Uno, dos. Uno, tres, cinco...diez, respira. ¿Nubes? Suspira. Veinte, cincuenta ¿estrellas? Uno dos, cuatro ¿ovejas? Y se le escapa el aire. Uno, tres, y vuelve a tragar. El ruido no cesa en el silencio; la sombra no es del todo oscura. Se cuela la luz por las persianas y atraviesa sus párpados, que ni apretados dejan de ser traslúcidos. Toma un profundo respiro y vuelve a contar. Ruido...mucho ruido y éste no da tregua. Uno, dos y el silencio se interrumpe de inmediato. Ahora hace calor y el ruido empeora. Presiona las almohadas sobre su sien y no consigue ensordecerse. Hunde su cabeza boca abajo contra el colchón, pero sigue habiendo ruido, silenciado, pero ruido. ¿Soportable? Se pregunta. Uno, seis, - ignóralo -, se ordena. Apagado está, pero sigue habiendo ruido.
Saca una pierna para refrescar la desesperación y por su mente pasa la solución, pero ésta tiene consecuencias. - No, no, todo es mental - se persuade. Uno, dos, ocho...lo comienza a conseguir. Sus párpados pesan y se comienza a sumergir. -Hasta mañana- murmura, pero le interrumpe la presencia de la estética y sus ojos se abren de golpe. Ruido, otra vez, el ruido, y un hormigueo comienza a recorrer por sus músculos. Lo siente en su frente, lo siente en su espalda; hace calor y ahora empieza a sudar.
Su brazo se extiende y su mano se arrastra palpando la madera de su mesa de noche. No encuentra lo que busca. Gira la cabeza. La luz rojiza del reloj ilumina su camino, y, por fin, encuentra el bendito recipiente amarillo que bajo el reflejo parece anaranjado. Lo toma y presiona el sello de la tapa. Una pastilla. -En este momento no importa la dosis- ¿dónde está el agua? No hay. El sabor amargo corre por su garganta y se atora a medias. Carga saliva y vuelve tragar. Tose. – Hubiese buscado el agua- se recrimina, pero ya está, - puedo vivir con esto, puedo dormir...-.
Uno, tres, quince...retumban sus oídos. ¡Wendy! Parecen estallar. ¡Wendy! Y rechina el óxido de la llave del tocador. ¡Wendy! Y comienza a contar de nuevo. El agua fría corre con presión y se acumula sobre sus manos. En su rostro se adivina el alivio y en su interior se apacigua el cansancio. Uno, dos. Uno, dos. Presiona el envase, junta las manos y mezcla la crema. Acerca los dedos cuidadosamente sobre el contorno de sus ojos. Elixir afirma ser, o así describe el recipiente que lo contiene. Mágica panacea de aroma indescriptible que desinfla las bolsas que sostienen sus ojos; ¿fórmula secreta que dice detener el tiempo? – Pues funciona ya- le ordena...funciona y el aroma a rosas se cuela por su nariz... Sus párpados se mueven más lento de lo normal y la luz le muestra su reflejo, el reflejo de siempre, pero intuye una sensación forastera y vuelve a parpadear.
¿Quién es ella? Pliegues, manchas, poros y arrugas... ¡arrugas! Se sobresalta y presiona sus ojos con sus manos y todo vuelve a la normalidad. ¡Mamá! ¡mamá! Un tirón en su falda le advierte que debajo de ella se encuentra un semblante emocionado que no deja de hablar. - ¡Hoy es la semifinal! - - Ahí estaré- le contesta mientras se retuerce para colocarse el saco. -Necesito el dinero de la inscripción- - Busca mi chequera- - ¿La negra? – Sí, mi chequera, la única. – En otras noticias, los índices del mercado parecen crecer debido a la...- Mamá, mamá – interrumpe la voz el televisor. Rocía un poco de perfume sobre sus muñecas. – Mamá-. Ahora sobre su pecho. – Mamá – y ahora sobre su cuello. No hay que olvidar el cuello. Ese escondite a la vista de todos que enciende la carne, ese rincón de los afortunados servidores que visitan para saciar la sed. Importante no olvidar salpicar ahí. Cierra los ojos y respira, cierra los ojos y se transporta. Esas sensaciones lejanas, esas emociones adormecidas, que los simples besos no pueden despertar. -Aghh- se escucha un grito antes de un llanto. ¿Llanto? Los ojos cristalinos frente a ella ahora derraman lágrimas y su reflejo también, su pecho se contrae y una sensación se atora en su garganta. Ruido. Los gritos acarrean eco. - ¡Me salpicó en el ojo! – y reacciona tomándole el rostro a la niña. Con la manga de su saco intenta limpiar su dolor. - ¡Arde! - Se queja. Sí que arde, ahora siente que sus ojos están por salirse de sus cavidades. – ¡Trae agua! – le ordena al otro, que como espectador ha observado la escena, con su boca entre abierta, mugrienta en leche y chocolate, y que su colorido se entremezcla con el matiz del único diente que cuelga de su encía.
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Wendy
Short StoryEn un mundo donde los límites entre la realidad y la pesadilla se desdibujan, una madre lucha por encontrar su camino. Entre el caos de un reloj que marca el ritmo de su tos y las voces que la llaman, su mente se adentra en un laberinto de confusión...