Elekoth: Magia Y Espadas

I

Habían transcurrido siglos desde los tiempos tumultuosos en que el Gran Reino de Elekoth se había fragmentado en múltiples reinos, y uno de esos reinos en particular, Feérda, cobraba protagonismo en esta historia.

En un cálido atardecer en Feérda, en una casa modesta y acogedora de madera tosca y techo de paja, una mujer de cabellos plateados se encontraba sentada en una silla junto a una ventana con vitrales de colores que dejaban pasar la luz dorada del atardecer. En sus manos, sostenía un libro encuadernado en cuero envejecido, cuyas páginas narraban las hazañas del antiguo rey Thorian. La madre, con sabias arrugas en su rostro y una mirada serena que hablaba de años vividos, leía con voz melodiosa a dos niños de cabellos dorados, Eliot y su hermano gemelo, Ethan. Los niños estaban arrebujados en gruesos mantos de lana y miraban con asombro a su madre mientras el crepúsculo dorado cubría la habitación con tonos dorados y ámbar.

La madre, cuyo vestido estaba bordado con hilos de oro y plata, narraba con pasión las hazañas del legendario rey Thorian, aquel que en tiempos pretéritos había liderado con coraje y sabiduría el reino que ahora se encontraba dividido. Los gemelos escuchaban con atención, sus ojos azules brillando de admiración mientras se sumergían en las hazañas del rey. Ethan, de mirada aguda y una chispa traviesa en sus ojos, preguntó con curiosidad: "Madre, ¿crees que podríamos igualar la valentía de Thorian?"

La madre, una mujer de palabras sabias y gestos dulces, sonrió con ternura y respondió: "Sin duda, mis pequeños. La valentía no se mide por la edad, sino por el coraje que reside en el corazón. Quién sabe qué aventuras os depara el futuro, y en ellas, podréis demostrar vuestro propio valor."

Mientras la madre continuaba con el relato, la habitación se llenaba de una atmósfera mágica, bañada por la luz del atardecer que se colaba por los vitrales. Los gemelos se abrazaron, sus ropas tejidas a mano crujiendo ligeramente, y compartieron risas y sueños en ese instante de pura magia.

La exuberante dama, envuelta en una regia vestimenta que relucía con hilos de oro y seda, había culminado con su relato, y en ese preciso instante, se alzó con majestuosidad de la antiquísima butaca que antaño había pertenecido a su venerada madre. Su misión era guardar el pergamino en un estante adyacente, el cual albergaba un compendio de volúmenes profundos y misteriosos que versaban sobre los legendarios Thorian y Elowen, como también las ya divididas tierras de Elekoth.

Sus cabellos plateados, como hilos de luna, ondearon con regia dignidad mientras giraba hacia la estampa de sus dos hijos, Eliot y Ethan. Ambos descansaban en un apacible sopor, acurrucados el uno junto al otro, sus jóvenes almas sumidas en un profundo y sereno sueño. Una tenue sonrisa, cargada de maternal cariño, iluminó su semblante antes de cerrar con la delicadeza de una pluma de cuervo la puerta que conducía a la alcoba.

Posteriormente, la dama se dirigió con elegancia a la estancia principal de su ancestral morada. Allí, en medio de un espacio ataviado con lienzos que contaban hazañas épicas, estandartes que ondeaban con la historia de su linaje, una imponente armadura que susurraba las gestas de valerosos caballeros, antorchas que parpadeaban como estrellas en el crepúsculo, y una chimenea que exhalaba un agradable calor palpable al tacto humano.

La joven dama se acercó a la llamarada danzante de la chimenea, cuya danza ardiente ofrecía un refugio en medio de la fría noche. Sus delicadas manos extendidas absorbieron el calor de la hoguera como si abrazaran la esencia misma del fuego.

No obstante, en ese efímero instante de calma, una voz ronca y grave, como un trueno distante, resurgió desde las profundidades del exterior. "¿No consideras que esos infantes aún no están debidamente preparados para enfrentar la cruda realidad?", pronunció la voz enigmática, resonando en el recinto.