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Blake

Parecía que hasta el cielo comprendía el horrible día en la capital de Bronge, Naliza. Las leves gotas de lluvia empapaban a las muchas personas que se encontraban rodeando el cementerio, una caravana que se extendía hasta la entrada del mismo, gente con rostros tristes y mirada en el suelo.

Yo tenía 17 años cuando ocurrió el ataque a la reina Lizbeth, el reino entero se paralizó, y todo el mundo lloró su pérdida. A la reina la habían asesinado brutalmente.

Gracias al trabajo de mi padre, yo tenía un puesto bien adelante, casi frente a la tumba de la reina, podía ver perfectamente al rey, imponente como siempre, sin darse lujo al sufrimiento. Enojado, con rabia. Ponía una mano sobre el hombro de su única hija, la legítima heredera al trono, una muchachita escuálida de 12 años, que, a pesar de todo el sufrimiento, se vestía bien acorde a la situación. Un vestido liso negro la hacía parecer mayor, y aún más su cara totalmente inexpresiva.

La princesa Merlía no lloraba. La primera vez que la vi llorar ella ya era una adulta y me confesó que nunca había llorado frente a nadie. La princesa parecía hecha de piedra, el mismo material que la lápida de su mamá.

La castaña dio un movimiento de mano, y una dama de compañía dejó una corona de flores en el lugar. Pude ver que el rey susurraba algo a su heredera, y ella cambió el gesto a uno más impasible. Más dura, más fuerte, más inexpresiva.

Pasaron los minutos y los plebeyos paulatinamente se iban yendo, al igual que la gente más cercana a la fallecida reina. Mi padre era jefe de seguridad del palacio, así que se quedó hasta los últimos, diciéndome siempre que jamás se daría el lujo de equivocarse como falló al proteger a la reina, deseando proteger para siempre ese único retoño que había dejado la reina Lizbeth, la adorable niña que tenía el reino de un peso entero sobre sus hombros, esa misma promesa la hizo el rey, jamás dejaría que algo malo le pasara a su pequeña.

En el reino Bronge los rumores volaban y se esparcían en un parpadeo, todo el mundo sabía que la reina Lizbeth había sido asesinada, un crimen netamente político, un tema que metía a otros reinos y guerras de hace más de cincuenta años. Con toda esa conmoción, mi padre comenzó a tener más trabajo, claro, porque ahora el palacio podía perfectamente ser una caja fuerte. Poco de lo que entra, sale, y, por supuesto, el tesoro que guarda esa caja fuerte es la princesa heredera.

Los ciudadanos no conocían a su futura reina, la última vez que le habían dado un vistazo fue ciertamente en el funeral de Lizbeth, ella se escondía del mundo, tal como en los libros de cuentos para niños, el rey había creado una burbuja de contención para lo único que adoraba después de la muerte de su amada; su hija.

Si ese asesinato fue la causa de guerras por cuatro años, no quisiera imaginar a que estaría dispuesta Su Alteza a sacrificar si su única hija recibe una magulladura.

No vi a la princesa hasta cuatro años después, cuando el rey se metió la enfermiza idea en la cabeza de que tenía espías en su palacio, y que su querido retoño cundia peligro las 24 horas del día.

A pesar de lo exagerado que sonaba, tenía la razón.

...

Desde pequeño me gustó la pelea, o al menos me criaron para que así fuera. Crecí bajo la idea de ser macho, masculino, y que lo más "de hombre" que podía hacer, era empuñar una espada y pelear por mi reino.

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⏰ Última actualización: Oct 03 ⏰

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