Capítulo, 02

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—¿Te encuentras bien, Quackity? - inquirió su mejor amigo con evidente preocupación en su voz.

Una vez que lograron ponerse a salvo de la situación que habían enfrentado, encaminaron sus pasos hacia la vivienda de Roier, tratando de sosegar los latentes restos de pánico que aún se agitaban en sus mentes tras la cercana experiencia de haber estado al borde de ser sepultados bajo los escombros o de ser alcanzados por disparos mortales.

El joven de gorro, anteojos algo exagerados pero bonitos y cabello medio largo negro , en realidad, no experimentaba en absoluto una sensación de bienestar. Una extraña mareación lo invadía, como un vaivén en sus sentidos, y en la palma de su mano había un pequeño bulto que comenzaba a provocarle una incómoda picazón, como si algo se moviera bajo su piel.

—Estoy bien, solo necesit-

Las náuseas lo asaltaron de manera abrupta, acompañadas por un intenso deseo de vomitar. Conocedor de la casa de su mejor amigo como si fuera su propia mano, se dirigió apresuradamente hacia el baño más cercano, buscando refugio.

Una vez allí, las arcadas empezaron a ceder, cediendo paso a una oleada de calor abrumador que envolvió su cuerpo, tiñéndolo de un sutil tono rojizo.

Con un esfuerzo inusual, se despojó de la ropa y salpicó su rostro con agua del grifo.

Un suspiro largo escapó de sus labios, sintiendo un alivio profundo que recorrió su columna vertebral al mitigar las bruscas fluctuaciones de temperatura y el malestar arrepentido que lo habían aquejado.

—Está bien, Quackity, relájate. - Se dijo a sí mismo en un intento de tranquilizarse, mientras se dirigía a buscar una toalla limpia para secarse el rostro aún húmedo. — Puede que solo sea la picadura de la araña, quizas me dió alergia o, algo parecido...

Con un gesto de relativa calma, Quackity procedió a secarse el rostro con la toalla.

Sin embargo, al depositarla en su sitio designado, su percepción de la toalla persistía en sus manos, incólume; incluso al moverla enérgicamente, no se desprendía de su piel.

Una incertidumbre se instaló en su mente.

¿Podría ser sudor? A veces, el sudor podía resultar pegajoso al tacto.

— No hace falta inquietarse. - se repetía en un intento de serenarse, mientras luchaba por liberar la toalla con la otra mano, encontrándose desconcertantemente atrapada, como si se resistiera a ser soltada. —Bien, esto está comenzando a asustarme.

Con pasos cautelosos, se dirigió hacia el lavabo, buscando limpiarse las manos y deshacerse de esa sensación pegajosa que lo abrazaba.

Al encontrarse con su propio reflejo, una perturbadora sorpresa lo aguardaba: su imagen aparecía notablemente borrosa, como si las líneas de la realidad se hubieran difuminado a su alrededor.

El desconcierto se instaló en su mente como un visitante inoportuno.

¿Acaso sus gafas habían decidido abandonar su servicio leal?

Esa noción, por supuesto, coqueteaba con lo absurdo; Después de todo, los milagros no eran más que entidades fantásticas, y él, un fiel devoto de la ciencia, un seguidor apasionado del mismo Copérnico.

Con un gesto casi automático, apartó las gafas de su rostro, buscando someterlas a una inspección minuciosa.

Sin embargo, lo que presenció lo dejó momentáneamente sin aliento, como si su respiración hubiera quedado suspendida en su garganta.

—¡Puedo ver! - Las palabras escaparon de sus labios con un matiz de asombro y alegría que transformaron su rostro en una sonrisa que parecía crecer exponencialmente.

El Chico Araña Y El Hombre Inmortal | 𝗟𝘂𝗰𝗸𝗶𝘁𝘆Donde viven las historias. Descúbrelo ahora