Beneficios de la membresía azulcrema

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Era muy temprano en la mañana. Sus ojos escocían un poco al parpadear gracias a la desvelada de anoche frente a la computadora.

Valió la pena porque terminó tres de cinco tareas para la semana.

El humeante café la recibió espabilando los rezagos de sueño en su cuerpo y al poco tiempo salió de casa en dirección al trabajo.

Sus compañeros todavía se referían a ella como la nueva.

Solo eran tres personas en la oficina incluyéndose, por lo que solía estar en silencio la mayoría del tiempo. Era una agencia enfocada a la creación de contenido para distintas empresas.

Afortunadamente la jefa creía en el talento joven, por lo que todo el plantel era de dieciocho a treinta años.

Estaba sacando los gráficos para hoy cuando su teléfono cortó la música e iluminó la pantalla con una notificación.

La miró de reojo pensando que pertenecía a su madre dándole los buenos días, quizá preguntaba también cómo amaneció y cómo se sentía en el trabajo, pero el logo azulcrema llamó su atención por completo y se atrevió a tomar el celular entre sus manos para leerlo:

"Hola Águila,

Como buen aficionado de tu membresía exclusiva con el nido, queremos informarte que el día de hoy tendremos entrenamiento de exhibición y estás cordialmente invitado.

Da click en el enlace para más detalles y confirma tu asistencia."

Samaya guió su dedo inquieto hacia él, abriéndole una nueva pestaña.

El horario marcaba de cuatro a seis.

Sí tenía mucha suerte, podría llegar en treinta minutos luego de salir del trabajo a las cinco. Y tal vez media hora no serviría de mucho, pero seguían doliendo esos miles de pesos gastados en la membresía. Además, su prioridad del club no giraba entorno a los jugadores, sino a las historias que se formaron con su abuelo gracias a él.

Podría quedarse un rato más en cafetería o tomar la rutinaria videollamada con su madre por ahí aprovechando que no conoce la fachada, pero no dudó en confirmar su asistencia.

—¿Samaya? —dijo Jaziel, arremetiendo sus cuadrados lentes contra su nariz respingona a punto de darle un bocado a su cuchara llena de fruta picada con granola—. ¿Podrías mandarme una copia del gráfico a mi correo, por favor?

—Si, claro. —contestó a media sonrisa, dejando el celular nuevamente sobre el escritorio para enfocarse en el trabajo.

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Los jugadores del América estaban llegando al campo con los miembros de la afición más cercanos recibiéndolos emocionados mientras las súplicas de tomarse fotos, firmarles la camiseta, entre otras cosas más fundían sus oídos. Tenían la instrucción de hacerlo posterior al entrenamiento por lo que rápidamente ingresaron al área enfocados a calentar en su última sesión y después serían libres para volver a sus casas.

Kevin seguía sin adaptarse del todo a tal acercamiento, pues le parecía curioso ver el genuino interés y demanda de la afición por verlos simplemente entrenar.

El Pachuca si que era cercano a su hinchada, pero no precisamente así.

De igual manera no perdió la oportunidad de invitar a sus hermanos que estaban de visita para coordinar la mudanza primordialmente de su madre allá. Y una vez lograrán establecerla, ellos le seguirían detrás.

Fue entonces que llegaron más bien tarde; la firma de papeleos y acuerdos entre dueños para ceder los derechos de la casa eran bastante largos, pero no importaba al final si eso significaba que la familia Álvarez volvería a estar unida.

Entre tanto, los hermanos bajaron del auto del mayor pasando a las instalaciones con su membresía, haciéndose a la idea del cansado viaje de regreso que tendrían mañana, sin embargo, unas pisadas más suaves detrás de ellos dejaron que sus ojos se posaran en la responsable.

Venía algo sobre vestida para la ocasión, pero no demasiado para decirle formal.

No más de uno sesenta, castaña con rizos teñidos de mechones claros hasta los hombros, ojos marrones, y una nariz pequeña con dos tiernos lunares sobre la ceja y el mentón. Tenía el semblante agotado cargando su mochila que sin duda se miraba pesada.

Al verse observada, Samaya les dedicó una breve sonrisa amistosa y ellos la devolvieron.

—¿También se te hizo tarde para el entrenamiento? —vaciló Óscar una vez confirmó que la chica no pareció reconocerlos.

—Algo así... —mencionó apenada—. A penas salí de trabajar.

Ambos hermanos se miraron por inercia, frunciendo el ceño. Saben que apostaron por darla de una chica que vino en familia y sus padres la esperaban dentro, o que vino con sus amigas saliendo del colegio.

—¿Pues qué edad tienes? —murmuró Óscar volviendo la vista a Samaya.

—Veintiuno. —confesó pintando una sonrisa tensa—. Me dicen mucho que no los parezco.

—Bueno, si lo pareces, pero... —agregó Felipe—. Estás muy morrita como para un trabajo de tiempo completo. Te falta vivir.

Samaya guardó silencio, haciéndole notar a los hermanos su incomodidad por el comentario del más alto.

Óscar torció una mueca, buscando disipar el ambiente.

—Nosotros venimos de hacer unas cosas para la mudanza... mi hermano nos invitó a pasar un rato y luego regresamos a Pachuca.

—Oh, yo me mudé aquí hace poco... —dijo Samaya intentando recuperar la conversación—. Pero soy de Querétaro.

El bullicio de la gente llamando por los jugadores anunció el final del entrenamiento, y poco después, las voces del plantel dando instrucciones confirmó el comienzo de las interacciones entre los aficionados con las águilas.

—Nosotros de Colima. —sonrió mirando por encima del hombro en dirección a las canchas, donde logró conectar con la mirada del menor de los tres—. Ya está esperándonos mi hermano adentro, a ver si nos topamos otra vez. ¿Vienes sola?

—Si, pero ya me voy. —contestó Samaya dándose media vuelta mientras toda la afición se acercaba a la entrada camuflajeándola para disfrutar de los últimos momentos con los jugadores antes de ocultarse tras vestidores.

La mirada de Felipe y Óscar buscaron a Samaya pero ya se había marchado entre la multitud.

—¡Ay, cabrón, eso no se dice! —gruñó Óscar aprovechando la privacidad de ambos.

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El pequeño departamento desamueblado a las afueras de la ciudad la envolvió en un gélido abrazo entre la noche, dejando su pesada mochila deslizarse por sus hombros hasta besar el suelo, pues una especie de punzada en el pecho brotó en ella recordando las palabras del más alto.

"Te falta vivir."

Siempre las mismas penas traducidas en palabras aconsejándole cómo debe ser.

Si tan solo supieran que ha estado intentándolo desde mucho antes de mudarse aquí.

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⏰ Última actualización: Aug 28, 2023 ⏰

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POR ÉL | Kevin ÁlvarezDonde viven las historias. Descúbrelo ahora