El mar estaba sereno, y los sonidos de las gaviotas, aliviadas por encontrar tierra firme para descansar después de un largo vuelo, hacían que la soledad de la isla no fuera fácil de percibir.
El sol apenas bajaba, iluminando los altos pinos que componían el bosque cerca de la playa, dándole un aspecto ominoso al único camino que se veía.
El arena estaba limpia, demasiado limpia. Era obvio que no muchas personas habían pisado estas tierras.El barco de la organización ya se había establecido correctamente en el puerto de la isla. Los guardias descendían con rapidez y seguridad, mientras que los capitanes y oficiales escoltaban a un individuo que, a primera vista, tenía pinta de que había carecido de asistencia psicológica por una gran porción de su vida.
Allí descendía Jack, otra vez. Siempre hacia abajo, o retrocediendo.
Sus ojos estaban irritados, su mirada clavada en el suelo que le provocaba nauseas pisar, y sus muñecas esposadas.
Los guardias parecían estar tranquilos, felices incluso, mientras que el chico parecía estar atravesando por el peor día de su inmortal vida.Todos esperaban algo, o a alguien. Jack no tenía ni idea.
Luego de unos minutos, una gran figura apareció. Sus pisadas eran fuertes, decididas, como si ya hubiera aceptado su destino. El bosque de pinos no hizo un buen trabajo escondiendo la alta y ancha figura de un hombre de cabellos largos, y delantal.Sus botas dejaban huellas en el oscuro camino que parecía adentrarse en el bosque, y sus pisadas resonaban levemente en el vacío temporal que parecía ser el puerto en la playa.
Los guardias lo saludaban amistosamente, hasta con cierto cariño, pero el hombre no mostraba expresión alguna, o al menos, no dejaba ver, ya que una gran barba parecía unirse con los rizos de su largo cabello, y cubría una gran porción de su rostro, dejando solo sus ojos a la deriva en el mar de miradas que se había vuelto el puerto.
Jack seguía sin levantar la vista, seguía cayendo. Cada vez más profundo, parecía que su propia mente no tenía fondo, hasta que una grave, pero dulce voz puso pausa a su caída.
-Vamos, Jack. Acompáñame.- preguntó el gran hombre mientras le sacaba las esposas. Casi como si de un reflejo físico se tratara, los ojos de Jack no tuvieron problema en encontrar la dulce mirada de este señor.
Sin decir una palabra, Jack caminó hacia él mientras los guardas seguían en lo suyo. Algunos comenzaban a bajar cajas de madera con provisiones, otros se quedaban charlando en el puerto, pero ninguno les prestaba atención mientras se alejaban tranquilamente del lugar.
Una vez adentrándose en el bosque, el hombre habló nuevamente.
-Mi nombre es Mason, niño. Supongo que los científicos te han hablado de mí.-, inició Mason. Su intención era alentar a Jack para que hable, para que socialice después de tanto tiempo en confinamiento, pero la única respuesta que dió fue silencio.El calzado de ambos aplastaba las hojas caídas de los otros árboles, y Jack parecía estar aquí, pero lejos al mismo tiempo. Mason intentó recordar cómo empatizar con los demás, y se quejó internamente por no haberlo hecho antes de que el chico llegara.
-Mira, Jack...- inició Mason nuevamente, -... sé que esto es un gran cambio, uno muy doloroso. No es agradable estar solo, aislado en una isla con nada ni nadie cerca.- La expresión de Jack pareció oscurecerse, su mirada volvió a centrarse en el camino de tierra que estaban siguiendo. Mason notó que sus palabras no tuvieron un buen efecto en Jack, pero vió que aún se podían remendar.
-La isla... es mi hogar. Me mandaron aquí cuando ya había cumplido unos ochenta años. ¿Quieres saber que es lo que hacía para ganarme la vida en ese entonces?- Mason habló. Los ojos de Jack, aunque dudosos y confundidos, lo tenían en la mira. Parecía que Mason había logrado captar su interés, pero el chico seguía sin darle respuestas verbales, y con una sonrisa escondida en su densa barba, respondió.
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Island of Nowhere
General FictionAislados por quien sabe cuanto tiempo. Lejos de todo, menos del mar.