Errores de Sangre

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La sangre de Drolta Tzuentes salpicó el suelo y la vampiresa que tanto daño les había causado, se esfumó. Un suspiro, un movimiento, una limpieza en el asesinato que enmudeció la voz suave que ya poseía. El filo brillaba con el eclipse que juraba ser eterno, mientras él solo pudo pronunciar lo que su mente siempre había creído.

—¿En serio eres Alucard? Creí que solo era un mito...—

—Tú debes ser Richter Belmont, aun tienes el látigo. Hm... y al borde de una vergonzosa derrota. —Se volteó a observarles, todos expectantes, aun así, el último en hablar era quien parecía más estupefacto.

—Espero no haber llegado tarde—

Se acercó a paso tranquilo, todos parecían demasiado estupefactos para tornarse agresivos hacia el hombre frente a ellos. Richter alzó la vista cuando sus pasos se detuvieron frente a él. La mano de este se acercó a su rostro y alzó por la barbilla con el dobles de su índice, lo observó unos segundos, parecía inexpresivo. El más joven sentía sus piernas tensas, la garganta apretada y, por algún extraño motivo, al observar el iris ámbar del hijo de Drácula, no sintió temor alguno. Lo que más sentía era una poderosa agitación en el pecho, la adrenalina corría por su cuerpo veloz, su respiración estaba agitada. Se sentía sutilmente avergonzado de estar siendo observado tan atentamente.

Los gestos de Alucard demostraban que hablaría, más los pasos sobre la hierba le hicieron voltear las claras gemas amarillas en otra dirección. De inmediato sus gestos cambiaron. Anteriormente eran pacíficos, casi llenos de ternura, más ahora había en aquella mirada de hielo, enfado. Uno profundo, uno decepcionado ¿Era por la cercanía que sentía aquello? El vampiro habló, en un tono calmo pero severo.

—¿Por qué estuviste ocultándome esto Juste? —Los ojos azules del más joven fueron directo a su abuelo que ahora caminaba hacia ellos con suavidad.

—Era mejor así... —Contestó el hombre bajando la mirada y desviándola luego a un lado. Parecía desinterés, aun así, era palpable su nerviosismo.

—Con tu decisión creaste un infierno para un alma que no merecía sufrirlo—

Fue la siguiente respuesta, tan calma, tan severa. Notó a su propio abuelo encogerse. El más joven de los Belmont observaba la conversación de un lado a otro, mientras el aire de la noche hacía temblar su piel. Ahora que se habían detenido, podía sentir como poco a poco, las magulladuras aparecían.

—Él llegó a destino, con Tera, lo demás fue un accidente, por una decisión estúpida... —

—Podría haber sido todo muy distinto—

El joven Belmont fue nuevamente observado por las pupilas resplandecientes. ¿En todo momento hablaron de él? ¿Por qué su abuelo conocía a Alucard? Y también, ¿Por qué se notaba cierta culpa y dolor en el casi inexpresivo rostro del vampiro?

Las incógnitas recorrían la mente de Richter y entonces volteó la vista hacia el lugar que habían abandonado con tanta prisa. El vampiro siguió su vista hacia el lugar, volviendo a él una vez más, parecían sus palabras atorarse en la garganta.

María estaba de pie, aun así, muda tras su espalda, con la vista sutilmente perdida en aquella dirección y Annette, no estaba diferente, lloró, en silencio, no solo por la madre de María, si no que también por desconocer el paradero de Edouard.

—Erzsebet tiene a tía Tera—

Murmuró con voz queda Richter, volviendo su vista al albino que aún permanecía de pie tan cerca de él.

—Puedo sentir el aroma a sangre...—

Murmuró el mayor de todos los presentes, con la vista baja hacia los celestes ojos. Lo vio tragar saliva. Podía oler también como aquella sangre poco a poco dejaba de ser humana, como la maldición de la noche se apoderaba de su ser, la desesperación, la tristeza. Lo que desconocía, era si aquella vampiresa, creaba vampiros con pensamiento propio o simplemente creaba marionetas. Alucard no deseaba ese fin para Tera, parte de su preciada familia.

Castlevania - Danzas NocturnasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora