El poder de las palabras

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Tal vez no te lo hayan dicho en la escuela, pero es una verdad de la que no te podrás librar nunca. Es tan propia de esta realidad como de tantas otras contenidas en videojuegos, canciones, poemas o fábulas como la que tienes entre tus manos. Estoy hablando del Poder de las Palabras, aunque en algunas civilizaciones como la japonesa o la de Galorca lo llaman "kotodama", por esa mala costumbre de expresar mucho con muy pocas palabras.

En Galorca el "kotodama" lo era todo y además tiene unas sencillas reglas. La primera de ellas es que siempre hay una anécdota personal que difundir. Siempre hay alguien está haciendo algo interesante y que, y aquí viene la segunda regla, para que ese curioso relato obtenga su poder necesita que dos o más personas lo sepan.

Todo esto ya era conocido desde la antigüedad y para aprovecharse de ello habían inventado los espejos de bolsillo. Si les hablabas, transmiten el chisme a los espejos de todas aquellas personas que alguna vez hayan pensado en ti. De esta forma, la vida se te podía arruinar o arreglar en un instante. Para muchas personas este mecanismo era aterrador, pero también tenía sus ventajas ya que a más influencia, más valor tienen las piedras preciosas de su cubierta y más cerca estabas de ser declarado regente.

Hoy en día, son muchos los jóvenes que experimentan con dichas normas y revelan sus más íntimas acciones de pareja con el único propósito de lucir su hombría y así ganar reconocimiento. Este es el caso de Pepe el Romano y Adela Alba. Los protagonistas de la aventura del día y de la semana y del mes. Realmente el revuelo fue tal que el nombre de la familia Alba empezó a derivar en toda clase de metáforas, burlas y tornó la cubierta del espejo de ella en un campo de pirita, sin ningún valor.

Eso no se podía permitir. "El nombre de la familia es sagrado, y el de la familia Alba no debía empañarse jamás." Tanto repitió esta frase en vida, que su peor enemiga, Laureus, la maldijo a levantarse de la tumba cada vez que su apellido cayese en desgracia. Por este motivo Bernarda Alba se irguió sobre su tumba y bastón en mano fue a poner orden a su casa familiar.

Con un golpe de bastón, abrió la puerta y dejó que su enfado entrase por ella.

Con un segundo golpe de bastón, arrastró a sus bisnietas al salón y las ató a las sillas con su furia.

Con un tercer golpe de bastón, enterró la casa bajo una muralla, para que quedase solamente a merced de su voluntad.

Bernarda Alba había tomado posesión de su casa.

Dejó que el eco de su bastón resonase por la habitación mientras miraba altivamente a sus descendientes: Angustias, una feucha viejuna bien adornada; Magdalena, una llorona haciendo lo propio; Amelia, una muchacha sin ningún encanto; Martirio, una amargada con la maldición en el brillo del ojo y Adela, una cría bien fresquita. Distintas pero unidas por el deseo de ser regente.

La lúgubre pintura de Bernarda lucía a su espalda dejando bien claro quién era aquella extraña a las muchachas. Aunque Bernarda tenía una pregunta en la punta de su pérfida lengua "¿quién me ha levantado de mi tumba manchando el nombre de la familia?"

Rápidamente todas giraron su cabeza hacia Adela, y se burlaron de ella por querer convertirse en reina consorte a lomos de su queridísimo Pepe el Romano. A Bernarda no se le escapó los desvíos de miradas que delataban los múltiples corazones rotos.

Bernarda silenció la sala con dos golpes de bastón. Nunca seréis reinas de verdad con un juego de faldas. Pero, por suerte, tengo un plan.

Cuatro de las hermanas miraron a Bernarda con curiosidad, sólo Amelia se quedó reflexionando cabizbaja. El nombre de la familia. Todas ellas habían pasado más de un mes huyendo de la polémica y cualquier idea para restaurar su influencia era más que bienvenida.

Para conquistar el mundo, son necesarias más cosas que burdas palabras y cotilleos. El conocimiento y sobre todo el miedo también son indispensables. Por ello mis pequeñas niñas, hoy refundaré la casa Alba sobre vuestros ineptos y sumisos cadáveres.

De la cabeza del bastón se levantó una cuchilla de luz y cuando iba a decapitar a la primera de ellas Amelia se deshizo de la atadura mágica y detuvo a Bernarda. Forcejeó con ella hasta hacerse con el bastón y amenazándola con él, le dijo:

Resucitaste porque el nombre de la familia se había manchado. Pero ahora yo Amelia Alba, renuncio a mi apellido. A partir de hoy me llamo Amelia Frida.

Dicho esto Amelia lanza su espejo en el suelo e intentó usar la punta del bastón para terminar de destruirlo. Pero el kotodama que envolvía el espejo opuso resistencia. Amelia, insistió con todas sus fuerzas, pues quería ser ella misma, sin comparaciones, ni envidias, ni rumores. Quería ser sólo ella y su amor por los libros. Finalmente, el espejo cedió y se convirtió en un montoncito de polvo.

Amelia miró con fiereza a Bernarda y, mientras se dibujaba una mueca de horror en la cara de la anciana, Amelia rompió su bastón en dos mitades.

Lo que ninguna sabía era que la maldición de Bernarda residía en su inseparable cayado. Rompiéndolo la habían liberado y la devolvía al descanso eterno donde podría finalmente estar en paz lejos del kotodama. A Amelia le pareció ver una media sonrisa en la cara de Bernarda mientras se desvanecía en el aire.

Amelia se giró hacia sus hermanas y les dijo "Ahora soy libre e ignoraré lo que digan los demás de mí. Vosotras podéis imitarme o seguir atrapadas."

Tras estas palabras, salió por la puerta con un nuevo bastón mágico con el que pudo volver a salir al mundo y convertirse en lo que siempre quiso ser, libre del poder de las palabras.


La casa de Bernarda Alba - El poder de las palabras.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora