I Consecuencia y razón

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No tiene sentido imponer una norma si no hay sanción.

La ley se hace sin el consentimiento de los individuos pues su fin es regular su conducta y conseguir el bien común. Dios es el Juez y su Palabra escrita es la ley; el universo entero es regido por él. El pecado es violación a la ley.

Y mandó el SEÑOR Dios al hombre, diciendo: De todo árbol del huerto comerás. (Gen 2:16).

La libertad que el hombre tenía era plena, se le ordenó ser libre y obedecer le hacía bien.

¹Pero del árbol del ²conocimiento del bien y del mal, ³no comerás de él; ⁴porque si de él comes, ⁵morirás. (Gen 2:17).

¹Entonces ¿Qué diremos? ¿Qué la pena establecida por Dios es exagerada? De ninguna manera. El SEÑOR decidió dar libertad al ser humano, incluso para escoger si quería mantenerla o no.

²Había que decidir entre dos opciones: primero, confiar en lo que, hasta hace un momento, Dios había determinado como bueno y malo (bueno es comer de todo árbol del huerto excepto de uno; malo es comer de ese único árbol porque morirás). Y segundo; definir nosotros mismos lo que es bueno y malo, no confiando en él y determinar exactamente lo contrario.

³La primera orden dada al hombre es permisiva: de todo árbol del huerto comerás. Pero esta segunda orden, aunque prohibitiva, también es buena, pues cuidaba mantener al hombre en la libertad del anterior mandamiento. Para Dios los derechos y obligaciones impuestos al género humano son benignos a fin de garantizar su razonamiento, seguridad y bienestar.

⁴Morir no solo era la consecuencia de desobedecer, también la razón para no hacerlo: No lo hagas porque morirás. Dios advirtió esto antes. El SEÑOR estaba teniendo un enternecedor cuidado, siendo claro y razonable: No lo hagas.

⁵Sin embargo, el hombre, de lo que no debía comer, comió. Adán murió. La sentencia estaba garantizada: morirás, no había duda de eso. La consecuencia fue equivalente en medida y peso al orgullo demostrado. Tenía un innumerable "sí" a todo lo que quisiera y solo un "no" y como un necio anheló lo único que no debía probar. Quiso todo o nada y con nada se quedó. Y ¿Cómo supones tú, que Dios debía responder? Al comer, Adán ¿no demostraba que rechazaba determinante la vida?

¿Tú lo harías mejor? Debes saber que cada día eres puesto a prueba, y no has decidido ni mejor, ni distinto a tus antepasados. Eres incapaz de hacer otra cosa que herir a los demás, a ti mismo, y justificarte.

Por tanto, como el pecado entró en el mundo por un hombre, y por el pecado la muerte, así la muerte pasó a todos los hombres, por cuanto todos pecaron (Rom 5:12)

Al día de hoy no es distinto, eres semejante a tus antepasados, obstinado y orgulloso, desde el principio.

La instrucción es clara: Confía en el Señor de todo tu corazón y no te apoyes en tu propia prudencia (Pr 3:5).

Tal vez tú preguntes ¿Por qué debo cargar yo con la culpa de los errores de mis antepasados? Y pienses en que esto no es justo.

No digas eso, ni pienses así. Pues tu no llevas sobre ti otra carga que no sea la que mereces. Pues no confías en la sabiduría del Señor que te ha dejado disponible por su Palabra escrita. Eres desobediente y malagradecido, no tienes el menor interés, ni conocimiento; ni temor por tu Creador y solo le extiendes la mano cuando necesitas y sufres las consecuencias de tus malas decisiones. No eres capaz de controlar nada, ni las circunstancias, ni el tiempo. No conoces a las personas, ni siquiera a ti mismo; engañas a los demás y te engañas a ti también.

Enseñas tus supuestos conocimientos y experiencias tan solo para darte aires de grandeza, de los cuales ni siquiera tú crees, ni sigues. Estás perdido y te consuela arrastrar a todos los que puedes contigo. Aunque vives todavía, no sabes cómo te has mantenido así. No necesitas esperar para gustar la muerte pues ya lo haces, caminando sin futuro ni propósito; huyes del pasado y temes lo que vendrá. A veces te ríes, y parece que descansas, pero ¿Cuánto dura? Es la evidencia palpable de que estás completamente separado de Dios. Bajo tus propios términos decides que todo lo que haces es bueno, justificas tu maldad y estupidez comparándote con otro ser humano, pero él no te castigará y tampoco puede salvarte.

Esperas y exiges que tus pequeños destellos de bondad alcancen para contentar al SEÑOR, pero permíteme recordarte una vez más (lo que es tan claro como el agua, pero ya te diste cuenta lo terco que eres y lo mucho
que te cuesta entender) No es lo que tu definas, pues eso solo lleva a la muerte, es lo que el Señor ya estableció para la vida. -Yo sé que estoy bien con Dios -insistes, pero no, no lo estás.

Ten por seguro que morirás como todos los demás, pues la justicia de Dios exige que se cumpla fielmente su sentencia. Todos pecamos y por eso todos morimos.

Incluso el Señor Jesucristo cuando se humilló así mismo haciéndose semejante a los hombres (Flp 2:8) murió. Pero él no cometió ningún error, fue perfecto. El no merecía morir ¿Y por qué lo hizo? Para que entonces la justicia de Dios se cumpliera y tu pudieras quedar libre; él murió en tu lugar. También resucitó demostrando que Él es, quien dice que es: Dios. Y así nos promete que, si confiamos en él, y le obedecemos, la muerte no nos retendrá para siempre y resucitaremos con él.

Lo cierto es que Adán no murió inmediatamente, pues Dios había dado una orden antes todavía, fructifiquen y multiplíquense (Gen 1:28) y así fue. Pero este tiempo, de echo largo, que adán tuvo antes de morir (Gen 5:3) fue la evidencia de que:

(El SEÑOR) es paciente por amor a ustedes. No quiere que nadie sea destruido, quiere que todos se arrepientan (2 P 3:9).

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⏰ Última actualización: Sep 12, 2023 ⏰

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