Prólogo

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─¡Cuéntanos la historia! ¡Porfa! ─insistía su vocecita.

El veterano le miró de soslayo. El ligero sacudir de sus bigotes delataba que la situación, lejos de molestarle, le divertía. Se acomodó en su lecho de musgo, entrelazando sus patas delanteras.

Al lado de la gatita anaranjada y casi camuflado por las sombras de la noche, una pequeña bola de pelo de color gris mostró su cabeza, alarmado por el ruido. Se desesperezó en el sitio, estirando su cuerpo al completo y emitiendo un silencioso bostezo.

─No seas pesada y déjalo en paz ─murmuró su hermano, apretándose a ella con la intención de seguir durmiendo.

La gatita se apartó de él al instante, molesta por no contar con su apoyo. El cachorro soltó un gruñido molesto entre dientes, pero a pesar de ello siguió con los ojos cerrados, intentando conciliar el sueño.

La cachorra no reprendió a su hermano, sino que se acercó al gato mayor y se paró justo delante de él, a un ratón de distancia. A pesar de encontrarse tumbado, se podía admirar perfectamente cómo el veterano le doblaba en altura.

─¡No es justo! ─exclamó, sus ojos ambarinos llenos de indignación─. Todos los veteranos nos dicen que te preguntemos a ti sobre lo que ocurrió realmente, ¡y tú no nos lo quieres decir!

El veterano ronroneó, cohibido por la osadía de la pequeña. Su risa escondía cierta melancolía.

─Mejor que no. Sois muy pequeños, no lo entenderíais.

Lentamente, y a causa del comentario, el pelaje de la cachorra comenzó a erizarse hasta casi asimilar el de un erizo. La punta de su cola también se movía de un lado a otro, molesta. El anciano se esperaba que en cualquier momento se echase a llorar y empezara a dar pataletas, pero le sorprendió que la gatita hiciera un esfuerzo por calmarse, suspirando pesadamente.

─¡Porfa! ─rogó, con la expresión más inocente que pudo poner─. ¡Porfi!

Y por alguna razón, esos pequeños ojitos tan llenos de energía y curiosidad hizo que en su mente empezaran a brotar unos recuerdos que creía profundamente enterrados en su corazón. Su garganta empezó a arderle en el mismo instante en que comenzó a rememorarlo todo tan vívidamente. Las palabras empezaron a amontonarse en su cabeza, pero formaban frases sin sentido, quitándole el habla por un momento que le pareció eterno. Carraspeó, se sentía abrumado, e iba a necesitar un tiempo para asimilarlo todo y darle forma a aquello que quería contar, si es que tenía intención de hacerlo. Parte de él había jurado llevarse su versión de la historia a la tumba, pero no fue hasta cuando se hizo mayor que entendió que no podía vivir eternamente con aquel peso, no podía dejar que lo ocurrido le carcomiese hasta el último aliento de su vida. 

Sabía que ya no vería muchas estaciones más, notaba sus huesos cada vez más frágiles y su respiración cada vez más débil. Era por eso que sentía que debía deshacerse de aquella carga que había atormentado sus sueños durante más de la mitad de su vida. Al menos, pensaba en dejar esa huella antes de pasar a ser una más de las miles de estrellas que cada noche formaban el manto plateado.

─Está bien ─dijo, a pesar de que por dentro todavía no estaba convencido.

Nada más terminar de hablar, la cachorra empezó a dar saltos alrededor de la guarida. Su hermano, despierto una vez más por el repentino arrebato de felicidad de la gatita, se mostró bastante confuso, parpadeando lentamente.

─¡Despierta, cerebro de ratón! ─maulló ella, dándole toquecitos con una de sus patas delanteras─. ¡Lo he conseguido!

El rostro somnoliento del cachorro no parecía entender lo que sucedía.

─¿Qué? ─preguntó, adormilado.

Su hermana puso los ojos en blanco. El veterano ronroneó, sintiéndose un poco incómodo por lo que avecinaba. Lo cierto era que no iba a ser la primera vez que contara aquella historia, ya lo hizo una vez, y precisamente, fue a la madre de dichos cachorros, aunque ya hacía muchísimas lunas de aquello, cuando todavía podía cazar por sí mismo. Le parecía un detalle curioso que la segunda vez que recordase su juventud fuera a ser con sus cachorros como oyentes. En cierto sentido, eso quería decir que la madre había respetado el deseo del anciano de mantenerlo como un secreto, y por ello, lo agradecía.

Cuando ambos cachorros decidieron escuchar al veterano, se tumbaron justo en frente suya, apretujados y entusiasmados, aunque estaba claro que una más que el otro. El gato mayor no pudo sino fijarse entonces, cuando sus cabecitas permanecían así de juntas, cómo podían diferenciarse rasgos que ambos compartían y que le resultaban dolorosamente familiares después de todo.

Volvió la vista un momento para fijarse en que había empezado a nevar de nuevo. Buscó inspiración en los copos de nieve que caían fuera de la guarida, intentando reunir todo el coraje posible para no sentirse igual de pequeño y frágil que aquellos cachorros.

Se miró las zarpas, desgastadas y llenas de pelos canosos debido al paso del tiempo. Tragó saliva y cogió carrerilla, sin saber exactamente cual sería su destino.

Y finalmente, decidió que su mejor opción era dejarse llevar por la corriente de sus recuerdos. Tenía que hacerlo, aunque todo lo que fuera a contar lo olvidasen a la mañana siguiente. Ellos merecían saber la verdad.

─Veréis ─comenzó─, todo empezó hace muchas lunas, en este mismo bosque...

Debía dejar que la profecía de la ventisca se marchase de su vida de una vez por todas, y sentía que aquella iba a ser la manera.

VentiscaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora