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Desde que lo conoció no supo cómo interpretar sus propios sentimientos. Él no era gay, o al menos nunca había pensado que podía atraerle otro hombre. Pero cuando lo vio por primera vez en el predio de la AFA en donde iban a entrenar para el mundial que se acercaba, no pudo dejar de mirarlo en todo el día.

Ya había visto cosas sobre él en internet porque estaba ganándose su título dentro de Boca, pero definitivamente verlo en persona no se comparaba para nada.

Y mucho menos cuando descubrió un día que el chico no solo tenía pecas en sus mejillas, también en sus labios. Por culpa de eso, muchos pensamientos pasaron por su cabeza y el más tranquilo era sobre cómo se vería su piel sin su camiseta.

Una parte suya se sintió culpable por sentirse así, porque no estaba bien que pensara ese tipo de cosas de su compañero de equipo, y menos sabiendo que, si todo salía bien, se seguirían encontrando en un futuro en la selección.

Agustín culpó completamente a sus hormonas de adolescente tardío y a no tener novia.

El chico de San Lorenzo entró a una de las habitaciones de recreación que había en el predio, donde habían quedado juntarse con el resto, y procuró no tirar la yerba del mate que cargaba en su mano derecha, mientras en la otra llevaba su termo.

En los sillones vio sentados a Matías, a Lautaro y a Valentin, por lo que se acercó a ellos.

El pelirrojo no solía ser alguien de muchas palabras, incluso cualquier persona capaz podía pensar que le caías mal por sus expresiones, pero en realidad Barco simplemente era así. Era de esas personas que en vez de participar en una conversación, prefería quedarse callado escuchando lo que hablaban.

Como era ese caso.

Di Lollo muchas veces había intentado incluirlo a las charlas para que hablara y dijera lo que opinaba, pero no lograba mucho más que unas pocas palabras del pecoso.

Era bastante difícil acercarse a él para entablar una amistad.

No iba a dejar que eso lo detuviera.

Ni siquiera sabía qué quería intentar hacer, pero algo dentro suyo quería conocerlo y estar con él así que no se negó nada a sí mismo.

—¿Qué onda? ¿Quieren mate? —saludó mientras se sentaba en el espacio libre al lado de Barco, quien se removió ligeramente para poder dejarle espacio.

La charla se renovó y compartieron varios mates por un rato largo. Durante ese tiempo, además de intentar incluir al chico, también observó su lenguaje corporal, tomando nota mental de lo que parecía no gustarle para en un futuro evitarlo.

Por ejemplo, no le gustaba el contacto físico.

Lautaro estuvo todo ese rato con el brazo apoyado en su hombro y Valentin parecía querer irse de ahí en todo momento. Por unos segundos pensó que capaz no era por eso, pero al final lo terminó confirmando cuando apoyó su mano sutilmente en su pierna, usándola de soporte para poder extenderle el mate a Matías, quien estaba en la otra punta del sillón.

El cuerpo del pecoso se tensó y por un momento pensó que se iba a hacer una bolita en el lugar.

—Perdón —le murmuró y Valentin lo miró sorprendido, sin entender del todo por qué le había pedido perdón.

Estaba tan acostumbrado a que la mayoría de personas con las que se rodeaba fueran extrovertidas y tuvieran demasiada confianza, que incluso llegó a pensar que el problema era él.

Por eso, que ahora Agustín hubiera sido consciente de cómo se sentía, lo descolocó un poco porque no estaba familiarizado con que alguien le prestara atención a cómo se sentía.

Centro de Atención [Gialen]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora