Día de suerte

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Cuando se fue de Niza hace dos años atrás, pensó que Londres sería el paraíso donde sus sueños se volverían realidad. Cuando su agente lo conoció el día de su cumpleaños número veinte, él pensó: "Debe ser mi día de suerte", pues entre halagos y sonrisas prometió llevarlo a Inglaterra y convertirlo en una estrella.

Lo recuerda muy bien, ese día sus padres lo llevaron a nadar a la costa. Al mediodía y después de mucha insistencia por parte de sus hermanas pequeñas, tomó su guitarra y comenzó a cantar Formidable, a las niñas les encantaba escucharlo y sus padres sonreían con orgullo. Fue cuando Roger Patrick se acercó a ellos, le ofreció ser su agente, un boleto en tren hasta Londres y la promesa de una carrera exitosa.

No podía culpar a sus padres de confiar en alguien tan amable. Eran pobres y esta era una de esas oportunidades en la vida que no podías rechazar porque no se presentaba dos veces. Creció en el viñedo de sus padres al sur de Francia en un pueblo remoto, el trabajo era duro y siempre faltaba algo en casa. No podía permitirse negarle una mejor vida a su familia.

Finalmente en la estación de tren, un dieciocho de abril por la mañana, su padre le dijo: "Eres mi mayor orgullo" con lagrimas en sus ojos, su madre lo abrazó con tanto amor y puso una carta en su bolsillo. Sus hermanas le dieron una pequeña caja de galletas con una tarjeta que decía: "Au meilleur frère du monde, chante toujours pour tes petites sœurs". 

No volvió a Niza desde entonces.




—Debería pagarte más cariño, te mueves como nadie— Le susurró al odio mientras arremetía lentamente dentro del chico, su interior era caliente como el sol de verano.

—Ya sabes... nada te detiene—dijo entre jadeos con voz suave.

Joona sujetó sus caderas aún con más fuerza y después de algunas embestidas más se corrió dentro del chico. Llenó de besos sus hombros y su cuello, con una mano acercó su rostro para besar sus labios y con la otra comenzó a estimular su miembro. No hizo falta mucho esfuerzo para que el chico también llegue al orgasmo después de un gemido particularmente agudo.

A la mañana siguiente, Louis despertó en la habitación que había estado frecuentando por los últimos cuatro meses. Los brazos de Joona rodeaban su cintura y podía sentir su respiración sobre su cabeza. Sabía que cuatro meses era demasiado tiempo para seguir frecuentando un cliente, pero este hombre no era cualquiera, era su mejor cliente; pagaba bien, lo hacía sentir seguro y siempre pensaba en su placer sin importar lo difícil que podía llegar a ser algunas veces.

Pero Joona, por supuesto, estaba casado. Hace más diez años y tenía un par de gemelos. Su esposa no tenía idea que sus viajes de negocio se resumían en pagar chicos de compañía para pasar algunas noches en un hotel, donde podía ser él mismo, podía saciar su sed y regresar a su perfecta vida cotidiana.

No diría que estaba enamorándose de su cliente estrella, eso jamás. Pero se había acostumbrado a su rutina: una llamada en viernes a media noche para concretar un encuentro de tres o cuatro días, alquilar dos habitaciones de hotel aunque solo usaran una, hablar de su día mientras se desvestían lentamente y hacerlo la primera vez con mucho cuidado, como si Joona no pudiera creer que finalmente estaba ahí una vez más, con un chico de ensueño entre sus brazos haciéndolo gemir dulcemente y viniéndose por primera vez en semanas, para dar paso a la necesidad desenfrenada de reafirmar su pasión, de demostrar, como siempre algo, no sabia a quién, tampoco había necesidad de hacerlo porque después de todo estaba pagando por sexo. Pero Louis lo dejaba ser, haciéndole sentir que no eran dos prófugos; un infiel homosexual y un prostituto. En esa habitación de hotel solo eran amantes sedientos de un poco de pasión.

Se podría decir que estaba conformándose con migajas, pero después de casi un año en Londres vendiendo su cuerpo, alguien como Joona era lo mejor que podía tener incluso si el remordimiento de ser cómplice de su infidelidad no lo dejaba dormir por las noches, y él necesitaba aferrarse a algo.




Nada en la vida lo había preparado para el golde de realidad que tuvo al llegar a Londres, Roger Patrik lo estableció en una residencia compartida, lo dejó para instalarse y no encontró raro que la mayoría de sus entonces compañeros estuvieran durmiendo o dormitando por toda la casa.

A las siete de la tarde dos coches vinieron por ellos, los llevaron por el centro de la ciudad hasta un bar discreto con un elegante letrero azul que decía «Blue Waters».

—Parece que será un día ajetreado— dijo en voz baja una chica a su derecha— De no ser así, Roger no habría mandado a traernos tan temprano.

—¿Ajetreado?— Preguntó.

—Si, esta mañana hubo una disputa en el congreso. El primer ministro reinstauro por cuarta vez a su amante como ministra de relacione exteriores. Al parecer tiene atados del cuello a muchos diputados. Entre ratas conocen el queso rancio.

—¿Qué?

—¿No eres de aquí verdad? Tu acento te delata, ya sabes... esa forma de pronunciar las palabras y tu tono. Pero ¿sabes?, incluso como putas, tenemos que saber de política. Los políticos arrugados son los que pagan mejor, así que debes aprender rápido.

—Excusez-moi? Yo vine aquí para cantar— Aclaró con enfado y confusión.

—Como todos, cariño.

Blue Waters; My Blue WorldDonde viven las historias. Descúbrelo ahora