𝗎́𝗇𝗂𝖼𝖺 𝗉𝖺𝗋𝗍𝖾.

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Maktub (árabe).
def: Lo que está destinado a suceder, siempre encontrará una forma única, mágica y maravillosa para manifestarse.

def: Lo que está destinado a suceder, siempre encontrará una forma única, mágica y maravillosa para manifestarse

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LA NOCHE. Obanai siempre había amado la oscuridad que propiciaba aquel momento del día. Le gustaba ver la luna brillando en el punto más alto del infinito cielo, acompañada de pequeños cuerpos celestes conocidos como estrellas.

Una vez más se encontraba divagando por las calles de una moderna Tokio con altas edificaciones, coches modernos y gente que, a su parecer, no tenían los mismos valores humanos que se solía tener en la Era Taisho. Quizás era él el anticuado, o quizás simplemente estaba cansado de haber reencarnado y no estar cumpliendo las promesas que, años atrás, había jurado cumplir.

Acabó en la cafetería que siempre solía frecuentar en la noche. Terminó por sentarse en uno de los asientos de la barra del local como siempre hacía, pidiendo el mismo café cargado para mantenerse despierto y así evitar soñar con aquella chica que dejó atrás en su vida pasada.

Jamás creyó que el "hasta la próxima vida" iba a ser una última despedida. Jamás pensó que su vida se basaría en quedarse mirando las cuatro paredes de su triste habitación. Sí, Kaburamaru había reencarnado en otra fiel serpiente que tenía de mascota, pero su vida se hundía en la miserable soledad de no tener consigo a quién consideraba su único y verdadero amor.

"Siempre te vas, Iguro-san". Era cierto; su cobardía y miedo a amar hacían que, tras comer juntos o simplemente pasar un pequeño tiempo, huyese con la excusa de tener que prepararse para alguna misión de cazador de demonios.

― ¿Podría ponerme unos sakura mochis? Ujum, otra ración ― una voz femenina hablaba con el mesero, mas no le prestó atención alguna.

Su mente divagaba por sus recuerdos de su vida pasada, sonriendo levemente al tener la imagen de aquella dulce sonrisa grabada en su retina. Definitivamente, extrañaba a aquella pelirrosa con puntas verdosas y ojos esmeraldas que, con tan solo su melodiosa voz, había logrado meterse en su pobre y oscuro corazón.

― Perdone, ¿está solo? ― preguntó la fémina. El de heterocronimia en sus ojos asintió con la cabeza ante la cuestión realizada, mas no pronunció palabra alguna ―. ¿Puedo quedarme a hacerle compañía?

Levantó su mirada del café que consumía, quedándose perplejo ante la persona que se encontraba justo a su lado. Podría quedarse invidente y aún así, reconocería aquel dulce aroma que la joven poseía.

― ¿Kanroji-san? ― pronunció mientras se frotaba los ojos con las manos, creyendo que quizás solo era una ensoñación ―. ¿Esto es verdad?

La joven pelirrosada no decía palabra alguna, solo torpes balbuceos acompañados de numerosas lágrimas que resbalaban por sus sonrojadas mejillas decoradas por aquellos lunares perfectamente alineados.

― ¡I-I-Iguro-san! ― exclamó, tirándose en los brazos de su amado pilar de la serpiente ―. C-cumpliste nuestra promesa ― titubeó un poco, ahogándose en su propio mar de sollozos.

Obanai sonrió con dulzura, limpiando las lágrimas de su amada Kanroji Mitsuri. En su mirada se reflejaba el más puro amor que alguien podía profesar hacia su alma gemela. Estaba al fin en calma y contento; al fin estaba en su hogar favorito.

― Mitsuri-chan, cálmate, por favor ― le pidió con su típica paz al hablar con ella; esa misma que su amada le transmitía ―. Pasaron muchos años, pero al fin conseguimos reencarnar en lo que somos ahora mismo ― tomó la mano ajena con cuidado, depositando un suave beso en el dorso ―. No pienso irme de nuevo; no quiero dejarte de nuevo ― afirmó con claridad y sin titubear, pues ella lo era todo.

La ex pilar del amor se ruborizó al completo, dejando escapar una tierna y dulce risa de sus rosados labios. Aquello era música para los oídos de Obanai; era simplemente magnífico.

El de ojos heterocromáticos no dudó en depositar un casto beso en los labios de aquel ángel hecho chica. Le sorprendió que, - lejos de su característica timidez -, la contraria correspondió ante aquel acto.

Las horas pasaron hasta que decidieron salir del local. El frío de Tokio en aquella época del año calaba hasta lo más profundo de los huesos, y ambos lo sabían.

― Toma, tienes la nariz roja del frío ― habló el pelinegro, cubriendo con su abrigo a Kanroji. Aunque la chica ya llevaba como cinco capas de ropa, aún moría de frío ―. Ven, cielo ― terminó por acurrucarla entre sus brazos a pesar de que aún seguía siendo más bajo que ella y la joven había tenido que agacharse un poco.

Ambas miradas se cruzaron mientras los brazos estaban envolviendo al contrario. Los esmeraldas de la fémina reflejaban un brillo especial que tenían completamente atrapado al joven.

― Ni todas las luces de la ciudad brillarán nunca como tus ojos ― susurró con calma Obanai ―. Mi sangre al fin está limpia para poder confesarte cada día que estoy enamorado de ti.

― Obanai-chan, juro por el cielo que toda mi vida te amaré y en nuestras próximas reencarnaciones ― susurró con calma, acercándose a sus labios ―. Obanai-chan, te amo y siempre te voy a amar ― tras aquellas palabras, tomó la iniciativa de besarlo.

La calma reinaba entre ambos corazones que, finalmente, habían conseguido danzar en un mismo compás lento y lleno de amor, un amor puro y verdadero.

Los coches y el bullicio de personas se entremezclaba aún a altas horas de la noche, mas aquello no afectaba ni lo más mínimo a aquel par de enamorados que caminaban con sus manos entrelazadas y se demostraban su amor con pequeños besos.

El paseo finalizó con la llegada al bloque de pisos en donde Mitsuri tenía su propio departamento. Se dedicaba a ser profesora de pintura y realmente le iba genial. Obanai por su parte se había dedicado a la veterinaria, pues, aunque no lo pareciese, amaba tratar con los animales y no solo con Kaburamaru.

― ¿Quieres quedarte, Obanai-chan? ― consultó la pelirrosa con una amplia sonrisa en sus rosados labios ―. No, te vas a quedar. Hace mucho frío afuera y no pienso dejar que te congeles ― tiró del brazo del mayor, guiándolo al interior.

El pelinegro sintió la calidez del lugar, cerrando los ojos momentáneamente mientras el aroma a vainilla inundaba sus fosas nasales. Definitivamente era el hogar de la chica.

― Mitsuri-chan ― la llamó mientras la miraba con cariño, acunando su rostro entre las manos ―. ¿Puedo cumplir la promesa de hacerte mi esposa? No tengo un anillo, pero prometo conseguirte el más bonito de toda la tienda ― comentó con cierta timidez.

La respuesta de Mitsuri fue rotunda; un dulce beso en los labios ajenos que alargó a medida que enredaba sus dedos en las hebras azabaches del contrario.

Obanai al fin había encontrado su lugar seguro que no pensaba dejar. ¿Y Mitsuri? Mitsuri no tendría que dormir más veces sola, y mucho menos guardarse todo lo que sentía tal y cómo hacía su amado.

𝗠𝗔𝗞𝗧𝗨𝗕, obᥲmιtsᥙ.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora