Prólogo.

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Cuando lo conocí, fue como una mezcla de emociones: amor, locura, ternura fueron las mejores sensaciones que pude experimentar con él. Y también me enseñó a ver la vida de una forma peculiar, ahora lo ordinario, es solo eso, ordinario. Me enseñó a ver el Cosmos, las estrellas, el éxtasis y la magia en todo.  Me enseño que coincidir con una persona mental y emocionalmente es una suerte, una sintonía asombrosa y casi siempre inexplicable. Porque cada uno tiene un arte interior que merece ser descubierto por la persona correcta.

Y no hay nada más artístico que amar. Amar a esa persona que te saca un ratito del caos, de los que te dan un ataque de risa, de los que hacen incluso romper tus propias reglas para una locura. De los que te demuestran que hay rincones en el mundo que son pura magia. Esa magia de conectar y la suerte de coincidir, porque lo que fluye es lo que está destinado a ser, se dará. 

Al igual que ese final que leemos en los libros de romance, todo parece perfecto. Sin embargo, cuando ese comienzo y ese final pasa a la realidad, ese amor que se trata dar diariamente, comienza a cansar. La valentía de salvar ese amor tan profundo, comienza a sentirse una obligación. Hasta puede   incluso a llegar a ser asfixiante, e incluso toxico. 

Además tener que perder a ese algo espacial, duele, y jodidamente duele como si quemara. Como si te faltara algo en ese vacío que no podrás llenar con nada.  Entonces no va a estar más esa persona que aliviaba tus noches con esas cosas locas que te contaba, no vas a sentir esa conexión de ser inmortales cuando se miraban fijo. Sin embargo, sabes que, si te lo vas a volver a cruzar, siempre va seguir siendo él. Ya que, sos consiente que si lo ves un rato se te va a ir lo triste.  Por qué sabes que esa persona va a estar contigo aun así termine todo, porque las almas gemelas cuando se encuentran son   inseparables, una vez que se unen nada vuelve a ser igual.    

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