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Fue el momento en el que abrió los ojos que sabía que algo había cambiado.

Bajó su mirada a sus manos, recorriendo posteriormente su pecho y bajando hasta los pies. Instintivamente, posó sus manos en el abdomen, viendo que éste seguía en su sitio. También tocó las facciones de su cara, nariz, pómulos y notó que llevaba las gafas puestas. Sabía que, ahora mismo, se encontraba en sus 17 años, la mejor y a la vez peor época de su vida.

Se enderezó del suelo para observar mejor el lugar. Se encontraba en el patio de la Escuela de Hechicería. Los árboles de cerezo de la zona aún no habían florecido y la temperatura era algo baja, por lo que supuso que era invierno. También sería tarde dado que el cielo se encuentra atardeciendo. Giró a sus alrededores, en busca de algo o alguien que le pudiera dar alguna respuesta del por qué él se encuentra aquí.

No debería de estar aquí.

—Como te habrás podido dar cuenta, estamos en invierno. Concretamente, estamos a 24 de Diciembre y son las cinco y media de la tarde —una voz interrumpió sus pensamientos.

—¿Cuánto tiempo llevo aquí?

—Unos siete minutos. Tranquilo, fue rápido.

Gojo se gira para visualizar a la persona que más ha admirado, por no decir la única, durante toda su vida y no portando esa fea cicatriz en la frente.

Era él, Geto Suguru.

Él también se encontraba en sus 17 años y sin ninguna señal de estar poseído por Kenjaku. Su cabello negro lo traía recogido por un moño y su vestimenta era también de la escuela. Eso significaba que el Geto que está viendo aún no había tocado fondo ni se había cambiado de bando. El corazón de Gojo empezó a acelerarse cuando vio que Geto le dedicaba una de sus típicas sonrisas suaves. Lo había echado tanto de menos.

—Vaya, ¿entonces no lo conseguí?

Geto mantuvo su sonrisa aunque sus ojos se mostraban vacíos. La sonrisa dejó de ser agradable.

El pelinegro giró sobre sus talones, dando la espalda a Gojo, y empezó a caminar hacia el interior del colegio. Al albino no le quedó otra que seguirle, metiendo sus manos en sus pantalones de escuela.

El suelo crujía con cada paso que daban, la luz de afuera iluminaba el lugar y les acompañaba el silencio. Sin embargo, no era algo que les molestara a ambos. Nunca necesitaron de palabras para expresar lo que cada uno sentía.

Justo antes de pasar a la sala que parecía el comedor, pararon de golpe porque Geto comenzó a hiperventilar y se derrumbó en el suelo, apoyando su cuerpo en la puerta de entrada. Sus ojos abundaban lágrimas que no parecían tener un final. Jamás lo había visto llorar tan desconsoladamente y Gojo no era de las personas que supieran consolar debidamente.

—Siento no haber muerto más rápido y dejar que Kenjaku se apoderara de mi cuerpo —comenzó a decir el pelinegro—. No puedo evitar sentirme miserable por ello y que nada de esto habría pasado si mi espíritu hubiera sido más fuerte que él. Tú seguirías vivo y es por mi culpa que estés aquí.

—Suguru, con o sin Kenjaku, mi destino estaba escrito. Sólo me queda confiar en mis alumnos y otros hechiceros en que puedan hacerles frente a él y Sukuna —se agachó frente a Geto y toma su mano, entrelazando sus dedos y levantándolo del piso—. Sin embargo, me habría encantado que nuestro último encuentro en la adolescencia hubiera sido en otro lado y no enfrente de un al KFC. Incluso dudé al principio de que estuvieras rompiendo conmigo en un lugar así.

Geto se rio de la tremenda tontería que acaba de soltar Gojo y su semblante cambió a uno más alegre entre tanto lo arrastra hasta dentro del comedor del colegio—. Tú, siempre tan gracioso en los mejores momentos —ironizó el de los ojos rasgados.

Zantedeschia Aethiopica [EDITADA]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora