La sangre salpicó los azulejos blancos del baño acompañados de una serie de impactos rápidos y repetitivos similares al sonido que provocaría una cuchillada, pero este sonido se volvía insignificante frente al rugido constante de la regadera abierta. Los desesperados intentos del hombre por pedir auxilio se desvanecían en medio de la disonancia, aunque, en realidad, poco importaba ya que incluso si el ruido del agua se detuviera, la sangre que de a poco inundaba su garganta haría inalcanzable la tan anhelada ayuda, dejando como único ruido en el baño los angustiosos gorgoteos que escapaban de su garganta y que se llevaban con ellos su último aliento.
Dejé caer su cuerpo al suelo con un golpe sordo amortiguado por el agua. No apagué la regadera, preferí dejar que el vapor del agua caliente y las salpicaduras hicieran su trabajo y borraran la escena del crimen ayudando de paso, a ahorrar un poco del mío.
Caminé cuidadosamente fuera del baño y a través del pasillo, sabía que no había nadie en casa, pero no estaba de más ser precavido. Para mi fortuna, la siguiente habitación y mi siguiente parada estaba justo al otro extremo del corredor así que no me tomó mucho esfuerzo llegar.
Al ingresar en la habitación, no me detuve a admirar el entorno pues ya lo sabía de memoria. La habitación estaba pintada de azul oscuro, lo que hacía que se sintiera casi claustrofóbico estar dentro, gracias a la oscuridad nocturna que llenaba la habitación y que solo era quebrantada por la luz de la luna que entraba por la ventana en el muro frente a la puerta.Había un armario cerrado a la derecha y la cama escasamente tendida a la izquierda. ”Una habitación simple pero sutil para un adolescente”, pensé, al tiempo que fijaba la vista en el suelo.
Allí, junto a mis pies había una chaqueta deportiva negra, una sudadera del mismo color y unos tenis poco llamativos, todo tirado descuidadamente –y de manera conveniente– en el suelo junto al resto de su ropa que, no sería difícil deducir, era toda la que tenía,lo que me hacía preguntarme “¿para qué diablos usaba el armario entonces?”, supongo que no podía esperar mucho de todas maneras. Lewis, el hijo mayor de la familia era un adolescente promedio en toda regla, y era bien sabido que no era precisamente un modelo de orden e higiene personal.
Negué con la cabeza. No era momento de pensar en trivialidades, debía salir de este lugar antes de que la familia volviera, porque en cuanto lo hicieran no tardarían en darse cuenta de que su amado padre y esposo se habría ahogado en su propia sangre en el suelo del baño.
Con mis manos enguantadas tomé la ropa del suelo y la intercambié con la mía con cuidado, evitando movimientos bruscos. Mientras lo hacía, el frío nocturno acarició mis brazos y piernas desnudas. Me vestí con rapidez y llevé la ropa que ya no me pertenecía de hasta el baño, donde el agua caliente podría hacer desaparecer cualquier rastro de evidencia accidental.
Volví al pasillo y caminé en silencio hasta llegar a los primero escalones de la escalera. ViMiré hacia atrás una última vez y vi los dedos ya arrugados del hombre asomándose por el marco de la puerta del baño, casi como si aún intentara pedir auxilio. Escuché el sonido constante de la regadera. Un suspiro salió de entre mis labios y sonreí.
Estaba hecho.
Descendí las escaleras con rapidez, avancé por el oscuro recibidor, y al llegar a la puerta, deslicé mis dedos húmedos pero enguantados por sobre la fría superficie del espejo junto a la salida, me miré por última vez, las gafas oscuras y el tapabocas eran perfectos. Sabía, dentro de mi que esta no sería ni la primera ni la última vez que los usaría.
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Al límite de la traición
General FictionEn el mundo de Asher, el bien y el mal son líneas definidas, sin matices ni ambigüedades. Sin embargo, su perspectiva se tambaleará cuando Andromeda, la encarnación misma de la maldad, irrumpa en su vida con estruendosa urgencia y cambie su mundo pa...