Edwiyn Silver

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Se asomaba con esplendor sobre un bosque de maderos negros, el gran astro que daba noticia de que amanecía sobre un pequeño poblado amurallado con muros de madera oscura de siete metros de alto y uno de grosor, sobre el, centinelas con armaduras plateadas y yelmos con plumas blancas patrullan las almenas.

En los adentros del poblado, sus gentes comienzan a prepararse para un nuevo día, los leñadores se hacen de sus hachas y sierras, los pescadores de sus redes y cañas, los agricultores preparan sus animales para labrar la tierra, un día como cualquier otro.

—Otra noche tranquila—dice un guardia en la puerta norte del poblado.

—Asi parece—le contesta su compañero mientras bosteza—desde que Lord Edwiyn derrotó a aquel grupo de bandidos no a habido más actividad por los lares.

La brisa comienza a chocar contras las corazas de los soldados, ventilando así su interior, el ruido de la vegetación mientras el aire las mueve se escucha claramente.

—Amo este lugar—menciona el guardia mientras se quita el casco luciendo su cabellera negra—no cambiaría mi hogar por nada, ni así fueran mil piezas de oro.

El otro solo asiente al comentario de su compañero, apenas podía mantenerse en pie despues de una guardia de seis horas, así que el hablar le resultaba complicado.

A lo lejos se nota una figura masculina bien vestida con ropajes negros y botas oscuras mientras porta una espada a su diestra.

Ambos se ponen firmes al notar quién era el hombre que hacia ellos se dirigía, al ya estar a solo unos pasos, ambos chocan casi a la vez contra el suelo sus lanzas mientras el rubio le dirige la palabra:

—Buenos dias, mi Lord.

—Buenos días soldado—le devuelve la cortesía el hombre elegante—¿que tal su primera guardia?

—Todo bien señor, nada fuera de lo común.

El hombre solo asiente antes de hablar:

—Buen trabajo muchachos, esperen a que lleguen sus relevos, luego vayan a descansar y comer, deben estar exhaustos.

—Gracias Lord Edwiyn, así lo haremos.

Edwiyn voltea y vuelve por el mismo camino por el que vino.

Edwiyn era una persona de carácter serio y seco, pero siempre recompensaba el buen trabajo y apreciaba los buenos corazónes, solo tenía veintiseis años y ya había participado en varias batallas y liderado hombres bajo el estandarte de su casa, poseía su propio feudo, organizo su propia milicia, creo una excelente económia para tan pequeño poblado y fortificó el lugar con murallas de la mejor madera del reino que abunda en Romero Negro.

El no era como otros señores, que siempre tenían sirvientes para que se ocuparan de las labores que les correspondían mientras ellos dormian, comían o egendraban bastardos. Edwiyn mañana por mañana daba un paseo rutinario chequeando la actividad de la población y siempre preguntando sobre algún inconveniente con los trabajos o cualquier otra cosa, por cosas como estas sus sirvientes lo amaban y le tenían una lealtad inquebrantable.

Mientras hacia su rutina todos venían a saludarle y darle bendiciones en nombre de los dioses para su bienestar, mientras camina por las calles de tierra del lugar en dirección a la puerta sur ve como se acerca su administrador y buen amigo Kiirlen, hombre calvo y de tez bronceada de las tierras áridas del Reino de Azalith, alto y fuerte fisco y obviamente mentalmente sino no tendría su puesto.

—Buenos días, Lord Edwiyn—dice el hombre dirigiéndole una sonrisa amistosa.

—Buenos días Kiirlen, ¿que me traes hoy?

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⏰ Última actualización: Mar 31 ⏰

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