Gardenia

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Su vida era monótona, aburrida, un círculo que se repetía día tras día. Se levantaba, trabajaba ocho horas ordenando papeles en una oficina, sólo parando a comer una hora en el restaurante de la esquina, siempre el mismo bocadillo y la misma bebida. Después del trabajo, y al igual que a la ida, cogía el autobús, y en dos horas estaba de vuelta en su propio apartamento. Se duchaba, cenaba, terminaba cualquier tarea que le hubieran mandado en el aburrido trabajo, y tomaba un vaso de leche antes de irse a dormir. Los domingos, su único día libre, aprovechaba para dormir y ver la televisión. 

Así que aquel día, jueves, se subió al autobús, cansado y adormilado del aburrido día. Se sentó en la silla junto a un chico al que ni siquiera miró, bostezó y se acomodó las gafas. Un rato pasó y el cansancio lo dominó por completo, su cabeza terminó en el hombro ajeno y sus ojos cerrados, se había dormido. El autobús siguió su camino, el chico de al lado lo miró varias veces y sonrió. Cuando el autobús se paró en una de las paradas, tocó el hombro del castaño para despertarlo.

Abrió los ojos lentamente y miró arriba, encontrándose con unos ojos negros observándolo, le costó varios segundos darse cuenta de que se había dormido sobre el hombro de un desconocido.- Lo...lo siento.

-No pasa nada. Siempre es hermoso verte y dormido eres aún más bello. 

Se ruborizó, a la vez que un escalofrío recorría su espalda. Miró por la ventana tras el azabache, dándose cuenta de que ya había llegado. Hizo una reverencia y corrió hacia el conductor para suplicarle que le abriera y lo dejara salir.

Una vez en casa, por primera vez en mucho tiempo decidió salirse de la rutina, no se duchó, no tenía tareas que terminar, así que simplemente se bebió un vaso de leche con galletas y se quedó dormido en el sofá, sin haberse cambiado de ropa.

Se despertó cuando un rayo de sol entró por la ventana y dio directo en sus ojos. Se estiró, bostezó, y cuando fue al lavabo y miró el reloj, se dio cuenta que llegaba dos horas tarde al trabajo. Puso el grito en el cielo y golpeó su cabeza suavemente contra la pared en un intento de regañarse a si mismo. Suspiró ¿Qué podría hacer? Dos horas era mucho, el jefe se enfadaría con él, y su cabeza le dolía demasiado como para aguantar a un gordo antipático y sus gritos de "Yo soy el jefe, y tú, mi empleado." Por lo que, ese día, se quedó en casa como nunca antes había hecho un viernes. 

No sabía que hacer, nunca le había pasado algo así, Lee DongHae nunca se enfermaba o faltaba, tampoco llegaba tarde, él era puntual y...aburrido. Sí, tan aburrido como su vida. Amigos, tenía. Novia, no estaba interesado en el amor. Sexo, aún era virgen, pues nadie le había atraído todavía. Se visitó informalmente y cogió el teléfono, no era normal en él hacer eso y tenía que contárselo a Heechul para desahogarse.

Heechul llamó al timbre y le abrió. Era por la tarde, y esas horas que había pasado solo en casa habían sido raras. Dejó el libro que había estado leyendo y se sentó junto al pelirrojo en el sofá. Éste lo miró divertido, su amigo con chándal, sin gafas y con el pelo revuelto era extremadamente lindo, y le fastidiaba que no supiera sacarse provecho. Movió su cabeza arreglando su perfecto flequillo rojo y sonrió.

-Al fin saliéndote de la rutina. 

-Ha sido sin querer. -Hizo un puchero.

-Un día, Hae. Solo es un día. No pasa nada. -El castaño se encogió de hombros, Heenim podría decir eso, pero él no lo veía de esa forma.- ¿Quieres que salgamos? 

-¿Salir? ¿Adónde? 

-¡Vamos de compras! -Hae negó con la cabeza.

Y aunque el castaño se resistió, al final se puso una sudadera y el pelirrojo se lo llevó corriendo de casa, pudiendo a penas coger las llaves y el teléfono, sin siquiera poder peinarse o ponerse las gafas, menos mal que solo las llevaba por costumbre y para leer.

Change [EunHae]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora