Capítulo Uno.

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"No somos vencedores, solo sobrevivientes"


Capítulo Uno: Iremediable atracción

Todos creerían que al ser hijo de comerciantes tenía una vida feliz y cómoda. Para Peeta Mellark sus días podían ser tan felices, pero a la vez tan melancólicos. Era solo un pequeño niño de 5 años, el hijo menor del panadero del distrito. Muchos se preguntarían, ¿Qué podría acongojar a un pequeño inocente?. Para él había una muy buena razón que no entendía. Tenía a su familia, conformada primeramente por su padre Thomas Mellark, que era un hombre que a pesar de ser muy taciturno y tranquilo, era un ser humano de honor, amable y bondadoso. El jefe de familia que amaba a sus hijos más que nada en el mundo y siempre buscaba poder ofrecerles lo mejor. Peeta también contaba con sus dos hermanos mayores: Bretón Mellark de 9 años y Candel Mellark de 7 años. La relación entre el trío de hermanos no era mala, pues se trataban amistosamente y la fraternidad entre ellos existía, aunque podía ser mejor, pues Peeta en ocasiones sentía que su par de hermanos eran más como una especie de amigos ocasionales. Por último, estaba su madre, la tan descarada y cínica Ronda Mellark, la persona con la cual Peeta tenía más problemas en su familia, pues por más que intentaba llegar al duro corazón de su madre, nunca lo conseguía. Aquello representaba un gran dolor y pena para un infante de su edad.

En ese día en específico, era un lunes por la mañana, y no cualquier lunes, sino su primer día de clases oficialmente. En el distrito 12 no era necesario que los niños fueran a un preescolar, ya que los habitantes no le encontraban sentido y ninguna utilidad a que sus hijos asistieran por 2-3 años a una escuela. Es por eso que el primer día de clases para un niño del distrito minero era a la edad de 5 años, momento en el cual ingresaban a la escuela primaria. Un Llorente Peeta Mellark iba agarrado de la mano de su padre, mientras iban caminando rumbo a la escuela, calmadamente. Su par de hermanos iban frente a ellos, jugando y hablando con entusiasmo. La razón del llanto del menor de los niños rubios era porque su madre se había rehusado a acompañarlo en su caminata del primer día. El niño aún recordaba claramente las palabras que le había dedicado su madre con rudeza.

- ¿Acompañarte? Tengo cosas más importantes que hacer aquí en la panadería, por ejemplo ganar dinero, que perder mi tiempo en acompañarte hasta allá. Es un desperdicio, crío estúpido... -


El niño rubio al menos había esperado que ella se hubiera despedido de él de manera afectuosa, pero él sabía que eso nunca sucedería con su madre. Jamás entendería porque no era aceptado por ella.

- Esto es horrible... - pensó el pequeño Peeta con melancolía, luchando con las ganas de soltarse a llorar de manera desconsolada.

Su padre apretó su pequeña manita, al sentir que su hijo seguía muy triste, para darle un poco de confort mientras seguían caminando. Peeta agradeció el pequeño gesto mudamente. Perfectamente sabía que su padre era un hombre de pocas palabras, pero gran corazón que le quería de manera incondicional a comparación de su madre. Cuando menos se lo esperó el niño, llegaron a la entrada de la envejecida escuela.


- ¡Nos vemos en un rato padre!. - gritó Candel Mellark, entrando a la escuela corriendo de manera entusiasta, sin esperar alguna respuesta del hombre. Su hermano mayor le miró aprensivo mientras se alejaba, para después mirar a su padre con decisión.

- Ay, Candel. Siempre tan impaciente. - Musitó su padre en desaprobación y levemente preocupado.

- Yo cuidaré de ellos, los tres regresaremos juntos. - dijo Bretón con sencillez, después se despidió de su padre y hermano, alejándose de ellos e internándose en la institución.

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⏰ Última actualización: Oct 04, 2023 ⏰

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