La niñera y los amigos del jefe

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—Mhm, sí. —Las sílabas enlazadas con placer salen entre mis labios rosados. —Se siente tan bien.

Sus labios húmedos dejan besos por mi muslo. —Estás siendo muy ruidosa, pequeña. ¿Quieres que nos atrapen?

Mi espalda se arquea cuando vuelve a atrapar mi clítoris en su boca, y mis manos sujetan con más fuerza el borde del mostrador. Mi falda se encuentra amontonada en mi cintura y mi top bajado lo más posible para dejar uno de mis senos destapado. Siento como el sudor se desliza por mi piel bronceada.

Miro por el rabillo del ojo a la entrada y antes de que le responda, me saca un gemido al curvar sus dedos dentro de mí.

—Puede ser, señor... —Digo respiraciones pesadas y mejillas rojas.

—Nada de puede ser, zorrita. —Murmura contra mi coño. —Dime lo mucho que te prende que te lama la vagina en la cocina, en la casa que comparto con mi esposa.

Está totalmente en lo correcto, como siempre.

Me congelé cuando había comenzado a frotarme a través de mi ropa interior hace unos minutos. Las sirvientas andaban de aquí para allá, al igual que su esposa.

Pero estaba demasiado embelesada como para negarme cuando me subió al mostrador y empezó a meterme los dedos. Necesitaba sentirlo, necesitaba que me follara, necesitaba alivio.

—Dios. Sí, señor. —Enredo mis dedos en su cabellera grisácea, y veo esos ojos que me ponen como toda una zorra. —Me encanta que me coma toda en la cocina... aunque puedan atraparnos.

Sus movimientos se aceleran, se puede escuchar lo empapada que estoy y me siento tan cerca de mi orgasmo. Mi otra mano va a mi pecho y comienzo a torturarlo justo como el Sr. Sevilla lo hace, como me gusta.

Separa aún más mis piernas, gracias a mi flexibilidad me tiene toda abierta, lista para devorarme completamente. Justo como lo está haciendo, como lo ha hecho este último mes.

—¡Cielo! —Retruena la voz femenina por toda la casa. —¿Dónde estás, Mateo?

Mis ojos se agrandan, ¡mierda!

El señor se aleja de mí, sacando sus dedos gruesos de mi interior. Se los limpia contra mi muslo, y yo comienzo a arreglarme.

—Seguimos luego, pequeña. —Besa mis labios rápidamente, dejándome probar mis propios jugos.

Subo mi camiseta y me bajo de la encimera, haciendo que se baje mi falda automáticamente. Él toma mi ropa interior que se encuentra a mi lado, y la coloca en su bolsillo.

Paso una mano por mi cabello largo y voy al refrigerador, haciendo como si busco agua.

Se acerca el sonido de tacones a la cocina. —Mateo, te llevo buscando minutos.

Agarro el líquido embotellado y aclaro mi garganta, cerrando la puerta.

—Disculpa, cielo. Estaba en mi teléfono. —Le responde el hombre, el cual se arregla su bulto erecto de manera disimulada.

La pelirroja rueda sus ojos, acercándose a él. Rodea su cuello con sus brazos pálidos y le habla. —Te he dicho que no me gusta que me ignores por ese maldito teléfono.

Yo me acerco a la estufa y hago como si estuviese cotejando que la comida vaya bien.

Ella se para en las puntas de sus pies, intentando darle un beso. Pero él gira su cabeza, para que solo toque su mejilla, no sus labios.

Escuché de una de las chicas que trabaja aquí, que supuestamente el señor le había dicho a la señora de la casa que iba a intentar estar más presente. Así que algunos días trabaja desde aquí, y los demás, entra tarde. Al parecer eso la pone feliz.

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⏰ Última actualización: Oct 10, 2023 ⏰

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