apenas una semana y media de haberse mudado a la Ciudad de México.

Un salario que a gritos le decía «explotación laboral» para los indignantes precios de renta hasta en la zona más recóndita de la capital además de una estresante carga de pendientes por sus últimos semestres en la universidad la tenían al borde del colapso.

Sin embargo ahí estaba Samaya con una sonrisa socavada mientras sus pies repiqueteaban discretos el concreto desgastado del estadio azteca.

Estaba bastante vacío a comparación de lo que se ve por televisión cuando se transmiten los partidos pero era razonable al ver los precios de su ahora más valiosa posesión frente a toda su ropa, comida, mantenimiento del departamento y cualquier bien material que se le viniera en mente.

De vez en cuando familias completas se paseaban por las amenidades del club mientras ella seguía pegada a su asiento en el pico del estadio.

A veces, si el silencio era suficiente, lograba ensimismarse en un vago escenario donde los rugidos de aliento a su equipo acompañada de su abuelo hacían acto de presencia.

Sentir los colores a su lado sería el mejor desenlace de la historia.

Qué desperdicio de guión la realidad de no poder llevarlo a cabo.

—¡Amiga! —exclamó un hombre con la camiseta del América y el gafete de staff colgando en su cuello—. Verte admirando así el Azteca me dan ganas de traerte a Zendejas y decirle: "Ésta es la que buscabas"

Samaya se limitó a sonreír de a poco.

—Oye, pues ya que te veo tan solita, Agui te va a hacer compañía, mira, ¡Ven Agui! —chifló a modo de señal para la botarga caminando a pasos torpes, parándose frente a ellos—. ¿Cómo ves Agui a esta señorita? Hay que animarla, ¿no? ¿Le enseñamos?

—Yo creo que sí. —contestó por debajo mientras se retiraba la cabeza del traje dejando ver a un joven de pelo negro y un inconfundible tatuaje en el cuello; sonrió—. Hola, ¿cómo estás?

Samaya le devolvió la sonrisa.

Su cara se volvió conocida por todo el mundo al debutar en Qatar pero no recordaba que fuera jugador del américa.

Había oído su nombre ya.

¿Cuál era?

—Hola, bien y-

El hombre del staff empezó a aplaudir entretenido haciéndolos voltear a su dirección.

—¡Llévate una foto con Kevin, pues! —animó haciéndole un gesto para que se colocara en pose y cuidadosamente llevó el brazo a sus hombros—. A ver, prendo la cámara.

Ambos se obligaron a sonreír mientras la cámara los atacaban con su lente presenciando la breve interacción.

No era precisamente la forma en la que quería visitar por primera vez el estadio y el pobre chico tampoco parecía sentirse muy cómodo en esa botarga estorbosa.

—¡Así mero! —canturreó el hombre satisfecho volviendo a guardar su cámara para estar con ellos—. ¿Cómo te sientes de tener una foto aquí con mi galán, eh?

Las comisuras de los labios de Kevin se torcieron levemente formando una mueca apenada recibiendo a cambio una risa forzada de Samaya.

—Eh... si, muy bien... gracias.

—Bueno pues ya tenemos que irnos con los siguientes miembros, ¿Vas a estar aquí más tiempo? —sonrió vivaz pavoneando las cejas de arriba abajo—. Si te quedas un rato, te tengo lista la foto para llevártela a casa.

—No creo, ya tengo que irme pero muchas gracias... —murmuró Samaya esbozando una última sonrisa para luego girarse de media vuelta y caminar cuesta abajo hasta el área de comida—. ¡Gusto en conocerlos!

El estómago le reclamaba por alimento estando ahí y se permitió obedecerlo, pues el departamento estaba demasiado lejos para esperar por un bocado.

Tal vez con suerte pueda volver arriba y explore sin disturbios el estadio un poco más antes de irse.

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Kevin podía sentir la gruesa capa de sudor envolviendo su agotado cuerpo debajo de la enorme botarga luego de sorprender a la doceava familia y convivir lo suficiente para tomarse una foto.

El sol abrasador lo cocía por dentro, iluminando sus ojos con un aura deshidratada.

Ambos caminaban a los vestidores gustosos de liberarlo finalmente dejándolo limpio y arropado por el conjunto deportivo del azulcrema.

—¡Gracias por prestarte hoy, Kevin! —silbó el hombre despidiéndose mientras lo veía pasar por el corredor conectando al estacionamiento—. ¡La próxima tú escoges a quién le toca!

Sonrió de a poco dedicándole un corto asentimiento y desapareció en el interior de su camioneta divisando el portón abrirse a medida que avanzaba a la salida.

Pronto observó la calle conectando las avenidas a la par que una bulla de aficionados lo recibía esperando su atención.

Un par de fotos más, saludos y autógrafos lo exhortaron de abandonar el plantel azulcrema teniendo por el rabillo del ojo a la misma chica del principio subirse a lo que parecía ser un Uber en la esquina del estadio lista para irse como él.

Dejó escapar una breve risilla pesarosa; qué pena haberla incomodado.

POR ÉL | Kevin ÁlvarezDonde viven las historias. Descúbrelo ahora