Capítulo 8: Caminos Separados

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El destino nos separó una vez más. Los doctores que me examinaron concluyeron que necesitaba ayuda psicológica para superar el trauma que había vivido. Me encontré en un centro psiquiátrico, una institución con sus pasillos fríos y carentes de color, rodeada de terapeutas y médicos que trabajaban incansablemente para ayudarme a sanar, aunque yo sentia que no estaba rota.

Estaba confinada en ese lugar y aun asi sentía un atisbo de esperanza de que, con el tiempo, podría superar lo que había vivido. Sin embargo, el centro psiquiátrico me parecía una prisión en comparación con la casa de Jack. Extrañaba la familiaridad de la habitación oscura y las conversaciones inesperadas. A pesar de todo lo que había pasado, no podía evitar seguir viendo a Jack en mis sueños, y su presencia continuaba llenando mis pensamientos.

Esa conexión extraña y profunda que habíamos compartido persistía, como un hilo invisible que nos unía a pesar de la distancia. Finalmente, un año después de mi ingreso en el centro psiquiátrico, me encontraba sentada junto a la ventana de mi habitación. Observaba el mundo exterior mientras mis pensamientos vagaban. Cerré los ojos y, en medio de mis recuerdos, vi la habitación oscura, al hombre con capucha y el cuchillo. Pero también reviví las conversaciones, las risas y las lágrimas que habíamos compartido. La imagen de Jack persistía en mi mente, como una luz en medio de la oscuridad.

Aunque mi vida había cambiado drásticamente, seguía anhelando su compañía, a pesar de la distancia que nos separaba. Durante mi año en el centro psiquiátrico, las terapias se habían vuelto una rutina, pero mi mente se desviaba constantemente hacia Jack. A pesar de todo, seguía soñando con el día en que podríamos volver a estar juntos, reparar lo que se había roto y sanar las heridas de nuestras experiencias compartidas. Porque, en última instancia, habíamos encontrado algo único y significativo el uno en el otro, algo que ni el tiempo ni la distancia podían borrar.


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Un año había transcurrido desde que me encontraba detrás de las rejas, enfrentando las consecuencias de mis acciones. La prisión era un lugar oscuro y desolado, donde cada día se asemejaba al anterior. Las mañanas comenzaban temprano, con el estruendo de las alarmas y el ruido de las celdas al cerrarse. La rutina se volvía un ciclo monótono y desesperante.

El desayuno era una comida rápida y poco apetitosa, servido en una cafetería impersonal llena de miradas hostiles de otros presos. Los horarios eran estrictos, y cualquier desviación era castigada sin piedad por los guardias. Las tardes se pasaban en la sala común, donde los reclusos trataban de matar el tiempo jugando a las cartas o haciendo ejercicio en un espacio limitado.

La población carcelaria era diversa y llena de historias trágicas. Algunos buscaban la redención, mientras que otros se hundían aún más en la oscuridad. La camaradería entre reclusos era inusual. A pesar de las diferencias, todos compartíamos el peso de nuestras acciones pasadas y un deseo compartido de volver a encontrar la libertad.

Las noches en la cárcel eran silenciosas y frías. Cada recluso se retiraba a su celda, enfrentando sus pensamientos y reflexionando sobre sus vidas. Los sueños y las pesadillas llenaban esas noches solitarias, y yo me encontraba constantemente en la búsqueda de un futuro en el que Anna y yo pudiéramos reunirnos de nuevo.

Era una vida que no deseaba para nadie, pero había aprendido a sobrevivir en medio de la desolación. Mi mente continuaba regresando a Anna, recordando su pelo brillando a la luz del sol, su piel iluminada por un tono dorado que parecía emanar de su ser, sus ojos caramelos seguían vivos en mi mente, y lamentaba cada momento que pasábamos separados.

El arrepentimiento era un compañero constante en mi vida en prisión. Lamentaba profundamente las decisiones que había tomado, de haberla mantenido contra su voluntad y de haberle robado su libertad. Anhelaba la oportunidad de enmendar mis acciones y de volver a encontrar a Anna.

Mi vida en prisión era un recordatorio constante de las oportunidades perdidas y de la necesidad de encontrar la manera de volver a estar juntos. A pesar de la distancia que nos separaba, la conexión emocional entre Anna y yo seguía viva. La esperanza de un reencuentro y la posibilidad de sanar nuestras heridas compartidas seguían siendo mi motivación y mi consuelo en medio de la oscuridad que me rodeaba.

Una tarde, mientras estaba sentado en la sala común junto a otros reclusos, un guardia se acercó a mí. Su expresión era seria, y una sensación de anticipación nerviosa se apoderó de mí. Me indicó que lo siguiera, y lo hice sin hacer preguntas. Caminamos por los pasillos grises de la prisión, mi mente llena de preguntas y preocupaciones. ¿Por qué me estaban llevando a algún lugar? ¿Qué estaba sucediendo?

Finalmente, llegamos a la sala de visitas. El guardia abrió la puerta, y me indicó que entrara. Mi corazón latía con fuerza mientras cruzaba el umbral.Y allí, en medio de la habitación, estaba Anna. Su presencia llenó el lugar de luz y esperanza. Era un contraste asombroso con el entorno opresivo de la prisión.

Nos miramos fijamente durante un momento, nuestros ojos llenos de emoción contenida. Sabía que había mucho que decir, pero, por el momento, solo nos quedamos allí, reconociendo el milagro de estar juntos de nuevo. Era un pequeño respiro de normalidad en medio de nuestras circunstancias extraordinarias.



Fin del libro 1

Atados por el AbismoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora