Capítulo 6: Los vagabundos (Parte 2)

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 ⚠️Contiene escenas sensibles para algunos, se recomienda discreción.

Las expectativas sobre él y la sensación de estar atrapado en un papel que no le correspondía, lo agobiaron

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Las expectativas sobre él y la sensación de estar atrapado en un papel que no le correspondía, lo agobiaron.

Con ese presentimiento sombrío, se asomó por primera vez al umbral de su nueva alcoba. Tal y como temía, era diminuta: apenas contaba con un camastro y un modesto escritorio. Depositó su mochila en la cama inferior y sintió algo de claustrofobia por el espacio reducido. Observó el paisaje que se vislumbraba desde la ventana: hologramas publicitarios bailaban sobre las fachadas de los altos edificios, proyectando imágenes cambiantes de todo tipo de productos. Algunos drones de reparto surcaban el cielo a la vez que, abajo en las calles, los autos avanzaban sin cesar entre la muchedumbre. Personas que caminaban apresuradas entre los abarrotados puestos de vendedores ambulantes, quienes ofrecían a gritos sus mercancías bajo los techos de zinc que coronaban las estrechas casas apiñadas unas junto a otras.

El contraste entre aquel bullicio y el encierro de su nueva habitación hizo que por un segundo echara de menos su hogar. Pero no tenía tiempo para lamentaciones; estaba decidido a aprovechar la oportunidad que se le presentaba.

—Hazme el favor y subes tus cosas, dormirás arriba, peso el doble que tú y voy a aplastarte. ¿O quieres aparecer en mil maneras de morir? —escuchó a sus espaldas.

Sebastián no entendió eso de «mil maneras para morir». Se volteó, sorprendido. Reconoció al hombre hostil que había hablado de matarlo en el edificio y su estómago se anudó.

—¿E-es tu cuarto? —tartamudeó nervioso.

—Claro que no. Nomás hago una inspección para ver si estás cómodo —contestó él con brusquedad y le extendió su gran mano cubierta de callos—. Soy Daniel Mendoza. Ya sé quién eres, no es necesario que te presentes.

Sebastián asintió con cautela, estrechando su mano, aunque sin perder su temor. Esperaba una disculpa por el mal trato recibido, pero Daniel parecía ignorarlo, absorto en unos papeles sobre el escritorio. Tras un incómodo silencio, el muchacho habló:

—Daniel, sé que empezamos mal, pero necesito que me hagas un favor...

—¡Míralo, pues! Recién llegado y ya anda pidiendo favores, que el título de ser «hijo de...» no se te suba a la cabeza —replicó Daniel con su vozarrón.

—No, pero necesito ir al edificio otra vez.

—¿Y eso cómo para qué o qué? —interrogó con suspicacia, entornando sus pequeños ojos bajo cejas pobladas.

—La portátil que llevaba conmigo contiene información importante.

Daniel lo miró con mayor atención, torció la boca y asintió.

—Información importante, ¿eh? —Le hizo una seña con el índice para que lo siguiera fuera de la habitación.

Subieron varios pisos en silencio. Al llegar al dormitorio indicado, el hombre golpeó la puerta con los nudillos dos veces. Al abrirse, Mariana les lanzó una mirada interrogante.

Sombras del Futuro (Parte I)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora