José Hernández, un hombre de 36 años, maestro de profesión, se levantó a las 6 de la mañana, como cada día laboral de la semana, para acudir a su trabajo en una escuela ubicada en la alcaldía Coyoacán, en la Ciudad de México. Celoso de su dispositivo móvil y su privacidad, lo mantenía siempre con contraseña y siempre cerca de él. Esa ocasión lo dejó en su buró, al lado de su cama, sin bloquear, pensando que sí lo había hecho. María Bedoya, su esposa, se despertó y vio el destello en el buró y se apresuró a tomarlo mientras José se dirigía a la cocina.
Como cada mañana, encendió la estufa y colocó al fuego una pequeña cafetera italiana que previamente había llenado con café molido y agua. Esperó unos minutos a que el café estuviera listo y, cuando sintió el olor a este, inhaló con todas sus fuerzas y su cara se iluminó ante su bebida favorita.
José Hernández no bebía alcohol o fumaba, a los ojos de todos, era un padre modelo, dedicado en cuerpo y alma a su familia y a su trabajo. Tomó una taza de la alacena que había comprado hacía menos de un mes; una alacena color gris con un diseño que él creía que era muy moderno. La taza blanca se llenó con el café negro y de color intenso, José Hernández la tomó y la llevó a su rostro para oler nuevamente el café recién hecho. Le dio el primer sorbo y sintió que el líquido caliente y amargo lo despertó aún más de lo que ya estaba. Sintió una cálida sensación recorriendo su esófago hasta terminar en el estómago.
A continuación, José Hernández metió un par de rebanadas de pan de molde a la tostadora y esperó unos segundos a que este se tostara como a él le gustaba, para después untar un poco de queso crema y degustarlo con su café caliente. Ese era el desayuno habitual de José Hernández: pan tostado con queso crema y un café expreso sin azúcar.
María Bedoya lo esperaba en la cama, sentada, llorando de rabia. José se acercó a ella e intentó tomar su mano, al tiempo que ella lo rechazaba bruscamente. Él miró de reojo el buró al lado de su cama y se dio cuenta que su teléfono no estaba en donde lo había dejado y sintió cómo un escalofrío le recorrió su cuerpo y el miedo comenzó a consumirlo. María, por alguna razón que en ese momento desconocía, había tenido acceso a su teléfono desbloqueado. "No lo bloqueé— pensó—, ya vio los mensajes".
— ¿Cuánto tiempo tienes viéndote con ella? — lo cuestionó con lágrimas rodando por sus mejillas.
José no supo qué decir en ese momento; se quedó completamente mudo.
— ¡Contéstame, imbécil! — le gritó tanto que José dio un paso atrás, por miedo— ¿Cuánto tiempo tienes viéndote con esa cualquiera?
José comenzó a temblar y no le quedó más remedio que aceptar su error. Se arrodilló ante María quien no paraba de golpearlo con todas sus fuerzas, tratando de desquitar todo su enojo. Ella le repetía una y otra vez lo miserable que él era por haberla engañado con una maestra y compañera del trabajo. María sentía su corazón roto, tan roto como jamás lo había sentido. La persona a la que amaba y a la que le había dado tantos años de su vida, le había dado 2 hijos que amaba con el alma y le juraba amor eterno, le había sido infiel con otra mujer.
Pasaron los minutos y José Hernández trataba de hacerle ver a María que sabía que lo que había hecho era un error y que estaba dispuesto a enmendarlo.
José Hernández ya se había retrasado y aún debía pasar a comprar el pan que les había prometido a sus compañeros de trabajo que llevaría para poder desayunar justo antes de comenzar las clases. José Hernández salió a toda prisa de su casa, con el tiempo justo para comprar el pan y llegar a tiempo a la escuela.
Pamela Méndez, dueña de la panadería "Besos de azúcar", se despertó con los primeros destellos de luz que entraban por su ventana, miró su teléfono y se dio cuenta que no lo había conectado bien a la luz eléctrica y en el transcurso de la noche se había descargado, lo que provocó que su alarma jamás sonara. Pamela se levantó de un salto y se preparó lo más rápido que pudo, mientras su teléfono se cargaba un poco.
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Kintsugi: Amando mis cicatrices...
RomanceCruz, un hombre homosexual de 30 años, vuelve a reencontrarse con Felipe, un viejo amor de adolescencia que le enseñará poco a poco a volver a juntar las piezas de su roto corazón y a comprender que todo, por más malo que sea, pasa por algo y que no...