Y yo muriendo por volver

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La primera vez que vio a Thomas tenía 13 años, Craig solo quería un ramo de flores para acompañar a su mejor amigo en el aniversario de la muerte de su madre.

En ese entonces no lograba captar por completo el concepto de la muerte, para ser honesto no pensaba mucho en ella. Un momento existes y al siguiente no, tan sencillo como eso.

Pero lo entendería, en un año y tres meses más entendería que lo importante no era quien se iba, si no quienes se dejan atrás.

Cuando recorría la pequeña florería con su mirada lo encontró, sin saber que lo estaba buscando, una pequeña cabeza con cabello castaño claro, casi rubio, entre un montón de flores amarillas.

Estaba concentrado, casi inmóvil, y para Craig parecía una pintura, irreal y preciosa.

Fueron segundos, apenas un momento de paz, que fue interrumpido por el desconocido gritando como su madre era mierda de perro.

Entonces tampoco sabía nada del Tourette, y aún así esa explosión de groserías lo hizo sentir aún más enamorado del chico.

Porque sí, se podría decir que fue amor a primera vista, ja, quien lo diría. Quizás más que amor fue un pequeño momento de clarividencia, algo diciéndole que sus vidas estaban a punto de entrelazarse.

Tal vez hubiera sido mejor solo comprar las benditas flores y seguir con su vida, pero para bien o para mal, habló con el chico por media hora, quizás lo más que había entrecruzado palabra con alguien desde que empezó su periodo edgy de preadolescente promedio.

Con él las palabras salían con facilidad, una conversación increíblemente fluida a pesar de las interrupciones en forma de gritos soeces de Thomas.

Thomas, ese era el nombre que susurró el chico, casi como si se avergonzara de su propia existencia.

Thomas, su linda flor amarilla.

— O —

Ocurrió en la misma florería donde Thomas trabajaba a medio tiempo para ayudar a su madre, no podían pagarle a un empleado, y si bien un chico de 13 no debería cargar con ninguna responsabilidad, ayudar a su madre hacia sonreír a su flor amarilla como pocas veces lo hacía.

Detrás de un estante lleno de rosas, mientras Craig lo ayudaba a hacer inventario, fue donde el chico se le declaró, sin ninguna interrupción en su breve discurso, quien sabe cómo, quizás por práctica, nervios o una concentración implacable.

Craig no lo vio venir, aunque era obvio en retrospectiva, en como pasaban todo el día juntos, tanto que ya casi era otro empleado no pagado de la florería, como a veces el chico se quedaba mirándolo de más cuando creía que Craig dormía durante un turno tranquilo, como a veces se quedaban tomados de las manos mucho después del susto en una película de terror.

A pesar de todo se vio sorprendido, inmóvil, hasta que vio a su amigo empezar a temblar y cerrar los ojos de la manera en que lo hacía cuando quería evitar que fluyeran las lágrimas.

Entonces fue cuando él mismo se sorprendió ante lo que decidió hacer, siendo un hombre de acción más que de palabras.

No tenía idea de cómo confesarle que llevaba amándolo por meses, que amaba cada tic, cada grito, cada vez que reía en su compañía, a pesar de que Craig no fuera exactamente alguien muy entretenido que digamos. No sabía cómo poner en palabras lo feliz que había vuelto sus días, como el aroma a flores era lo único que podía oler a veces.

En vez de eso se acercó a Thomas, tomó su mano y beso sus mejillas, demasiado joven y cobarde como para ir por un beso verdadero.

Esos besos vendrían más adelante, en su mayor parte en la misma tienda, su pequeño lugar seguro.

Flor morada (me recuerdas a mi amado)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora