El verano en el que Nicholás puso un pie dentro del campamento de Castrum, supo que estaba muerto.
Le echó un vistazo al sitio, siguiendo los senderos que mostraban diferentes direcciones, caminos con finales trazados a cabañas y por muy concentrado que estuviera tratando de memorizar cada ruta, cada salida, por si se le atravesaba la manera de escapar, su mente no estaba ahí.
Estuvo a punto de correr, aseguró que, de haberlo hecho, hubiera corrido lo más rápido posible, como jamás en toda su vida, pero no fue así, no lo hizo, no se permitió luchar contra sí mismo y tampoco hacerlo contra el resto.
Había cosas en la vida que por muy simples que fueran no se podían cambiar.
Él era un claro ejemplo.
Cada paso que dio lo asfixió de a poco, sintió que la tierra le comía los pies y que el aire le quemaba los pulmones, envolviendo su cuerpo en una sensación asfixiante. Sintió un pequeño hormigueo escalando desde la punta de sus pies hasta su pecho. El corazón le latió tan rápido que temió no seguirle el ritmo.
Definitivamente estaba muerto.
Era absurdo por parte de su padre pensar que, al enviarlo lejos y mantener distancia, algo cambiaría en él.
¿Quién demonios enviaba a un omega antes de su presentación o un campo de guerra repleto de alfas?
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Indeleble•BORRADOR
Novela JuvenilDesde que miró fijamente la carta que su padre le había entregado, sabía cuál sería su sentencia. El sello dorado de la familia Galitzine adornaba el papel pergamino, una señal de la importancia de su contenido. La noticia que derramó la tinta en...