1. Gold rush

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"... Y el pueblo costero en el que paseábamos nunca vio un amor tan puro como este".

—Daozhang ¿Qué se siente haber crecido siendo tan hermoso? —la voz de Xue Yang emergió en el silencio luego de haber permanecido callado por minutos, inmerso en el paisaje que tenía frente a él.

Bajo la luz del fuego, las facciones de Xiao Xingchen parecían estar hechas de oro fundido. Un humano hecho una halaja costosa con el rostro definido, la nariz recta y un par de labios apetecibles con un color durazno. Un rostro de mierda de un santurrón que se creía superior a los demás, un cultivador estúpido con ideales igualmente estúpidos.

Era una noche fría, pero gracias a la fogata frente a las tres almas, no había  ni rastro del aire frío. Quizá también fue gracias a la presencia del Daozhang.

—No tengo idea, no lo soy —contestó el Daozhang antes de cubrir una risa inocente con la manga izquierda, como si eso evitara que los halagos de Xue Yang lo enrojecieran sus mejillas.

También era un jodido mentiroso. Incluso con aquella venda cubriendo la parte superior del rostro, seguía siendo un ser completamente hermoso y etéreo. Algunas veces extrañaba relucientes, centelleantes ojos parecidos a barcos hundiéndose, esos que parecían querer llevarlo al fondo del mar para hacerle morir. No se arrepentía de haber dejado ciego al apestoso daoshi, sin embargo, nunca contempló la posibilidad de que Xiao Xingchen, siendo el ser humano más amable que alguna vez conoció, le daría sus ojos.

Fue un mal cálculo al final del día.

En el fondo, añoraba encontrar a Song Zichen para arrancarle los ojos y ponerlos en donde pertenecían. Pero no podía, tampoco quería. Aparte de delatar quién era, estaba seguro de que Xiao Xingchen lo odiaría más. No quería que lo odiara; y admitirlo le causaba náuseas.

—No estoy mintiendo. Daozhang es tan bello que las personas te creen celestial. Todos quieren saber cómo se siente amarte y ser queridos por ti—contestó con ira reprimida.

Agradeció que tanto el cultivador como la mocosa fueran ciegos, porque de otra manera habrían notado su puño cerrado y su mal humor. Suspiró de manera silenciosa. Él se preguntaba cómo sería amarlo.

Odiaba a la gente, odiaba a los Daozhang, odiaba a los cultivadores y en especial, a Xiao Xingchen y a Song Lan. Solo que en los últimos días parecía haberse olvidado de que el hombre con el que vivía era el mismo que lo había capturado para llevarlo a un juicio donde casi lo matan.

Quizá fueron los días que convivieron, el hecho de que Xiao Xingchen se reía de los chistes terribles, su risa melódica y chillona, o los dulces que le dejaba cada mañana. Tal vez le afectaron los días reparando el techo, las veces que salían al mercado o las noches que pasaban juntos frente a la fogata. O podría ser que la rutina se había vuelto demasiado familiar.

Además de tener amnesia, también tenía otra afectación: en ocasiones se encontraba viendo como un idiota al daozhang imbécil. En otras sonreía sin razón solo con recordarlo. Incluso llegó a matar por él; como aquella vez que un estúpido le vendió toda la fruta podrida y todavía tuvo la descendencia de coquetearle. Ese día, por cierto, Xingchen llegó desconcertado ante la actitud del comerciante, razón por la que sus compañeros de casa se enteraron de lo sucedido. Si era honesto, disfrutó de verlo convertido en una marioneta que el daozhang terminó por matar.

Dos pájaros de un tiro.

Divagando entre recuerdos, estaba tratando de evitar en otro efecto: cuando Xiao Xingchen se acercaba demasiado sentía que el mundo se ponía de color rosa, un humo bastante delgado y tenue pero con ese color en específico, y ¡mierda! Sus mejillas se ponían rojas cuando el daozhang era demasiado amable. Odiaba saber que quizá se estaba enamorando, o al menos, que sentía esa mierda que decía la gente con "amor".

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