Prólogo- Bella Morte

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El derecho a la vida debería ser de todos, incluso si significa pudrirse mientras camino.

-Atte: Someone.
                            

Un otoño agradable. Nada mejor que se podría pedir por parte de aquel joven, el cuál trabajaba en una cafetería... Aunque a nadie le pasaría por la cabeza que aquella cafetería de tan cómodo ambiente podría ser hogar de tal mente maestra...

-Oh, no había notado su presencia, adelante — habló amablemente un joven de cabellos castaños, el cuál era bastante apreciado en aquel lugar, al que servía como mesero.

—Muchas gracias, Augusto. Tú siempre aceptas reservaciones de clientes habituales — le respondió la anciana, con una sonrisa enternecida por el comportamiento de el mesero hacia ella.

—¿Lo mismo de siempre, señora D'Angelo? —  preguntó, en un gesto amable de ayudarla a tomar asiento.

—Sí, por favor — contestó la mujer, con una calmada sonrisa.

En un par de minutos, Augusto ya se dirigía hacia la mesa de la mujer, con un capucchino y una rebanada de tiramisú, el pedido usual de la señora Stella.

—Muchas gracias, jovencito —agradeció, con una calmada sonrisa.

Augusto sólo le regaló una calmada sonrisa, acompañada de sus usuales palabras hacia la anciana:

—No hay de qué, señora Stella.

Los minutos pasaron, con ambos intercambiando palabras de interés mutuo, el mesero aprovechaba que la clienta había venido fuera de horario para poder entablar una agradable conversación.

—Señora Stella, permítanme preguntarle algo —pidió el veinteañero, con un rostro algo compasivo. La anciana asintió.

—Adelante, Augus. Sabes que no he de tener problema con las preguntas —Aclaró la anciana, con la voz amable de siempre.

—Esta es su última visita, ¿cierto? —preguntó, con una voz algo emotiva. Aún mantenía su sonrisa, pero esta ha cambiado a una compasiva.

La anciana sólo le sonrió y asintió.

—Sabes que la Muerte no espera a una vieja como yo, Augusto. Mi tiempo ya llegó a su límite —respondió Stella, con una voz algo decaída.

El cuerpo de la mujer se iba deshaciendo como papel en agua, sólo que aquella escarcha azul se iba disipando a medida de cuánto más avanzaba... Lléndose tal hoja de árbol en otoño...

—Espero que descanse, señora Stella... —murmuró, su voz compasiva por el respeto a la muerte de su clienta, viendo como aquella señora que conocía desde sus inicios en aquel trabajo iba desapareciendo poco a poco en sus ojos... Si eso ya ha ocurrido, sería porque llevaba a lo menos dos meses muerta... En la mesa el único rastro de vida era el capucchino sin terminar y un pequeño trozo de tiramisú... El joven mesero sólo quedó en silencio, aunque mirando al lugar con una pequeña sonrisa. Aunque esta no traía ni la más ligera compasión en esta.

                             

Meses después del acontecimiento, noticias comenzaron a rondar por los tan llamados barrios bajos. Se rumoreaba sobre los "Biomortem", vulgarmente conocidos como "Errantes". El nombre "científico" explica más de lo que el boca a boca pudo. Lentamente la gente comenzó a desconfiar de sus propios familiares, incluyéndose a ellos mismos. Al punto de que la mayoría de habitantes en Roma comenzaban a mirar de reojo a las personas que pasaban.

Pocas personas eran conscientes de la razón por la que pasa eso, aunque... Hay algo en particular que nadie sabe. Encontraron el cuerpo de la señora D'Angelo tendido en su cama, con un tiempo de muerte de hace dos meses. ¿Lo curioso? Durante esos dos meses aún la veían caminando por ahí, probablemente con un mejor ánimo del que normalmente tenía. Los familiares comentaban de cómo la abuela relataba que se sentía con la energía de una chiquilla otra vez, pero luego de ir a la cafetería que frecuentaba, bajo el nombre de "Poesia autunnale", no volvió.

Al enterarse de la noticia, Augusto no se veía sorprendido en absoluto, simplemente dió su más sincero pésame hacia la familia de su clienta.

Los rumores vuelan, afirmando que el tan amable mesero es un Errante. Aunque el joven haya negado innumerables veces a sus clientes tal hecho, aún los mayores lo tachan de mentiroso.
                                                       

  El joven mesero estaba limpiando los vasos restantes de la cantina por la noche anterior, la cuál fue algo caótica. Algunos vasos húmedos se secaban, otros opacos por el tiempo brillaban otra vez, tal y como pasa con la gente. La fría brisa de la mañana anunciaba que se acercaba el cambio de estación, indicando mayor horas de trabajo en el día, menos en la noche. Aveces, el trabajo estresa; las oscuras manchas de necrosis en sus brazos, cubiertos de la suave tela del uniforme, hacían esa afirmación más real de lo que él prefiere contar.
                                                                   

—Has oído del dicho, "Ojos que no ven, corazón que no siente"?

Luego de esas palabras, una fría brisa ultratumba abrazó la noche de otoño en Roma. Otro más había llegado.

                                                              

                                                                        

Bueno, bienvenidos a este pequeño libro, el cuál básicamente será improvisado, por lo que no tendría el mayor desarrollo, por lo que iré viendo a cuántos personajes debo incluir a medida la historia avance

Hasta luego :3

Brisas De Un AyerDonde viven las historias. Descúbrelo ahora