Si tuviéramos todo el tiempo del mundo

—Si tuviéramos todo el tiempo del mundo...

El rubio que había dicho aquella oración suspiró pesadamente mientras se sentaba en el banco de madera blanca, tan silencioso como un ratón, para evitar hacer hasta el más mínimo ruido, asegurándose que la persona a su lado no se despertara del tranquilo sueño que parecía haber invadido su cuerpo. Algo raro debido a que hace mucho que no lo veía de esa forma. Observó tranquilamente sus rasgos faciales que no estaban arrugados en una expresión de descontento por las múltiples pesadillas que había tenido el peliblanco, era como si los problemas no existieran en aquel momento.

Luego bajó sus ojos al resto del cuerpo del mayor y sonrió recordando todas las veces había molestado a México con su estatura y apariencia, pues en contraste a él, Usa resultaba ser más alto y de aspecto más masculino. Sin embargo, esto no significaba que el latino no fuera increíblemente atractivo debido a su larga cabellera que le llegaba a la cintura. Y su composición muscular, otorgándole curvas en donde era necesario sin opacar a sus músculos trabajados. Aunque claramente lo que, el norteamericano, prefería eran sus ojos tan afilados y dulces que provocaban un sin fin de emociones en él.

Pero pronto esa alegre sensación desapareció al ver el ahora estado de México. Su piel era tan pálida que podía ver las venas que llevaban su sangre; su pelo blanco, casi plateado, había perdido su propio brillo, robando la poca luz del sol que entraba por las cortinas para seguir pareciendo saludable. Sus ojos dorados estaban cerrados, no dándole el gusto de poder apreciar su color una última vez, en cambio, veía como sus largas pestañas rozaban sus pómulos sin color. Era claro lo que reflejaba esta escena, estaba enfermo, muriendo.

—Te escribí algo —dijo suavemente. Después sacó una pequeña carta del abrigo negro que vestía y la abrió con cuidado—. No soy tan bueno como tú redactando, pero espero que lo disfrutes.

Antes de comenzar a leer se movió de forma nerviosa sobre el banco, ya que temía que su escritura en español fuera tan mala como su pronunciación, pero pensó que escucharlo leer en su lengua podría gustarle al mexicano, aunque no sabía si lo escuchaba realmente.

—Si tuviéramos todo el tiempo del mundo te llevaría conmigo a viajar, a conocer todos aquellos lugares a los que quisiste ir. A observar la flora y fauna tan curiosa que alberga este mundo, así podrás apreciarla como siempre quisiste, mientras que yo te aprecio a ti porque para mí tú eres la vista más hermosa que podría haber.

»Te llevaría a ver las estrellas más brillantes que hay, las que este mundo aún no ha ocultado por la contaminación que ha invadido el cielo nocturno. Te leería hasta la noche todos los libros que te encantan, aquellos de los que siempre hablabas y tus ojos iluminaban como la luna que brilla sobre nuestras cabezas. Oh, tus ojos dorados que derriten hasta el corazón más frío que hay así como lo hiciste con el mío, mi amor.

»Si tuviéramos todo el tiempo del mundo te cantaría todas esas canciones que alguna vez te dedique o quería dedicar. Te daría cada segundo de mis pensamientos mientras que grabo tu hermosa imagen en mi corazón. Besaría cada una de tus cicatrices, aquellas que también fueron por mi culpa y las de tus batallas, aquellas que te causan tanta inseguridad, pero que a mí me encantan porque es ver como tú, mi amado, has sido el guerrero más fuerte que he conocido.

»Apreciaría cada uno de tus enfados porque no sé cómo lo haces, que incluso enojado me robas suspiros, tal vez sea aquel masoquismo que tengo, ya que adoro como no te dejas dominar, como sabes defenderte y esa lengua ácida que se clava en mi corazón como la espada que alguna vez te vi blandir.

Tomó un par de segundos para calmarse y así continuar con la lectura. De esta forma, cerrando los ojos, sintiendo como las lágrimas comenzaban a acumularse. Rápidamente, retiró sus lentes, dejando al descubierto sus ojos heterocromados, para frotarlos con las manos.