Había aprendido a disimular los soyozos. Todas los noches que había pasado llorando habían dejado huella. No necesitaba avandonar aquella sala, podía llorar sin que nadie se enterase, su larga melena negra y el enorme móvil que sus manos sujetaban, escondían las lagrimas que brotaban de sus hermosos ojos azules. Todas las personas que allí había lloraban la perdida, execto una,su abuelo. En los venticinco años que llevaba de vida nunca le había visto llorar. En cierto modo se alegraba, ver llorar a un abuelo no es una cosa que agrade. Aunque aguantar las lagrimas no sea bueno, agradecía la fuerza que aquel anciano demostraba tener. Siempre había visto a su abuelo como un tipo duro, pero por primera vez se había parado a pensar que aquella dureza no era mas que la presión de aquellas lagrimas luchando por aflorar. Daban las diez de la noche y toda la familia seguía en aquella sala sin mediar palabra, deseando que pasase el tiempo y que todo volviese a la normalidad. Alicia fue la primera en hablar decidida a volver a su casa, descansar y despertarse al día siguiente desenado que todo esto acabase. Como tanto había deseado aquella noche dieron las doce de la mañana y como cada sabado Alicia se levantó dispuesta a comerse el mundo. Se duchó, desayunó e intentando no pensar en la noche anterior salió de compras, el día de reyes se aproximaba y sus sobrinos no se habían quedado cortos en la carta a los reyes. Había pasado toda la mañana de tienda
en tienda y por fin había comprado todos los regalos. Decidida a volver a casa y probar la gran tarrina de helado que habia comprado en la tienda de la esquina, se monto en el coche y arrancando emprendio su camino. En la radio sonaba su canción favorita "Let her go" asi que relajarse no le resulto difícil. Cuando llego a casa cuatro canciones mas tarde decidió no molestarse en envolver los regalos y sentarse en el sofá a ver la tele con su gran tarrina de helado.
Pasaron las horas y aquella tarrina parecía interminable, no le apetecía moverse, asi que, continuó comiendosela como si nada. Ya casi estaba terminada cuando derrepente sonó el timbre. Era Nacho, su novio, había regrasado dos días antes de su viaje de empresa lo cual provocó una enorme alegría en Alicia. Planearon ir a cenar y su restaurante preferido y ya eran las ocho cuando Alicia asomaba por la enorme puerta del salón con su elegante vestido rojo.