Milagros continuo su rutina como todos los días durante los últimos veinte años a la hora del almuerzo: Recoger su comida en la portería, intercambiar saludos protocolarios con las personas de otras áreas de la compañía, esbozar una sonrisa, emitir su opinión frente a algún breve comentario o responder alguna pregunta, lubricando de este modo el intrincado y complejo mecanismo de las relaciones interpersonales, siguiendo el compás del predecible ballet de la interacción social; luego, buscar un lugar disponible en alguna de las mesas, correr su silla, y sentarse a comer. Siempre bajaba a almorzar al comedor, una especie de cafetería improvisada en un espacio estéril, sin ventanas, normalmente abarrotado, insuficiente para la cantidad de personal que allí laboraba, iluminado por la mortecina luz de las lamparas fluorescentes y acompañado por el sutil ronroneo del viejo sistema de aire acondicionado, cuyo zumbido se sumaba a la cacofonía de voces y sonidos emitidos por los comensales. Esa rutina se vería pronto interrumpida, para siempre, por la llegada de alguien a su vida, sin sospechar aun, estaba en curso de colisión con un nuevo personaje, un intruso si se quiere, un inesperado visitante que sin planearlo haría estremecer los cimientos de la realidad que había construido durante todos esos años, aunque mas que construir, en un punto se había convertido en una acumulación de cotidianidades y costumbres apiladas una encima de la otra, que de cierto modo, le brindaban la seguridad y la comodidad necesaria. A su lado una de sus compañeras de oficina, inmersa en el celular, enfrascada en obtener algo de entretenimiento a través de la interacción con la pantalla y la metáfora del contenido hueco de las redes sociales al otro lado del espejo digital.
A escasos metros de allí, a sus espaldas, el intruso, Juan Carlos. Un recién llegado, contratado para ocupar una vacante en el área de Ingeniería. Sentado en un rincón, tratando de descifrar como encajar en ese nuevo ambiente, midiendo cada uno de sus movimientos, observando todo y a todos, restringiendo cada expresión y sonido que pudiera poner en evidencia su presencia y hacerlo accidentalmente el centro de atención indeseada. Allí estaba el, victima de su naturaleza parca y moderada, exiliado voluntariamente al borde de la interacción social, introvertido y socialmente torpe, a punto de hacer el mayor descubrimiento de su vida.
Juan Carlos Observa a todo el mundo, mirando y analizando. Detrás de los gruesos lentes, sus ojos recorren cada rincón del recinto y a cada persona en el, tratando de imaginar que tipo de personalidad tienen, clasificándolos mentalmente acorde a su expresividad, entonación, vocabulario y hasta por su forma de reír, todo eso, resultado de su mala costumbre de tratar de organizar, categorizar y racionalizar todo. Juan Carlos es miope, sin sus lentes es ciego como un topo, no puede enfocar bien mas allá de un metro, pero con los lentes es como un halcón sobre la llanura, o por lo menos, eso quiere creer el. Se detiene de repente en su escrutinio, se ha topado con algo que lo saca de sus cavilaciones. La blusa de Milagros se hace corta en la parte de atrás cuando se inclina hacia adelante en su silla, dejando al descubierto una franja de la piel de su espalda. Juan Carlos observa a Milagros y algo hace clic en su cerebro, Milagros es increíblemente bella. De repente es como si el resto del mundo hubiese desaparecido y solo existieran ellos dos. Milagros es hermosa, ha saturado todo su campo de visión y por un instante rompe su sagrada regla de no concentrar su mirada en una persona especifica durante mucho tiempo, menos en un lugar lleno de gente, cualquiera podría darse cuenta y tampoco quiere ese tipo de atención sobre si. Las maneras de ella, su delicadeza y su femineidad lo capturaron.
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La vida secreta de nuestros corazones
RomanceHistoria de los extraños caminos que toma el amor.