Un viaje de origen y desafios

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El cielo de Bogotá se despedía lentamente del sol mientras contemplaba la maleta que contenía mi vida entera, lista para cruzar un océano de incertidumbres. Pero, ¿cómo llegamos a este punto? Permíteme remontarme al día 19 de agosto del 2004, una tarde que aún perdura con claridad en mi mente.

Fue en esa fecha cuando mi madre Sol Mileidy, ingresó al Hospital San Rafael en Facatativá. Después de una larga espera, llegó el momento en que dio a luz a su primer hijo: yo, Weimar Stiven Tapiero Charry. La historia de mis padres, Sol Mileidy Charry y Weimar Tapiero, se fusionó con la mía en ese preciso instante.

Poco después de mi nacimiento, mis padres tomaron la decisión de partir hacia la ciudad de Ibagué. Allí di mis primeros pasos y pronuncié mis primeras palabras. La mezcla de acentos en las calles de esa ciudad marcó el comienzo de mi vida, un recordatorio constante de que mi origen y destino se entrelazaban en formas inesperadas.

Con el tiempo, la vida nos llevó a un pequeño pueblo llamado Gaitán, enclavado en una región apartada al sur del Tolima. Un lugar de historias profundas, donde los grupos guerrilleros tejieron un legado temido en todo el país, pero que para mí era, por encima de todo, "hogar". Entre las paredes de nuestras modestas viviendas, mi infancia transcurrió en un crisol de experiencias, donde la sencillez de la vida rural se fusionaba con las historias de un pasado tumultuoso.

A pesar de mi corta edad, ya ayudaba a mi padre en las labores de la finca de mis abuelos. Cargaba agua, arreaba terneros y compartía la comida con los trabajadores. Mis manos comenzaron a construir no solo tareas, sino también un profundo vínculo con la tierra. Estas labores me enseñaron a valorar el trabajo arduo y la conexión con la naturaleza, enseñanzas que llevaría conmigo en los años venideros.

Por supuesto, sin descuidar mis estudios, donde mi rendimiento siempre resaltó. La escuela se convirtió en un faro de posibilidades, un lugar donde mis sueños comenzaron a cobrar forma. La constancia y dedicación en el aula me proporcionaron no solo conocimiento, sino también un refugio en medio de las adversidades que enfrentaba.

Aun estando en la escuela a la edad de 11 años, mis días transcurrían en un equilibrio entre el entusiasmo por el aprendizaje y las ansias de explorar el mundo más allá de las aulas. Sin embargo, en un giro inesperado, mi colegio fue visitado por un grupo guerrillero que trastocaría mi inocencia de formas imprevisibles. Nos vimos forzados a formar filas de manera ordenada, con rifles de asalto AK-47 apuntándonos directamente. En un instante, la seguridad y la normalidad se desvanecieron, reemplazadas por la fría realidad de la incertidumbre.

En ese momento, mis compañeros y yo fuimos sumidos en un mundo en el que las órdenes impuestas por extraños armados eran la nueva norma. Aunque ese día no estuvo marcado por sucesos extraordinarios, el peso de esas circunstancias se ha mantenido conmigo a lo largo de los años. Era una situación que preferiría no recordar, pero que, de alguna manera, se ha entrelazado con la narrativa de mi vida.

La jornada transcurrió con una sombra de temor que se cernía sobre nosotros, como un recordatorio de que la realidad puede cambiar en un instante. En medio de ese caos impuesto, lamentablemente, perdí el contacto con dos compañeros que tomaron la difícil decisión de marcharse con el grupo guerrillero. A pesar de que años después los acuerdos de paz se firmaron con dicho grupo en el 2016, nunca volví a saber de ellos. Respeto sus elecciones, y aunque sus caminos divergieron del mío, llevan consigo sus propias historias.

Este episodio, que quedó grabado en mi memoria como un punto de inflexión, me recordó que la vida puede ser frágil y que las elecciones de otros pueden moldear sus destinos. A medida que avanzaba en mi propia travesía, esa experiencia se convirtió en un recordatorio constante de la resiliencia humana y la importancia de la empatía hacia los caminos únicos que cada individuo elige seguir.

