La niñera y el trato

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No hay nada mejor que sentirse aliviada del calor luego de cocinar y estar jugando por toda la casa con Henry. Él ya se encontraba bañado y obviamente comió. Así que como son alrededor de las 4 de la tarde, decidí meterme a la alberca un rato. Hasta que llegue su papá en unas horas.

Sí, sí, sé que la señora dijo que no. Pero estoy cansada y ella probablemente esté gozando ya en la playa, bebiendo mimosas.

Me quito la camiseta y la tiro en una de las sillas. Ajusto las tirillas del top de mi traje de baño, para luego quitarme los shorts que tengo. Paso una mano por mi cabello oscuro, dejando que caiga un poco más arriba de mi trasero.

Salto al agua, mojándome desde los pies hasta la cabellera. Me pongo de espaldas, flotando para ver como el viento mueve las ramas de los árboles más cercanos.

Mis pestañas pesan y poco a poco cierro los ojos. Me quedo tranquila, respirando suavemente.

Hasta que escucho como alguien aclara su garganta.

Me doy la vuelta rápido, intentando localizar de donde viene el sonido. En el proceso, salpico para afuera. Salpico unos zapatos de vestir oscuros, para ser específico.

Mateo Sevilla se encuentra ahí, viéndome con una ceja alzada. Tiene una camisa de botones blanca, pero está con las mangas levantadas y los primeros botones abiertos. Su cabello grisáceo está igual de bien peinado que las otras veces que lo he visto.

—Disculpe, señor. Solo estaba–

—¿Usando mi alberca? —Su voz es tan deliciosamente ronca.

Nado hasta una de las orillas de la alberca, me salgo lo más rápido posible, mojando todo en mi camino.

—Sí, sí. Lo siento mucho. —Le hablo mientras miro sus ojos verdes.

Él sonríe, sus labios se estiran y sus ojos se arrugan un poco.

—No te preocupes... Laura, ¿verdad?

—Sí, señor.

Extiende su mano y yo lo miro dudosa, ya que la mía se encuentra mojada. Pero él, como quiera, la toma cuando la alzo.

Me pregunta unos momentos después, mientras yo me seco con mi toalla, —¿dónde está mi hijo?

—Él se encuentra en la sala. —Señalo al explicar, había dejado hasta la puerta abierta por si lloraba. —Está tomando una siesta.

—Entiendo... —Me sigue observando, siento como su mirada ve cada detalle de mi cuerpo. Me resisto y no me estremezco. —¿Y Mariah?

Me pongo el vestido de playa por encima del bikini. —La señora no está, está de viaje con unas amigas.

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