Cretea

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El mapa de Prythian y el continente se extendía tanto a sus espaldas como sobre la mesa que tenía enfrente, lleno de diversas marcas. Una línea dorada separaba la tierra de los fae de las tierras mortales. Alzó la cabeza cuando la puerta del estudio se abrió, revelando a las tres hermanas. Las estudió en silencio, siempre preguntándose quién estaba realmente a cargo de aquel sitio. Su cuerpo tenía marcas de guerras y batallas, algunas ya cicatrizadas, otras que todavía ardían si las contemplaba por un rato. Sin embargo, de las tres, solo una de ellas parecía ser la que estaba realmente comprometida con la causa, aunque las otras dos mostraban un apoyo igual de admirable.

Nesta se acomodó a su derecha, Feyre a su izquierda, y Elain la miró desde la punta de la mesa.

—¿Han conseguido información sobre los habitantes de Cretea?

—El sitio parece abandonado —empezó Nesta, mirando al mapa, apoyando un dedo sobre la isla en cuestión. Una barrera del mismo color que el Muro se trazó alrededor de la yema—. Algunas afirman que necesitamos intervención de Sacerdotisas —comentó, pese a que no sonaba tan convencida como a Crole le hubiera gustado. Miró a las otras dos.

—La Corte de la Noche probablemente envíe a su Maestro Espía y algunos espías, puede que con la misma intención que nosotras —dijo Feyre.

—La Corte de la Primavera sigue en situación precaria. La Dama no termina de adaptarse a la magia en su cuerpo, por mucho entrenamiento intensivo que se le dé —añadió Elain. Crole se mordió el interior de la mejilla.

—No podemos obligar a un infante a ser un adulto —suspiró, como si eso dijera algo. Sus manos presionaron más contra el borde de la mesa—. Si el informe de Ala Roja respecto a Hybern es correcto, pronto tendremos problemas. ¿Cuán grande crees que sea lo que tienen bajo la manga?

—Si todo Prythian se une contra ellos, podría haber una buena posibilidad de que alcancemos una victoria con pocas bajas —comentó Feyre, mirándolas a las tres. Su mirada era la de un líder, como siempre, pero ahora empezaba a tener el porte de uno. Elain tenía el mismo aire, aunque ella parecía estar viendo incluso más allá de la batalla, con sus ojos siempre en varios sitios a la vez.

Azriel contemplaba en silencio a la Sacerdotisa que ayudaba a la Dama de la Primavera a beber el brebaje que el Emisario apoyaba contra sus labios

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Azriel contemplaba en silencio a la Sacerdotisa que ayudaba a la Dama de la Primavera a beber el brebaje que el Emisario apoyaba contra sus labios. Inclinó la cabeza hacia un costado, estudiándola con la misma tranquilidad con la que ella lo había hecho al verlo.

—Quédense aquí por unas horas, iré a resolver los asuntos que tengo pendientes y luego los podré ayudar a regresar rápido a su Corte.

Pese a que no iba dirigido hacia él, Azriel se encontró asintiendo a la vez que se separaba de la pared, sus sombras susurrándole con sus voces apenas audibles todos los movimientos que pasaban cerca. Sabía que los muros se habían vuelto a erguir casi con la misma fuerza que tenían antes, sabía que la hembra que caminaba a su lado, completamente silenciosa, apenas tenía unas pocas horas de sueño con ella. Sus ojos turquesa se veían más opacos, resaltando un anillo de un verde casi azul oscuro que rodeaba su iris, así como las marcas negras bajo sus ojos.

Una Guerra de Rosas y EspadasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora