GALEÓN

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Las olas golpeaban las pequeñas montañas de rocas, al pie del acantilado, en donde se hallaba el faro.El imponente gigante de concreto que guiaba a losbarcos por aquel estrecho con su luz era el hogar delos trabajadores designados por una temporada.

Los encargados de custodiar y de mantener el ordeny su correcto funcionamiento eran cinco hombres, pero tres se dieron de baja a último momento antes departir hacia la isla. Por consiguiente, quedaron a cargoJulio y Vicente, a la espera de los nuevos compañerosque se unirían en los días próximos.

Julio y Vicente eran amigos, se conocían bien ypensaban que podrían llevar mejor su tiempo juntos yhacer su trabajo; ya lo habían hecho en otros faros,razón por la cual habían sido sugeridos para lospuestos.

El Faro Año Nuevo estaba situado en la Isla Observatorio, en Tierra del Fuego, y en funcionamiento desde el año 1902. Próximo a cumplir 90 años, su estadono era el óptimo; el deterioro se notaba y los trabajadores iban a pasar meses haciendo mejoras.

Los días allí transcurrieron bastante rápido y sinproblemas. Cada tarea era realizada y el faro funcionaba correctamente; la actividad de los barcos por lazona había disminuido de manera considerable en losúltimos años, pero eso no desalentaba a los encargados que pasaban felices los días allí.

Transcurrieron los meses y los demás trabajadoresnunca llegaron. La radio casi no funcionaba, pero tenían bastantes provisiones, ya que habían preparadopara cinco, así que tenían un margen grande aún.También se valían de los recursos del lugar para creardiferentes artefactos y artesanías, algunas veces paramatar el aburrimiento, y otras para vender a los barcosque navegaban por allí.

Pero un día un episodio cambió todo. En un descuido, limpiando una lente de Fresnel, Vicente tropezó ycayó por las escaleras, hiriendo su cuerpo de gravedad.Los golpes recibidos habían sido fatales: huesos rotosy cráneo partido. Agonizó por unos minutos, mientrasun rayo de sol ingresaba y se reflejaba en el rojo de lasangre, dando destellos como de pequeñas estrellas enel suelo. Sin decir palabra y ante la mirada angustiadade su amigo, cerró los ojos para no abrirlos nuncamás.

Julio lloró de la impotencia y el solo hecho de saberque debía enterrarlo le partía el alma. Quiso dar avisoa la costa más cercana -con la que hacía meses intentaban comunicarse-, pero tampoco recibió respuestas... Había quedado solo.

Cada día visitaba la tumba a su amigo y lamentabano haberlo podido ayudar. Así pasaron los meses, endonde la soledad se convirtió en su única amiga.

Un año había pasado sin que Julio se diera cuenta.Para él, cada nuevo día era igual al resto. De todasformas, aún tenía la esperanza de que el siguientebarco en llegar sería su salvación y que podría por finabandonar la isla... pero nada de eso sucedía.

Una tarde realizaba sus tareas, cuando el cielo setornó tan oscuro que ninguna estrella se asomaba. Elmar estaba calmo y a lo lejos, apenas en un reflejo sepodía ver a un enorme barco que surcaba las aguas.Parecía un galeón, pero su navegar se notaba extraño.La niebla que rodeaba la costa era bastante densa y latapaba casi por completo.

Aquel navío era más antiguo de los que estabaacostumbrado ver. Subió hasta la parte más alta, perola niebla le impedía observar con claridad y la luz delfaro parecía alumbrar menos.

Aquella embarcación se avecinaba, sin embargo, nodivisaba a nadie en cubierta. Julio comenzó a hacerseñales con la luz y a sonar la bocina, pero ningunarespuesta obtenía. Aquel galeón estaba cada vez máscerca; posiblemente chocaría contra la costa, más conel barlovento. Con desesperados movimientos, trató dehacer que alguien o algo en aquel barco mermasen sunavegar, pero le fue imposible.

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