1._Violin

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Los geriátrico solían ser sitios muy deprimentes para Mary que años atrás trabajo en uno de ellos. No solo el ambiente y el ánimo de los residentes solía ser taciturno, sino que también la arquitectura de esos lugares parecía tener un aire mustio, pero ese era particularmente vibrante. Los residentes se veían por los jardines charlando y riendo bajo el tibio sol otoñal. Estaban vestidos con colores claros y alegres como esos pasteles que te dan en los bautizos o bodas.

El corredor adoquinado provocaba que las botas de Mary dieran a su paso un sonido fuerte y claro que parecía ir tomando fuerza confirme se adentraba en el túnel que la llevaba lejos del área verde del edificio. Esa área estaba reservada para los residentes en condiciones especiales como eran lo que no podían levantarse de las camas. Pero incluso en ese lado del geriátrico el ambiente no dejaba de ser agradable. Sin embargo, cuando al consultar a una enfermera por quien iba a visitar está la llevó a un pabellón todavía más apartado, las cosas cambiaron un poco.

Mary llevaba un abrigo ligero de color marrón y la capucha puesta. Se la quitó apenas le abrieron la puerta de una habitación al fondo de un padazido sombrío y silente.

–¿Quién es?– preguntó una voz masculina que se escuchó como un cartón corrugado.

–Soy yo, Cecilia. Tiene visita– le respondió la enfermera– Una sobrina suya a venido a verlo.

–¿Sobrina? Yo no tengo sobrinas. No vivas.

–En realidad soy la hija de tu sobrino, tío Manuel– le dijo Mary entrando en la habitación y obligando al viejo postrado en la cama a sentarse en busca de sus gafas en la mesa de noche.

–¿Carla?– preguntó con emoción.

–Mary– lo corrigió la muchacha.

–Aaah...No te conozco– exclamó el viejo.

–A veces se le olvidan las cosas– le susurró la enfermera a la visitante.

–Pero todavía tengo muy buen oído– le dijo el anciano a la empleada que se despidió sonriendo de manera indulgente– Esa mujer es una alcahuete– exclamó el viejo acomodándose en la cama para examinar a la mujer delante de él– No te quedes ahí. Acércate. Ven acércate, quiero mirarte de cerca. Aah sí...te pareces bastante a tu padre, Melissa.

–Mary...

–Sí, sí...– murmuró haciendo un gesto con la mano para restarle importancia– Me alegra que vinieras. Hace mucho que quería que alguien de la familia llegara por aquí, pero como no tuve hijos y no tengo vienes que dejar...nadie se acuerda de este anciano.

Mary se sonrió con un poco de tristeza. Había sido él quien le envío una carta pidiéndole que lo visitara un mes atrás.

–¿Quieres traerme la maleta que guardo en el closet, por favor, Bárbara?

–Soy Mary, tío.

–Sí, sí, sí...

Mary llevaba una mochila colgando de su hombro, la dejó en el piso para ir por la maleta que estaba algo pesada. El viejo le pidió que la subiera a la cama, a su costado. Estaba muy entusiasmado con lo que fuera que allí guardaba y mientras con sus temblorosas manos intentaba abrir la valija, la iba hablando del importante director de teatro que había sido años atrás y de cómo allí había conocido la que fue su esposa. Mary lo escuchaba con el mismo ensoñamiento en su mirada de cuando era una niña y lo oí hablar de todas esas obras que vio desfilar por su teatro. El viejo tío Manuel, el lunático, el extravagante, el que para nada era un ejemplo a seguir fue para Mary el más admirado de sus parientes, aunque solo lo vio tres veces siendo ella apenas una niña. Por eso y pese a que tuvo que hacer un viaje de doce horas en trenes y autobuses, pues no tenía dinero para un avión, Mary viajo hasta ese geriátrico.

La última cuerda.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora