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El sermón se encontraba en su punto álgido. La voz del predicador llegaba a todos los rincones de la sala e impregnaba los oídos y los corazones de todos los fieles. Y, sin embargo, Win lo oía como un murmullo lejano. Su mente estaba perdida en otros pensamientos, atribulada por una decisión que le carcomía por dentro. Una dicotomía irresoluble. ¿Debía o no confesar su pecado más reciente?

Los padres de Win eran personas muy religiosas, como tal, Win y sus tres hermanas menores eran parte de la misma comunidad. Desde que era pequeño les habían inculcado el amor y la fe a Dios, así como el respeto a su palabra, que era la Biblia. Y también les habían enseñado a que confesase todos sus pecados. No importaba cuán graves pudieran ser, pues Dios es misericordioso y los perdonaría, de manera que podrían recibir su perdón y ascender al Cielo. Sin embargo, Win no tenía tan claro que nadie de su comunidad, ni siquiera Dios, fuese capaz de absolverle del pecado que tanto le mortificaba. Temía las posibles consecuencias de todo aquel que llegase a conocerlo. El sacerdote, en primer lugar, y su familia y el resto de feligreses, a pesar de que estuviese amparado por el secreto de confesión.

Su pecado era muy simple: había tenido pensamientos lujuriosos. Era algo normal en un chico como él, con diecinueve años cumplidos. Win también había pasado por la pubertad y había tenido reacciones carnales, pero había recibido el perdón y aprendido a reprimirlos. Sin embargo, no era eso lo que le reconcomía. El problema era que esta vez había sido con un varón. La lujuria era un pecado muy mal visto entre los suyos, pero si a eso le sumabas la sodomía se convertía en una bomba de relojería que podía estallar en cualquier instante. Nadie ocultaba el fuerte desagrado que les producía lesa práctica considerada antinatural, mentando enseguida las catástrofes de Sodoma y Gomorra tan pronto como el tema salía a relucir y los castigos que sufrirían en el Infierno los sodomitas. Y por eso tenía tantos reparos en confesarse.

Todo comenzó una semana antes, el domingo anterior. Una familia se mudó a la casa de enfrente de donde vivía Win con su familia. Al principio les recibieron con amabilidad, como buenos vecinos que eran. Pasteles, sonrisas, abrazos, bendiciones, buenos deseos... Pero esa misma noche, la madre de Win vio algo que la dejó escandalizada, como si hubiese visto la marca del Diablo: una bandera arcoíris en una de las ventanas del piso superior. La cena se convirtió en una enfervorecida muestra de homofobia por parte de sus dos progenitores. Ambos estaban muy irritados por ver que los vecinos de enfrente eran sodomitas y exhibían su distintivo como una muestra pública de indecencia. Juraron y perjuraron que toda la familia ardería por toda la eternidad en el Infierno, que Dios los castigaría y que ni el Purgatorio podría salvarlos. Pero no iban a dejar que mostrasen su impudicia e iban a tomar cartas en el asunto para que esa simbología desapareciese de la vía pública. Fueron a la mañana siguiente a hablar con ellos, pero acabaron más escaldados que antes. La bandera era del hijo de los vecinos y ellos estaban orgullosos de su condición. Ninguna de las amenazas de los padres de Win surtió efecto: ni el fuego eterno, ni los versículos de la Biblia, ni la policía. La bandera seguiría allí, inamovible.

Lo siguiente en llegar fueron las amenazas. Los padres de Win advirtieron a sus cuatro hijos de que jamás, bajo ninguna circunstancia, entablasen ningún tipo de contacto con los nuevos vecinos de enfrente. Ni una palabra, ni una mirada, absolutamente nada. Habían de ignorar por completo su existencia. Y si los veían venir por la acera, debían cruzar la calle de inmediato. Pondrían la situación en conocimiento de la comunidad, en busca de apoyos para intentar eliminar ese distintivo del mismísimo Lucifer. Pero estos se mostraron más fríos y cautos. Pensaban que nada podía hacerse por aquellos que se negaban a seguir la senda de la salvación. Ellos arderían en el Infierno, pero Win y su familia debían mantener templanza y fervor, pues Dios juzgaría. A partir de entonces se calmaron y simplemente se limitaron a soportar e ignorar la simple existencia de los vecinos y de su satánico trozo de tela.

PECADOS INCONFESABLESDonde viven las historias. Descúbrelo ahora