Prólogo

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El hombre se encontraba parado al pie de las escaleras de piedra, que descendían en espiral hacia el mausoleo. La imponente estructura se alzaba majestuosa frente a él evocando un sentido de misterio y antigüedad.

Con su bastón caoba deslizándose con gracia por delante de él, el hombre comenzó su descenso con cuidado. Cada paso que daba representaba un desafío, una apuesta contra sus propios sentidos. Lejos de desalentarse se aferraba a una determinación inquebrantable mientras sus dedos acariciaban la rugosidad de la fría piedra bajo sus palmas.

La ausencia de visión no le impedía descifrar el entorno a su alrededor. Sentía la vibración de su respiración en las paredes como un susurro ancestral que lo guiaba en su camino. Escuchaba atentamente el eco de sus pisadas resonando en el vacío proporcionándole información sobre la estructura y la dirección que debía tomar.

Las escaleras parecían extenderse infinitamente hacia abajo sumergiéndose en la oscuridad. A pesar de la incertidumbre que lo rodeaba confiaba en su intuición y en la confianza que había cultivado a lo largo de los años. Había aprendido a ver el mundo sin sus ojos, arrebatados en aquella sangrienta lucha por el poder. Aún recordaba la ira que sentía tras aquella batalla, aquella chica de cabellos cobrizos no desaparecía de su memoria y juró que encontraría venganza.

A medida que descendía el aire se volvía más denso y pesado. Podía sentir la presencia de los espíritus que habitaban ese lugar sagrado. En su mente imaginaba a los antiguos guardianes del mausoleo murmurando historias olvidadas y secretos atemporales.

Finalmente después de un arduo recorrido, los pasos del hombre llegaron al final de la escalera. Sus dedos encontraron una puerta de madera desgastada adornada con intrincados grabados que contaban una historia en silencio. Con calma empujó la puerta y atravesó el umbral.

Una sensación de paz lo envolvió mientras exploraba el interior del mausoleo guiado por su intuición y una conexión profunda con el mundo invisible. A través del tacto y el sonido descubrió los tesoros que yacían ocultos en aquel lugar. Cada objeto emitía su propia historia susurrándole al oído y alimentando su sed de conocimiento.

— Mi Lord.— Una tenue voz perturbó el silencio que reinaba en aquel oscuro lugar, pero Lesquirat no se sobresaltó ni hizo el más mínimo gesto de asombro ante la voz.

El anciano que se encontraba en aquel lugar, llevaba ropas oscuras, muy desgastadas, su baja estatura y sus cortas piernas le hacían andar con dificultad, por lo que se ayudaba de un estrecho bastón de madera. A su alrededor, varias antorchas alumbraban el lugar, mostrando varias estanterías con objetos que disonaban del resto de objetos que había en el mausoleo, como equipamiento de alquimia, tarros con hierbas de todo tipo y colores, además de varios minerales.

— ¿Has averiguado algo?— dijo con su voz profunda, haciendo que su eco resonara en todas las paredes del mausoleo.

— Es posible, mi Señor.— El anciano se apresuró a acercarse a una mesa de piedra colocada en el centro de la habitación, sobre la cuál una majestuosa espada reposaba resplandeciente emanando un brillo natural bastante inusual.—Esta espada posee una magia muy antigua, y muy poderosa. Una magia vinculada a un linaje de sangre como suponíamos, pero hay algo más.

Lesquirat, aunque no puede ver, se gira hacia el anciano mostrando curiosidad en su rostro mientras se acercaba a la mesa.

— Según he podido comprobar, es como si tuviera vida propia, pero no vida como la conocemos.— Continuó el anciano.— Puede decidir por sí misma si la persona que la empuña puede emplear o no su poder.

— ¿Puedes anular esa conciencia?— Lesquirat volvió a hablar con profundidad sin hacer ningún otro gesto a sus palabras, a lo que el anciano suspiró con pesadez.

— Me temo que la única forma de que pueda usted usarla es que su antiguo portador le ceda el arma y con él su poder.— El anciano esperó unos segundos a que el ciego dijera algo, pero al no obtener una respuesta, continuó.— Aunque algo que sería más probable que pase, es acabar con la chica, así la espada no tendría dueño, desapareciendo así su vínculo.

Esas palabras hicieron asomar una malévola sonrisa en el rostro del ciego, lo cuál hizo estremecer al anciano, que retrocedió un paso de forma inconsciente.

—Si ella muere, la espada volverá con Mnemósine, y tampoco veo probable que nos diga cómo llegar hasta ella sabiendo que al final acabaría con su vida.— Lesquirat entrecerró los ojos un instante recordando algo, pero volvió a su elegante porte tras varios segundos sumido en sus recuerdos.— Continúa investigando, cualquier cosa ya sabes a quién informar.

—Por supuesto mi Señor.— El anciano volvió a retroceder con una reverencia, esperando que Lesquirat regresara por donde había llegado, pero por el contrario avanzó en su dirección. Al tenerlo enfrente, se apartó de su caminó y el ciego siguió avanzando hasta que su bastón le hizo detenerse. Lesquirat pasó la mano por la fría piedra de la tumba que tenía delante, sintiendo los rasgos que estaban tallados en ella.

—Conseguiré lo que es nuestro por derecho, de una vez por todas.— dijo el ciego en voz baja rozando el nombre que había sobre aquella tumba: "Medraut".

El legado Pendragon II: El renacerDonde viven las historias. Descúbrelo ahora