December 19, 1910.
Jeongguk.
La pureza inmensa encerrada en un cuerpo diminuto siempre fue el yerro que lo arrastraba al abismo incontables veces. Su madre, incansablemente, lo libraba de caer inerte sobre aceras impregnadas de suciedad. Los ojos enormes reflejaban el fulgor de lo divino, y la anciana que asiduamente buscaba limosnas de oro a su madre lo percibió. Era su boleto directo al averno, y lo que esa vieja anhelaba por encima de todo era la opulencia, estar impregnada de riqueza sin esfuerzo.
En esa misma noche, observó a la anciana de canas y dientes amarillos mirándolo por la ventana. La uña fina producía un susurro tenue sobre el cristal; Jungkook sintió compasión por esa mujer desdichada, así que optó por abrir la pequeña compuerta, tan antigua como los años mismos de la casa, permitiendo que la brisa despeinara esos rizos cortos solo por unos segundos.
—Mi madre está dormida. ¿Quieres algo de comer? No queda mucho, pero compartiré lo mío—. Pronunció en un tono bajo, casi inaudible para oídos curiosos.
La mujer, con su expresión indescifrable, asintió. La maldad impregnaba sus poros, visible para cualquiera, pero resultaba imposible hacer notar a ese niño que se convertiría en carne fresca esa misma noche. Con pies descalzos y sucios, el de rizos caminó de puntillas hacia su pequeña cocina de madera, tomó el plato de avena con sus delicadas manos, notando que aún estaba tibio, y el frío suelo bajo sus pies fue la última sensación que experimentó. En un instante, sus pulmones se vaciaron; el oxígeno que anhelaba cada día se esfumó. Un objeto punzante en su frente fue suficiente para que el dulce aroma de la sangre lo embriagara. Ansiaba conocer el dolor, y al experimentarlo en ese momento, se volvió adicto a la sensación.
Un grito desesperado y llantos incesantes escaparon de su boca. ¿Eran suyos esos horribles sonidos? No lo comprendía; no lograba entender el extraño hambre de esa pobre mujer. Sin embargo, la luz permanecía en sus ojos, observando a la desdichada vieja con clara confusión, intentando perdonarla por sus comportamientos egoístas, como lo haría Dios, según su madre. La uña de la mujer estaba manchada de sangre, y esos dedos frágiles detallaron la gran marca en su frente. La cruz invertida se había adherido a su piel, como una sanguijuela buscando más sangre.
Los gritos incesantes de su madre lo hicieron parar de sonreír. La anciana desapareció en un abrir y cerrar de ojos, y ya no necesitaba ese deseo de respirar para seguir viviendo. El miedo lo alimentaba, manteniéndolo aterrado. Supuso que por esa misma razón, poco después, condujo a su padre a la muerte.
La locura se apoderó de la mujer que llamaba madre; las lágrimas saladas que ella vertía le provocaron un extraño sentimiento de felicidad.
En poco tiempo, como espuma poco eficiente, dos años exactos habían pasado desde el trascendental incidente; tan rápidos como el dolor creciente en el pequeño, el miedo y la incertidumbre se cernían sobre el pueblo, convirtiéndolo en una sombra efímera. Las gotas danzaban de nuevo, tejiendo un ambiente solitario. El lugar, casi abandonado permitían apreciar las casonas, alguna vez rebosantes de flores, ahora reducidas a ruinas.
—Madre, cuando crezca, quiero ser sacerdote—. Un tono seco, orgulloso.
La mujer, con ojos apagados, continuó meciéndose en esa silla que había construido cuando era joven. El de rizos seguía imaginando su futuro, con esa enorme sonrisa y sus propios mechones ocultándole la santa cruz.
El comienzo del fin, comenzó con una sonrisa, señor. No pude evitarlo.
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prodigium | vkook.
FanfictionUn joven perdido en el bosque más cercano a esa tranquila iglesia tan solo buscaba ayuda digna para su pronta enfermedad y la dicha inocencia de ese ojimarrón le llevó al límite. Madre dijo que nunca debías acoger al diablo en casa. En tus manos e...