A los 12 años, me encontré en el umbral de una transición significativa al dejar atrás la escuela local para ingresar al colegio en el pueblo. Sin embargo, este cambio no llegó solo; vino acompañado de un doloroso episodio de acoso por parte de mis compañeros. Las risas hirientes y las palabras crueles dejaron cicatrices profundas en mi confianza. Aun así, en medio de esa oscuridad, encontré la fuerza para mantenerme firme y recordar mi identidad.

Las riñas con esos compañeros se convirtieron en una constante, y para el grado séptimo, decidí tomar medidas enérgicas al enfrentar directamente a quienes me ofendían. Mi determinación me llevó a convertirme en alguien respetado por todos y temido por algunos. A pesar de este cambio, mantuve la sencillez y humildad que habían sido mis aliadas desde el principio.

No obstante, llegó el momento en el que el concepto de resolver los conflictos mediante golpes dejó de encajar con mis aspiraciones. Surgió en mí la idea de que podía demostrar mi valía a través de mi desempeño académico. Decidí enfocar mi energía en mi educación y en convertirme en el mejor estudiante posible.

Mis esfuerzos dieron sus frutos. Con el tiempo, mi sencillez y humildad se fusionaron con mi dedicación a los estudios. Esto me convirtió en el alumno más querido por los profesores y me valió las mejores notas. Mi compromiso con la excelencia académica siguió firme, y esta determinación se mantuvo constante hasta el día de mi graduación de último grado.

Ese día de graduación, mi esfuerzo fue recompensado de una manera que nunca podría haber imaginado. Fui honrado al ser nombrado estudiante ejemplar, un título que llevaba consigo no solo el reconocimiento a mis logros, sino también la oportunidad de servir de inspiración a los nuevos estudiantes que estaban comenzando su propio camino.

Así, mi viaje a través de las experiencias cambiantes de la vida me había llevado desde los desafíos del acoso hasta la cima de la excelencia académica. Cada capítulo, cada decisión y cada desafío habían contribuido a forjar la persona en la que me estaba convirtiendo, demostrando que incluso en los momentos más oscuros, la determinación y la autenticidad podían guiar el camino hacia la realización personal.

Mi viaje continuó, y cuando llegué a los 17 años, decidí sumergirme en el emocionante mundo de la educación universitaria en Ibagué. Sin embargo, esta nueva etapa no llegó sin sus propios desafíos. El choque con la vida en la ciudad demostró ser más arduo de lo que imaginaba, y las dificultades financieras se convirtieron en una constante presencia en mi día a día.

A pesar de estos obstáculos, no dejé que nada me detuviera en mi búsqueda de conocimiento y crecimiento personal. Aquí, en medio de las calles concurridas y el ritmo vertiginoso de la vida urbana, encontré un espacio donde mis deseos de aprender sobre idiomas y culturas podían florecer. A medida que exploraba diferentes campos, un compromiso sólido con mi carrera principal, la ingeniería agroindustrial, se mantuvo como mi faro guía.

Dentro de los salones de clases y las bibliotecas de la universidad, descubrí mi pasión por la física, la química y los conceptos fundamentales de la biología. En cuestión de un año, absorbí conocimientos que se convirtieron en las bases de mi educación. Esta etapa se convirtió en un momento crucial de mi vida, ya que me vi desafiado a aprender y asimilar un amplio espectro de información. Cada día era una nueva oportunidad para descubrir, comprender y aplicar conceptos complejos, demostrando que la sed de conocimiento no conoce límites.

A medida que avanzaba en mi educación y exploraba diversos campos, entendí que el aprendizaje es un viaje constante que abarca mucho más que las páginas de un libro de texto. La adaptabilidad, la resiliencia y el deseo de aprender se convirtieron en mis aliados en este camino, demostrándome que incluso en medio de las dificultades y desafíos, el crecimiento personal es posible.

Mis pasos, desde aquel nacimiento en Facatativá hasta los desafíos en Ibagué, marcaron el sendero que me llevaría a una travesía de conocimiento y autodescubrimiento. Y aunque aquella maleta fuera un símbolo de lo desconocido, estaba llena de las experiencias que habían dado forma a mi camino. Cada etapa de mi vida había dejado su huella, un testimonio de que incluso en medio de las incertidumbres, había encontrado la determinación para avanzar.

AGENTE GARETH (Kingsman)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora