"Primer acercamiento"

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La nieve había caído incesante, un invierno especialmente frío se extendió por la ciudad de Tokyo. Copos de extrema blancura iban acumulándose encima de las casas y volvían resbaladizas las calles. Nadie quería salir fuera, preferián mantenerse resguardados dentro de las construcciones con calefacción. Noticias difundidas en los medios de prensa hablaban de las temperaturas detectadas, hacía décadas que no se registraban números tan bajos. La población se abrigaba en sus hogares, viendo los programas de la televisión y esperando la navidad. En las diferentes empresas, escuelas y en el resto de trabajos seguía la cotidianidad. La vida diaria no detuvo su curso, excepto por algunos trenes que no pudieron dar sus servicios puntuales impidiéndole a un niño de cabellos azabaches llegar temprano a clases, por lo tanto, se había escapado y resguardado en su lugar secreto.

Hubiera sido ideal para cualquiera permanecer tendido en la cama una semana entera, holgazanear, pensar en cosas sin importancia y tomar un baño caliente. Por desgracia, Gojo Satoru tenía un ineludible compromiso pactado ese día, ir de visita al clan Zen'in. Esquivó el encuentro tanto como pudo pero cuando cumplió sus 21 años y se convirtió en el líder del Clan Gojo tuvo la obligación de presentarse oficialmente ante cada una de las familias importantes. Las formalidades siempre le parecieron un tedio, sobretodo si debía actuar respetuosamente. Su personalidad bromista y alegre con sus amigos y alumnos se tornaba hostil, por ende, el mal humor se filtraba en cada uno de sus poros. Su aroma lo delataba como un cristal transparente en la vidriera de una relojería.

Esa mañana se levantó desganado, harto de sus absurdas responsabilidades y de los protocolos antiguos que le imponían a pesar de ser el portador de la Técnica de los Seis Ojos más fuerte que había pisado la tierra en generaciones. Solo por mantener las apariencias y las absurdas tradiciones de viejos decrépitos que dirigían el mundo de la hechicería, lo ponían a bailar al ritmo de un mono para conformarlos. A su orgullo no le causaba ninguna gracia ser el payaso de esos bastardos, solucionaría el inconveniente de su constante piedra metida en el zapato.

Abundaba la hipocresía, la frágil relación de los miembros pertenecientes a las tres familias principales pendía de un fino hilo. Las cabecillas deberían postrarse de rodillas frente a sus pies en lugar de decirle constantemente qué hacer. Tampoco intentaban disimular las rivalidades que existían. Estuvo recordando ordenes sin sentido mientras veía a través de la ventana de su coche lujoso el paisaje helado que lo rodeaba y vino a su mente el próximo dolor de cabeza que le tocaba afrontar. Estaban presionándolo para que encontrara una pareja pronto y se casara.

Asegurar el linaje de su finísima estirpe cuanto antes era un sagrado deber y ya tenía la edad suficiente para contraer matrimonio con un omega de su misma categoría social que engendrada muchos herederos. Sería un jodido fastido tener que emparejarse con alguien por compromiso. No encontraba a un omega digno de estar con un alfa tan perfecto como él según su modesta opinión. Cabe resaltar que le habían arreglado un montón de citas concertadas, sin embargo, ninguna de las "novias" le agradó, siendo iguales a las estatuas de cera, calladas, sumisas y sin una chispa especial que resaltara alguna cualidad meritoria. Rechazó todos los prospectos de esposas que le ofrecieron, no buscaba un adorno para su sala, mucho menos un pedazo de carne que solo supiera engendrar descendientes.

Sus bendiciones de nacimiento no se limitaban únicamente a su increíble poder y al hecho de ser un cambia formas del tipo depredador como lo presumía orgullosa la especie de los leopardos blancos, también lo consideraban ridículamente hermoso debido a su apariencia, la clase de alfa dominante que atrapaba la atención de los demás con su mera presencia en escena. Le bastaba sonreír para tener rendido y suspirando a quien quisiera doblegar a su antojo. Su carisma y aura atrayente enloquecían a alfas, betas y omegas por igual, aunque nunca se había enamorado realmente. Quería encontrar a su destinado o tener sexo sin ataduras cuando le dieran ganas de aparearse. Vivir la vida a sus anchas libre de complicaciones le daría una enorme satisfacción porque dudaba encontrar a un ser tan único como él capaz de compararse con su belleza y ganarse su amor.

"Mi pequeña bendición"Donde viven las historias. Descúbrelo ahora