La casa

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Dicen que, en las altas madrugadas ruidos extraños se escuchaban. Llantos de niños y pasos estruendosos en los pasillos, las puertas y ventanas eran tocadas; y en el lago, el agua se arremolinaba. Esa casa está maldita.

⎯ ¡Emilit, deja de asustar a tu hermana! ⎯profirió la señora Cassie, a su hija mayor. Mientras la más pequeña, Salomé, sollozaba en el regazo de su abuela, Nora.

⎯ Mamá solo comentaba lo que había leído en el libro. Además, ella preguntó ⎯respondió la aludida, encogiéndose de hombros sin importancia alguna. Sin esperar respuesta de su progenitora se colocó sus audífonos, mientras que sus ojos veían tras la ventana del auto, esperando llegar a su destino.

Habían alquilado una casa campestre a las afueras de la ciudad que visitaban, por 4 días y tres noches.

Su padre estacionó en la entrada de la portería principal. Ya que en el sitio alquilaban muchas más casas campestres a turistas, como ellos. Con gran entusiasmo le informa al vigilante hacia donde se dirigía, este anonadado pregunta dos veces más. Tras confirmar todos los datos, los dejo pasar; no sin antes darles una mirada de angustia en su marcha. Para Emilit fue extraño esa mirada, no entendía el porqué de ella.

Un señor alto y una señora baja de cabello negro los recibieron cuando llegaron a la casa. Nancy, la señora y el señor Alfredo muy amables fueron al darles la bienvenida.

⎯ Bienvenidos a la casa 103 ⎯fue su saludo, al llegar a ellos.

Las fotos que habían visto en el sitio web, no le hacían honor a la casa. Pues, era más hermosa. Grandes jardines la rodeaban, su edificación de dos pisos elegancia le brindaba. Su fachada blanca y todo pulcro estaba. La piscina amplia, y a su alrededor flores rojas la adornaban.

La señora Nancy, con gracia les indica sus habitaciones. Emilit se dirige a la que queda en el segundo piso, al frente de la piscina para ver los árboles en la propiedad. El lugar era muy hermoso. El aire gélido de la habitación coloca sus vellos en punta apenas entra, sintiendo algo extraño.

Antes de ingresar, una voz le hace sobresaltar. La señora Nancy, a su lado se encontraba. Pequeña y sigilosa, jamás escuchó sus pasos. Indicaciones le dio y con una sonrisa maternal se marchó.

La noche estaba en su crescendo y mientras Emilit leía en su teléfono, un llanto la hizo levantar de la cama. Cerca de la piscina, el sr. Alfredo se encontraba con una niña en brazos, meciéndola de un lado para otro. Antes de irse a la cama, un graznido hace que levante su vista a los árboles, pero no ve nada. Con el ceño fruncido, vuelve su vista a la piscina, pero no ve a nadie. Con extrañeza y con un sabor amargo en su boca, cierra la ventana y vuelve a la cama para descansar.

A la madrugada, se despierta asustada. Destellos de luna se hallaban en la habitación, sus ojos se posan en el rincón. Y ahí, siente que su corazón cae al piso; pues, una silueta la observa. Sus labios empiezan a temblar, prende la linterna de su teléfono y alumbra al rincón, pero no observa nada.

Aturdida y con un escalofrío recorriéndole la piel, se levanta para ir a la cocina en la planta baja.

Sus pasos son los únicos que se escuchan en el lugar, hasta que, más pasos se acercan rápidamente a ella. Una risa resuena a su lado, y un frío le recorre la piel.
Los latidos de su corazón se aceleran, sus vellos se erizan y la sensación de que algo la observa no se va, hasta que llega a la cocina iluminada.

Exhalando un suspiro, saca la jarra de agua de la nevera, sirve en un vaso y empieza a beber. Y sin previo aviso, en total oscuridad queda.

El silencio de la noche la acompaña, sus latidos frenéticos y sus vellos en punta están.
¡Tranquila, tranquila! Se dice.
Cuando sus labios tocan otra vez el vaso, una voz le empieza a susurrar: “Vete, o sino morirás” “debes irte, antes del plazo programado. O morirás, morirás” una risa final la acompaña, haciendo que sus piernas tiemblen y, el cristal del vaso al piso estrellarse haga eco. Sus ojos llorosos están, mientras llega la luz y corre a su habitación.

Aunque intranquila estaba, sentía miradas, susurros en la noche y brisas chocar en su cuerpo. A nadie le comentó lo que sucedió, y lo mismo de la primera noche no se repitió.

Estoy paranoica, solamente es eso. Se repetía una y otra vez.

El día final había llegado, sus cosas ya estaban montadas en el auto y antes de partir le pregunta a la señora Nancy:

⎯ ¿Qué hicieron para que la niña no llorara estas noches?

⎯ Acá no hay niños. Ahora, les doy tres segundos para correr. ⎯ sonríe. Y no una maternal, es una que te asegura que estas en el sitio equivocado.

Corre, corre. Le dice su cerebro.

Sus latidos descontrolados están, gritos de su hermana se hacen presentes mientras sube los escalones. Sin saber para donde ir, va a hacia donde se hospedaba. Intenta cerrar la puerta, pero no cede. Con el corazón a mil, vuelve a empujar, esta vez la puede cerrar. Sus ojos se dirigen al baño, se adentra y cierra para así esconderse e intentar pensar que hará. Siente lagrimas recorrer sus mejillas, mientras se recuesta en la fría pared del baño.

Pasos resuenan, su cuerpo rígido contra la fría pared. La puerta del baño se abre antes de que el Sr Alfredo la alcance, cuando lo ve sonriente, grita.

Ya sabe su final, escuchó los gritos de su familia. Cierra los ojos antes de que el Sr. llegue a ella.

Sus ojos se abren antes de sentir la muerte, recorre el lugar donde está. El auto, la entrada, su familia, el vigilante. Y todo vuelve en sí. El llanto, los gritos, los pasos, los susurros.

Va a morir.

🖤

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