| 𝕻𝖗𝖔𝖑𝖔𝖌𝖔 |

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Un día después de su cumpleaños entró a la universidad sin saber que ponerse con exactitud

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Un día después de su cumpleaños entró a la universidad sin saber que ponerse con exactitud. La verdad era que después del sexto semestre en la preparatoria le empezó a importar el hecho de que no tenía un estilo propio, y que la mayoría del tiempo había sido para comprar libros y discos. 

Su mejor intento de conjunto era una camisa de cuadros encima de un polo negro, los únicos pantalones decentes que tenía y esos tenis de hace tres años que todavía aguantaban los charcos de lodo con suelas lisas. Le gustó. El espejo no mentía, la facultad de derecho lo iba a amar. Le iba a dar una digna bienvenida. 

—No agarres los lugares de hasta atrás, México, ni los de la orilla porque el reflejo de la luz no te dejará ver el pizarrón— 

—Si, está bien— 

—Tal vez la primera semana no sea tan pesada, pero toma nota de todo lo que te digan— 

—Si— 

—¿Ya checaste cuál es tu aula? porque vas a tener que salir corriendo, hay mucho tráfico. Creo que me meteré por aquí, como dije...dejaré abierta la ¿Me estás escuchando? — le reclamó su padre al verlo tan absorto en la ventana del auto. Su respiración parecía intermitente, como si estuviera aguantando la necesidad de reaccionar. 

Azteca, que casi siempre mantenía una actitud serena ante las circunstancias, ahora parecía estresado por el tráfico y el renuente silencio de su hijo. 

—Me siento emocionado — escuchó por fin. 

—¡Eso está bien! es normal, los primeros días casi siempre es así, ya después pierde la gracia y pedirás que no te saquen de la cama — 

—Pero se siente diferente. Como si fuera a la guerra— dijo, ya no con el mutismo de siempre, sino con la pequeña sonrisa que definía el desorden en su cabeza. 

—Dios ¡Aquí tienes que bajar, rápido! — de pronto, su padre frenó frente al cruce peatonal del puente y le bajó los seguros a la puerta. 

México saltó a la banqueta y antes de que se le pudiese olvidar la mochila, su padre le gritó desde su asiento con una barahúnda de bocinas detrás de él: —No estás en un campo de entrenamiento hijo, haz amigos, investiga que te ofrece la universidad ¡Ve a la biblioteca!— Y luego otro hilo desesperado de escandalosas cornetas, y un semáforo en verde: —¡Ya me tengo que ir, te quiero mucho y suerte!— 

—¡Gracias papá, te amo!— cerró la puerta. 

Y a partir de ese momento, aún sin los audífonos, empezó a sonar en su cabeza la canción con la que se imaginó la noche anterior que entraría en este momento a C.U. La ciudad universitaria más grande del estado. Un cerro enorme de casi 368,000 metros cuadrados, una matrícula de 16,367 alumnos y 2,750 trabajadores, alojados en 80 edificios. La máxima casa de estudios donde se imaginó estar hace exactamente 6 años. 

|| 𝕻𝖎𝖊𝖗𝖓𝖆𝖘 𝖉𝖊 𝖆𝖑𝖆𝖇𝖆𝖘𝖙𝖗𝖔|| RusmexDonde viven las historias. Descúbrelo ahora