Prólogo: Una noche fría.

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Bajo el manto estrellado de la noche parisina, una joven mujer caminaba solitaria por las calles adoquinadas

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Bajo el manto estrellado de la noche parisina, una joven mujer caminaba solitaria por las calles adoquinadas. Sus pasos resonaban en la quietud, y el viento invernal se entrelazaba con sus cabellos oscuros como sombras danzantes. Sus labios, pálidos como la luna que la observaba desde lo alto, temblaban ante el frío que la abrazaba con firmeza.

En esa noche gélida, a pocos minutos del año nuevo, París era su compañera silenciosa, testigo de sus pensamientos y emociones, mientras ella continuaba su paseo solitario por las calles empedradas de la Ciudad de la Luz.

La joven mujer, con su piel pálida que contrastaba de manera sorprendente con su cabello negro como el ébano, avanzaba decidida por las estrechas calles de París. Sus ojos azules, como el firmamento nocturno, brillaban con una mezcla de determinación y anhelo a medida que se acercaba a su destino.

Caminó por las adoquinadas aceras hasta llegar a un lugar especial, un rincón secreto que solo ella conocía. Era un pequeño jardín oculto en medio de la ciudad, un oasis de tranquilidad donde las luces de la Torre Eiffel se reflejaban en las aguas de una fuente centelleante.

Al adentrarse en aquel rincón, la joven mujer dejó que su mirada se perdiera en el cielo estrellado de París. Una suave brisa acariciaba su rostro, haciendo que su cabello se ondeara con elegancia. Con sus labios carmesíes curvados en una sonrisa de pura dicha, se recostó en un banco de hierro forjado.

Desde ese lugar secreto, la azabache tenía una vista perfecta del hermoso cielo nocturno. Las estrellas titilaban como diamantes en la vastedad del firmamento, y la Luna, como un faro mágico, iluminaba su mundo. Para ella, este era su refugio, su rincón de serenidad en medio del bullicio de la ciudad.

En esa noche, con la Torre Eiffel como su testigo silente y las estrellas como sus confidentes, la joven encontró la paz que tanto anhelaba. Y mientras el frío del invierno abrazaba París, su sonrisa enigmática se fundía con la belleza del cielo estrellado, creando un momento mágico que perduraría en su memoria para siempre.

Con la mirada fija en el cielo estrellado, se dejaba llevar por sus pensamientos mientras el mundo a su alrededor se desvanecía en un susurro lejano. Sin embargo, en ese instante, un sonido inusual rompió la armonía de su refugio celestial.

Giró su cabeza con elegancia, como una mariposa que despliega sus alas, y sus ojos azules se encontraron con una silueta masculina a lo lejos. Era un joven alto, de cabello rubio que brillaba bajo la luz de la luna.

La joven franco-china se sintió sorprendida por la presencia del desconocido en su lugar especial. ¿Quién era este hombre que había interrumpido su paz nocturna? Sin embargo, en lugar de alarmarse, una chispa de curiosidad titiló en sus ojos, y su sonrisa se suavizó, como si el misterio que representaba el recién llegado despertara su interés.

Mientras la joven de ojos azules aún se encontraba bajo el hechizante color de las hebras doradas del joven, su celular vibró, sacándola de su trance momentáneo. Al revisar el mensaje de su madre, sintió la urgencia de regresar a casa y respondió que estaba en camino. Se puso en pie, listo para dejar atrás aquel lugar, pero no sin antes atravesar los hermosos jardines que lo escondían.

Caminaba entre los jardines con su mirada clavada en el suelo, la ausencia de luz no le permitía divisar correctamente su camino, por lo que debía prestar atención para no caer. Fue detenida repentinamente por un choque que le provocó dar tres pasos atrás.

En la penumbra, sus lejantes y oscuras miradas se entrelazaron brevemente, el viento seguía susurrando entre las hojas de los árboles, y el silencio se prolongaba entre ellos, como si el tiempo se hubiera detenido en ese rincón secreto. Pero de un momento a otro, un ruido lejano captó la atención de los presentes.

De repente, el cielo se encendió con un estallido de colores y luz. Un fuego artificial pintó el oscuro firmamento, revelando el entorno en todo su esplendor. Fue en ese momento, cuando la joven y el misterioso joven rubio se encontraron en la sorprendente luminosidad, que sus miradas chocaron en un encuentro que parecía predestinado.

En sus ojos, reflejados por la intensidad del fuego artificial, descubrieron algo más que una simple casualidad. En ese instante fugaz, se percibió una conexión especial, como si el universo mismo hubiera conspirado para unir sus caminos en medio de la magia de la noche parisina. El destino había tejido un encuentro entre dos almas errantes en esa noche iluminada por fuegos artificiales.

Con un nudo en la garganta, la joven murmuró una disculpa apresurada, apenas audible, y luego, sin mirar atrás, se dio la vuelta y comenzó a correr por el sendero empedrado que la llevaría de regreso a la ciudad. Sus pasos resonaban en la quietud de la noche, pero su corazón latía aún más rápido, como si intentara escapar de la confusión que había provocado el encuentro.

¿Por qué se me hace conocido?

El joven rubio, confundido y sorprendido por la reacción repentina de la fémina, observó cómo se alejaba en la distancia, desapareciendo en la oscuridad de la noche parisina. Los fuegos artificiales continuaron estallando en el cielo, pero él se quedó solo en el jardín, con más preguntas que respuestas, preguntándose qué había sucedido y si volvería a cruzarse con esa enigmática joven en el futuro.

Seducción Secreta | AdrinetteDonde viven las historias. Descúbrelo ahora