2._Café

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En el pueblo había una casa de huéspedes donde Mary rentó un cuarto. La dueña era una señora amable que hasta le ofreció una rebaja si aceptaba hacer la limpieza de la cocina todas las noches. El porcentaje de descuento era bastante bueno por lo que la muchacha aceptó el trato, recibiendo la llave de su habitación en el segundo piso de la casa. Se trataba de un cuarto pequeño, pero muy bonito y cómodo, con una ventana que daba a la calle. Contaba con su propio baño y sistema de calefacción por caldera algo que Mary no había visto desde que vivía con su abuela.

Después de tan largo viaje Mary estaba cansada por lo que decidió darse un baño y ponerse algo más cómodo para descansar. Nunca viajaba con demasiada ropa por lo que no tenía muchas opciones de vestimenta. Al poner la mochila en la cama también descansó allí el violín quedándose viendolo un momento. Realmente esperaba poder conseguir las cuerdas para el violín de su tío abuelo, pero la impresión que tuvo del tal Bills la desalentó bastante. Suspirando tomó su toalla y artículos de baño para ir a refrescarse. Al salir se tendió en la cama a leer un libro de bolsillo que llevaba consigo y ahí permaneció hasta la hora de la cena, ajena a todo el revuelo que había en el pueblo.

El hallazgo de la mujer desollada no pasó inadvertido. Desde los campos de cebada la noticia llegó al pueblo antes que los vehículos de emergencia que transportaban y escoltaban el cuerpo que fue dejado en una pequeña morgue que había en el sótano de la única consulta médica que había en el lugar. No faltaron los curiosos que merodearon por las cercanías buscando ver algo, pero no consiguieron mirar nada que satisfaciera su morbo.

Merus tuvo que ir a la jefatura de policía ha hacer su reporte del caso, después de que otros oficiales se hicieran cargo del asunto. La gente del pueblo no lo sabía, pero ese era el segundo cuerpo que encontraban en esas condiciones en tres meses. El primero pertenecía a una mujer desconocida, posiblemente una turista. Sus restos seguían en la morgue. Aquella también era una mujer caucásica, de unos veinticinco a treinta y cinco años. Fue hallada en las afueras del pueblo, desollada de los pies a la cabeza y todo parecía indicar que le habían arrancado la piel mientras aún vivía. La policía manejo el asunto de forma discreta. El pueblo era pequeño y no querían echar a correr el pánico colectivo.

Merus hizo su reporte y fue por sus cosas al casillero para retirarse. Tomando su mochila lo encontró uno de sus compañeros que quiso saber un poco más de la mujer del campo de cebada, pero el chico no le dijo mucho. No era un tema para discutir en los pasillos y a decir verdad, el cuerpo de esa mujer lo impresiono un poco. Como policía había visto muchos cadáveres, pero ese fue particularmente perturbador.

–Mañana estarás de franco ¿no?– le dijo su compañero tomando su chaqueta, después de rendirse en su interrogatorio– Deberías aprovechar de distraerte un poco. Sal, invita una chica linda a una cita. No serás joven toda la vida, Merus– le aconsejo el oficial dándole unas palmaditas en el hombro. Él iniciaba su turno por lo que tomó el pasillo hacia las oficinas mientras Merus lo hizo hacia la salida.

El muchacho se encaminó hacia su casa que no estaba muy lejos del cuartel. Solo un par de calles hacia el sur. Todas las mañanas y todas las tardes Merus recorría esas aceras recibiendo algún comentario simpático de los viejos dueños de tienda que le conocían y tenían en estima. Era un muchacho gentil, siempre dispuesto a prestar ayuda a los demás por lo que se ganaba rápido el afecto de la gente buena. Los mezquinos y quebrantadores de la ley, por el contrario, lo veían con recelo y desprecio. Se podría decir que Merus era ese tipo de persona con el don de extraer la naturaleza de la gente solo con pararse delante de ella. Algo de lo que él no era muy conciente.

El joven policía vivía con su hermano mayor en una casa de dos niveles de impecable fachada, ubicada entre una librería que era el único establecimiento que brindaba útiles a los escolares y una florería. Esa tarde el olor a comida casera advirtió a Merus que no estaría solo para cenar como solía hacerlo. Al entrar en la casa, lo primero que hizo fue dejar sus zapatos en la entrada. A su hermano no le gustaba que usará esas pesadas botas en su hogar.

La última cuerda.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora