Prólogo
Quisiera poder escribir las palabras más dulces, así tal vez podría enamorarte en un solo instante, contemplar tus ojos y embelesarme con esa mirada, embriagarme con tus besos disfrutando cada segundo que tus labios acarician suavemente los míos. Vencer este temblor que recorre que recorre mi cuerpo cada que siento tu presencia acercándose a mí. Tomar tus manos enlazarlas con las mías, ese dulce silencio donde tu mirada se centra en mí.
Un día lluvioso de verano, otro día más en la existencia de París, gota tras gota golpeando su ventana su vida se le había tornado gris desde que en un arranque de enojo abandonó el amado hogar, decidió ser dueña de su destino, decidió que había llegado la hora de madurar teniendo como maestra a la vida misma. No había nadie en casa, la pareja con la que vivía se encontraba ausente. Unos jeans negros, una ombliguera negra y unas simples sandalias le bastaron para salir a dar un simple paseo, en realidad no encontró mejor cosa que hacer, los días pasaban con lentitud para ella y las noches de fiesta la comenzaron a asfixiar. La lluvia eventualmente había cesado, solo quedaba el olor a tierra mojada y las calles llenas de charcos como indicio de aquella lluvia, sacó un cigarrillo de su bolsa, fumándolo emprendió su andar sin rumbo deseando que el tiempo se detuviera, deseando sentirse tranquila. No tardó en anochecer, su atención fue llamada por las notas musicales de "el son del dolor" el sonido la dirigió a un pequeño bar a las orilla de la carretera, su fachada lo hacía ver como un sitio acogedor, no tardó en encontrarse a caras conocidas.
-París, hija mia ¿Qué te trae por aquí?
La voz de una muchacha rubia de pequeña estatura le gritó, se trataba de Grecia su mejor amiga, su compañera de parrandas. Se dirigió entonces a la mesa donde se encontraba Grecia acompañada de dos simpáticos gemelos a quienes le presento como Ricardo y Damián ambos morían por Grecia por lo cuál le invitaban cuanto trago desease. Fue entonces cuando lo vio, tras las luces del escenario y el humo de tantos cigarrillos prendidos lo observó un chico alto, de cabellera color caramelo, piel blanca, ojos pardos y una peculiar nariz aguileña. Quizás llamó su atención por la manera tan apasionada con la que el chico tocaba el bajo, tal vez fue su mirada o la sensación de ya conocerlo pero no podía dejar de poner su atención en él. Grecia sin duda se dio cuenta, poseía cierta malicia que para una chica de su edad debería de estar prohibida.
-Si lo sigues viendo así, se dará cuenta
Le susurró al oído. Sintió pena por un pequeño instante, pero, después de todo se trataba de Grecia su mejor amiga, así que dijo:
-¿Lo conoces?
-Claro le dicen Sidartha ¿te gustó no es así? ¡Qué zorra eres! jaja
Sidartha. . . El apodo del chico daba vueltas en su mente y entonces lo recordó. Hace 3 años al salir de la preparatoria, se encontró a su primo Ángel quién le presentó a un amigo, un chico alto y flacucho, nada que ver con los músculos que ahora poseía, lo único que le llamó la atención en ese momento fueron su ojos. El nombre aunque se esforzó en recordarlo, lo hizo sin éxito.
-¡París! ¿Me éstas escuchando?
Al gritar esto Grecia manoteaba hecha una furia.
-Lo siento ¿Que decías?
Sidartha viene hacía aquí, eso te dije.
Alzó la vista para localizar el cuerpo en movimiento, demasiado tarde sus ojos se cruzaron con los de aquel chico, su melena larga le cubría parte de la frente
. -¡Sidartha! Oye ¿dónde dejaste a mi primo Ángel?
Cual vómito verbal esta frase fue la primera que pudo balbucear París quien sintió un rubor desconocido recorrer sus mejillas ante la mirada clara de aquel chico