Capítulo 1

497 6 1
                                    

Eva Miller

La hija perfecta.

Eso soy. Para mis padres y para la mayoría de los habitantes de esta ciudad, soy el reflejo de la perfección. Desde niña, vivo bajo la sombra de esa imagen inquebrantable: la hija de una familia prestigiosa, admirada y respetada por todos. La ciudad entera nos observa como si fuéramos la familia ideal, el estándar de lo intachable. Pero lo que nadie sabe es que, detrás de esa fachada impecable, se ocultan secretos oscuros, siempre cuidadosamente velados por sonrisas y palabras medidas.

Con el tiempo, he comprendido que la perfección no es más que un espejismo. Detrás de las puertas cerradas de nuestra casa, hay verdades y dolores que nadie sospecha. Mientras las personas nos alaban por nuestra reputación intachable, por el éxito y la unidad aparente, en el interior, nuestra familia se desmorona lentamente, ahogada por las expectativas y los secretos que nos han mantenido atados por años. Cada elogio de la ciudad es una presión más sobre mis hombros, una carga que he llevado desde niña, pero que ahora comienza a volverse insoportable.

Mis padres, obsesionados con las apariencias, nunca dejaban espacio para la vulnerabilidad o el error. Repetían incansablemente las mismas frases, como mantras que han esculpido mi vida y mi carácter.

Ellos siempre tuvieron una obsesión enfermiza por la perfección. Desde niña, la perfección no era una expectativa, sino una imposición. Las palabras de mis padres no eran simples sugerencias, sino directrices inflexibles que dictaban cada aspecto de mi existencia. Sus enseñanzas no pretendían solo guiarme, sino forzarme a vivir sin margen para la fragilidad o el error. Estas frases se grabaron en mi mente, formando una especie de letanía que me perseguía sin tregua.

"Sé perfecta en todo lo que hagas."

No era una sugerencia, era una exigencia. Cada tarea, cada proyecto, cada interacción con los demás debía ser ejecutada con una precisión impecable. No había espacio para el descuido o para "buenos intentos." Si algo no salía perfecto, el esfuerzo no valía. Esta frase me enseñó que no bastaba con hacer las cosas bien, sino que debía sobresalir siempre, en cada detalle, sin margen para la imperfección.

"Jamás muestres debilidad ante los demás."

La vulnerabilidad era vista como un defecto, un signo de fracaso. Mostrar tristeza, cansancio, o siquiera frustración era inaceptable. Ellos creían que si dejabas ver tus debilidades, los demás te destruirían. Así que aprendí a enmascarar mis emociones, a poner una sonrisa falsa cuando el dolor me desgarraba por dentro, a fingir que todo estaba bajo control cuando, en realidad, me sentía a punto de desmoronarme. Las lágrimas, el miedo, la ansiedad; todo eso debía esconderse bajo una máscara impenetrable.

"No permitas que nadie vea tus fallas."

El error no era una opción. Cualquier equivocación, por pequeña que fuera, era un fracaso rotundo. Los errores no eran vistos como oportunidades de aprendizaje, sino como señales de que no era lo suficientemente buena. Si cometía un fallo, debía ocultarlo, borrarlo de la vista de los demás, porque admitir una falta era admitir que no era perfecta, y eso era intolerable.

"La perfección es la única opción aceptable."

No había un "suficientemente bueno," no había lugar para el promedio. Solo había una meta: ser perfecta en todo. Los logros nunca eran suficientes, siempre había más que alcanzar, más que demostrar. Si conseguía algo, no había celebraciones ni felicitaciones, solo un recordatorio de que debía seguir escalando, seguir mejorando. El éxito no era un destino, era una expectativa constante, una que nunca me permitía descansar.

𝘿𝙖𝙣𝙜𝙚𝙧𝙤𝙪𝙨Donde viven las historias. Descúbrelo ahora