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Michael Kaiser un hombre de negocios exitoso, evolucionó la tecnología a otro nivel, un hombre respetado por todos, los medios lo describen como el Jesús de su época, un hombre bondadoso con un corazón de oro, dona millones cada año en orfanatos, participa como voluntario en un centro de rehabilitación para personas discapacitadas por su conocimiento en medicina, peleando por la igualdad de derechos tanto de mujeres como de niños, dando conferencias sobre el gran cambio del mundo en los últimos años a la implementación del cuidado del ambiente.

Un hombre que verdaderamente esconde un monstruo detrás de la fachada de santo.

Nadie sabe con certeza las personas desaparecidas que un día para el otro se esfumaron como si nunca hubiesen existido, nadie sabe ciertamente que esas personas son menú para Michael Kaiser.

Cada noche era especial para el hombre, se podía sentar a cenar en la comodidad de su mansión a las afueras de la ciudad, disfrutar de los platillos que él mismo se cocinaba ya que nunca le gustó la idea de depender de otra persona, cada platillo tenía un nivel de detalle que muchos cocineros profesionales envidiarían, cada bocado lo disfrutaba al máximo, exprimiendo hasta el último ingrediente de la tierna carne acompañada de una buena copa de vino tinto, cada una de sus víctimas eran examinados hasta el fondo gracias a Jarvis, su fiel IA que fácilmente recopila hasta la información de lista de deseos de la persona.

Lo estudiaba un tiempo hasta decidir atacar en el buen momento, nunca eligió víctimas con familias o parejas, siempre solteras, buen peso y con un estilo de vida saludable. Puede que coma personas, pero era delicado en elegir al próximo.

Una buena mañana Kaiser decidió darse un descanso de su trabajo en su empresa, saliendo del edificio a un Starbucks más cercano, además de su adicción al sabor de la carne humana, también amaba su preciado café y donas glaseadas.

Decidió entrar y pedir por él mismo que tomar la opción del auto servicio, pidió su café con una sonrisa amable, su mirada observadora se escondió perfectamente detrás de sus gafas (IA integrada) de la chica detrás del mostrador, se veía joven y por su apariencia podía deducir que era deportista, varias recetas destellaron en su mente al pensar en sacarle sus órganos. Ya lo investigaría a fondo luego, ahora quería poder disfrutar de su café.

Salió de la cafetería con un aire animado, y caminó por la acera para buscar su coche en el estacionamiento, su mente iba a mil por hora y eso lo llevó a que su café fuera a parar en la chaqueta de su traje Armani por un estúpido transeunte distraído.

Toda ira naciente desapareció cuando sus ojos se posaron en la pequeña persona con la que había interceptado.

Un hombre joven, tal vez entre los diecinueve o veintiun años de edad, largos mechones de cabello negro cayendo sobre la frente del chico como un nido de pájaros y temerosos ojos azules fijándose en su figura.

"Oh, Dios mío, señor, lo siento mucho, no me había fijado en mi camino, en verdad lo siento mucho, no fue mi intención." Una melodiosa voz salió de esos rosados labios, e hizo que sangre caliente recorriera su corazón al escuchar al chico vomitar disculpas.

"Tranquilo chico, también fue mi culpa, me puse en tu camino." Kaiser quiso tranquilizarlo con una sonrisa amable, cortando las adorables disculpas del más joven.

Le dió una rápida barrida observadora al chico al ofrecerle una mano para levantarlo de su lugar de la acera, de inmediato supo que el chico tenía problemas, la falta de relleno en sus mejillas y lo más probable debajo de toda esa ropa holgada se encontraría con los huesos pegados a la piel, ojeras profundas demostrando de lo mal que dormía, palidez enfermiza y lo que más le afecto eran los ojos cansados escondiendo un brillo de inocencia detrás.

Bloody love ── Kaisagi. Donde viven las historias. Descúbrelo ahora