Mientras caminábamos sobre la entrada las caballerizas se veían espantosas, las puertas rotas, cristales rotos, la malva de un metro y completamente seca, se escuchaba crujir a cada paso que dábamos, intentábamos no hacer bromas porque el aspecto de aquel rancho por la noche era tan tétrico que bastaba con el menor susto para dejar orinados los pantalones. Seguimos caminando cuando nos dimos cuenta que estábamos a unos 100 metros de la puerta por donde habíamos entrado, pensamos: será más fácil encontrar una salida más adelante que tener que regresar por ese camino oscuro. Doblamos a la izquierda, y no creíamos lo que nuestros ojos veían, ¡el camino estaba dividido en tres direcciones! La primera era tal vez la entrada a una bodega, oscura como el café que le gustaba a mi abuelo. El segundo, seguía el camino de tierra y a lo lejos sólo podíamos diferenciar más sauces mientras el camino se perdía entre la oscuridad; y por último el tercer camino que estaba a nuestra derecha, una pequeña iglesia iluminada por un foco de 60 watts; les juro que si en ese momento hubiera tenido a la mano una libreta y un lápiz, habría descrito una escena de terror mejor que Poe; frente a la iglesia había más sauces que por la caída de sus ramas y el viento que cuando soplaba fuerte se podía escuchar un chiflido, estábamos inmóviles, no sabíamos qué camino tomar, pensamos en regresar, pero aquel camino era espeluznante a nuestra edad. Aún puedo sentir el vértigo en la boca del estómago al recordar cuando escuché aquella jauría de perros venir directo a nosotros. Podía imaginar sus dientes afilados, salivando, chocando entre sí para ganar el primer trozo de carne, jadeando... esa fue la vez que corrí más rápido en toda mi vida, sentí que después de eso podía llegar a los Olímpicos en Sídney y lograr un lugar en el podio.
En cuanto salimos de ahí nos vimos a las caras y estábamos pálidos, decidimos sentarnos en el parque que estaba al lado de la entrada de aquel rancho. Fuimos a la tienda a comprar un Frutsi para abrirlo por debajo y sentir un poco de poder y anarquía en nosotros para disimular el susto que hacía unos minutos nos habíamos llevado para el recuerdo. Seguimos caminando por el fraccionamiento que medía lo largo del Aeropuerto Internacional de Toluca que precisamente se encontraba a 3 kilómetros de Los Sauces. Todos los viernes nos quedábamos en la casa de alguno de nosotros, la noche se pasaba mientras jugábamos Play y platicábamos sobre las niñas que nos gustaban y cómo eramos ridículos porque no podíamos siquiera acercarnos a saludarlas, pero en las kermeses de la escuela nos obligaban a casarnos con alguna que nos gustaba si teníamos suerte, ahí ya no había de otra más que entablar conversación. En ese momento ya no éramos ridículos, nos sentíamos realizados.
Hubo cuatro momentos de mi infancia que me marcaron para siempre.
1) "Escarcha" se muda de casa. Juan, el menor de los tres tuvo que irse de Los Sauces para vivir del otro lado de la ciudad. Aunque al principio fue difícil, los fines de semana volvía para vernos y la pasábamos muy bien, hasta que se divorciaron sus padres y jamás lo volvimos a ver por ahí.
2) La niña que era mi "novia". Recuerdo que siempre que salía en bici pasaba por su privada y ella estaba afuera, nos saludábamos de lejos porque una reja nos separaba, era un niño, no me juzguen. Un día pase por ahí y pude ver como metían cajas para archivos, maletas, y bolsas en su camioneta y en un camión del cual sus letras retumbaban en mi cabeza:
-Mudanza- , fue inevitable recordar a mi amigo "Escarcha" y sabía que ella también se iría, "¿qué karma estoy pagando?", pensé. Luego seguí mi camino, le conté a mi mejor amigo y sólo atinó a decir: "¿quieres jugar Nintendo?" Por supuesto que accedí.
3) "Tienes un soplo en el corazón". Esas fueron las palabras que, en su momento no entendí, pero sabía que era algo malo. A un cuarto mejor amigo le habían diagnosticado eso, cuando mis papás me explicaron recuerdo que lloré porque lo primero que pensé fue "no volverá a jugar fútbol en toda su vida" -teníamos un equipo de fútbol integrado por amigos y amábamos jugar- Faltó en varias ocasiones a la escuela, iba al hospital y siempre que eso pasaba ya lo estábamos esperando fuera de su casa para cuando él llegara. No le pasó nada, por suerte logró superar ese problema y se curó por completo.
4) Me voy de la ciudad. Fue a los 14 años cuando tuve que dejar a mis amigos de la infancia y todo lo que conocía, los lugares especiales, las canchas donde echábamos la 'reta', los timbres que tocábamos y corríamos, el lugar donde había crecido. Nos mudamos porque a mi papá le habían ofrecido un trabajo en otro estado.
Todos crecieron y de algunos no tenemos pista, sólo los recuerdos, hemos cambiado, algunos tienes hijos, otros continúan estudiando, los demás espero que se encuentren bien.
Crecimos, vimos la vida desde el punto que siendo niños decíamos que jamás haríamos, ahora estamos emborrachándonos, conociendo personas, visitando lugares, queremos encontrarnos, y aquellas cuchillas de la infancia nos llevaron hacía donde estamos ahora. Siempre creí que todos tenemos que alimentar a nuestro niño interno, ese que hace de la cosa más absurda el chiste mejor contado. La infancia como el lugar de origen de la chica del departamento; Shangri-La, es el horizonte perdido en la vida adulta, mientras dentro de nuestras memorias aún existe ese paraíso terrenal, una tierra de felicidad permanente, aislada del mundo exterior que con el tiempo va desapareciendo de las personas a la vez que se aferran a mantenerla con ellos para siempre.
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MIS CUCHILLAS DE LA INFANCIA
AdventureSeguramente no habrá nadie esperando por mí del otro lado. Ese fue el primer pensamiento luego de despertar en el cuarto de un departamento con personas que desconocía. La chica de la noche anterior parecía un ser inmortal de Shangri-La, pero no se...