Capítulo 31

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♡CAPÍTULO 31♡

WILLIAM.

Me había duchado muy temprano, listo para marcharme sin ser visto, y sin embargo llevaba una hora sentado en el sillón orejero que había en esta habitación bajo la ventana, todavía envuelto de cintura para abajo en la toalla, el pelo ya seco y un montón de pensamientos pululando por mi mente.

Mis ojos, por supuesto, estaban fijos en ella. Fijos en la visión de su precioso y menudo cuerpo tumbado cómodamente boca arriba, el cabello sedoso y brillante sensualmente revuelto sobre la almohadas, los ojos cerrados y los carnosos labios ligeramente entreabiertos, cubierta por las sábanas hasta debajo del pecho.

Dormida se veía incluso más frágil, y deseé tener la capacidad de construir algo invisible pero lo suficientemente factible como para poder rodearla y protegerla de todo mal, incluyendo el mal que yo había traído a su vida.

Había tanto silencio que podía oír su sosegada respiración por encima de la mía. Porque yo casi no podía respirar.

Tenía que irme para dejarla ir. Estaba completamente seguro de que lo mejor para ella era no volver a verme la cara nunca más. Ya tenía claro que había que terminar con tanto egoísmo.

Soltarla.

Tenía que soltarla y dejar que siguiese su camino lo más lejos posible de mí.

Para siempre.

Pero, desde que salí del baño y la vi ahí tumbada, tan hermosa, tan... mía..., me di cuenta de que no podría dejar de ser un egoísta tan fácilmente.

No podía irme, mucho menos podía hacerlo como pretendía. Dejarla otra vez, sin despedidas ni explicaciones, era un plan que tuve que desechar.

Llevaba casi una hora sabiendo que no me iría.

No podía hacerlo.

La agonía en mi pecho al pensar en no volver a verla prácticamente se equiparaba al miedo de perderla.

¿Qué cojones me estaba pasando? ¿Acaso mis sentimientos se estaban involucrando demasiado? Joder, sí. No podía permitirlo pero ¿cómo pararlo?

Ni siquiera era capaz de pensar en ello sin agobiarme, así que me vi obligado por mi propio cuerpo a revolverme incómodo en el sillón, con tanta mala suerte que mi iPhone resbaló de mi regazo y cayó al suelo, abriendo los ojos de Valerie.

Si tan solo me hubiese duchado en mi dormitorio yo podría haber...

–¿William? –me llamó, y sentí que su voz acariciaba mis oídos.

Levantó despacio su cabeza y sus ojos me miraron.

No.

No podría haber hecho nada.

No podría haberme ido.

Pero lo que sí podía hacer era decirle ya la verdad. Quisiese ella o no, tendría que escuchar y tener toda la información que merecía para que ella misma tomara sus propias decisiones.

–Buenos días –saludé a su expresión desconcertada y soñolienta.

–Hola –saludó en voz baja, y al instante me alarmé porque no tenía buena cara. No al menos la que tenía mientras dormía –. ¿Qué ha sido eso?

Se frotó los ojos y luego se tapó la boca para cubrir su bostezo, y esos gestos me parecieron endiabladamente tiernos.

Mierda... me gustó verla hacer esas cosas, y por un momento pasó por mi mente la idea de que me gustaría verla hacer todo eso cada mañana el resto de mi vida.

ArrodilladaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora