Fue una tarde de otoño cuando lo vi por primera vez, cuando recién comenzaba a sentirse el enfriar del tiempo y las hojas comenzaban a caerse de los árboles, esa tarde de otoño el aire frío golpeaba mi cuerpo, y el suyo...moviendo su cortó cabello por todos lados, iba con ese andar tan despreocupado que lo caracterizaba, pero con la mirada dura y las cejas casi chocando entre si.
Cuando lo vi por primera vez, jamás creí que sería el motivo de mis sonrisas, mucho menos que sería el motivo de mis torturas y por supuesto que ni por error se me cruzo por la mente que sería el motivo de mis anhelos, de mis agonías.
Fue hasta que coincidimos en una reunión con amigos que me miro, y desde que lo hizo no dejo de hacerlo hasta el día en que se marcho. Mentiría si dijera que me negué a sus encantos, ni queriendo lo habría rechazado y por supuesto, no quería...Nuestro tiempo juntos fue fugaz, poco más de un par de meses, ¿Pero quién puso el límite de tiempo en el cual se permite amar? Yo me enamore de el desde que me hizo reír a carcajadas y consiguió robar toda mi atención. Yo me enamore de el desde que lo escuche contarme sus días buenos lleno de alegría y también cuando lo vi rabiar hasta que creí que podrías explotar de lo roja que se ponía su cara, pero me declare perdida cuando lo vi con los ojos cristalizados y solo quise acercarme a besar sus heridas. De haber podido, yo le habría besado el alma hasta sanarla.
El problema no fue mi forma de amarlo, fue su forma de dejarme ir. La facilidad con la que se desprendio de mi amor aún hace punzar de dolor mi pecho.Comenzamos siendo extraños, extraños que se morían de ganas por dejar de serlo, pero al final solo eso conseguimos seguir siendo, un par de extraños.
Un par de extraños que comparten momentos, besos, risas, historias, un par de extraños que al mirarse a los ojos pueden verse el alma, pero que jamás se atreverán a decir en voz alta lo mucho que se amaron y lo mucho que dolió.
Dicen que el tiempo todo lo cura, pero al pasar los días, los meses e inclusive los años, jamás pude borrar de mi memoria su nombre, su olor...y curiosamente fue una misma tarde de Otoño, cuando lo ví...pero está vez, también me vio.
Sus labios se curvaron en una sonrisa y desvio su andar despreocupado hasta mi.—Te haz puesto más guapa. —Me dijo con una sonrisa de lado.
—Y tu te haz puesto más feo. —Dije apunto de soltar una risa.
El si que te rió, y el sonido de su risa inundo mis oídos y consigo trajo un flashback de nuestra corta historia, en cuestión de segundos recordé cuanto lo ame y sobre todo, cuanto dolió. Así que cuando hizo la siguiente pregunta lo lógico habría sido que saliera huyendo ¿Cierto?
—¿Te gustaría ir por un café?
—Claro. —Conteste después de un par de segundos.
Todas las risas y todas las lágrimas habían marcado mi entonces joven vida. Y sin embargo, me encontré a mi misma caminando junto al dueño de mis agonías, entre risas coquetas y miradas fugaces. Y por más que mi mente decía que huyera. Mi corazón seguía repitiendo que así me volviera a romper en mil pedazos, habría valido la pena.
Yo sabía que me iba a estrellar y aún así, acelere.